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Breve explicación sobre para qué sirve la producción y el consumo cultural.

Nuestros antepasados cavernícolas no podían sobrevivir en grupos grandes porque no sabían cómo producir su sustento de manera sostenida (a no ser mediante la recolección y la caza). Por ello tuvieron que inventar símbolos para diferenciarse en pequeñas comunidades e impedir así que los colectivos crecieran demasiado. Crearon entonces enseñas diferenciadoras como (por ejemplo) calaveras de animales pintadas con colores diferentes, mitos de origen, tradiciones orales, danzas y otras manifestaciones simbólicas a fin de separarse unos de otros. Estos son los orígenes de las identidades y las diferencias culturales, de los etnocentrismos y los prejuicios racistas.

Pero si nuestros antepasados tuvieron la necesidad biológica de diferenciarse mediante símbolos que ellos inventaron, y si las diferenciaciones de entonces son el fundamento de las que rigen la vida hoy, eso no quiere decir que las actuales se justifiquen de la misma manera como se justifican las del pasado, pues ahora sí podemos sobrevivir en grandes grupos, y no sólo eso: también tenemos necesidad de cooperar unos con otros.

Tanto ayer como hoy, las diferenciaciones identitarias son construcciones que, junto al resto de producciones simbólicas, cumplen las funciones de proporcionar al grupo que las produce y consume tres dinámicas que, entrelazadas, garantizan la sobrevivencia del colectivo. Estas funciones son: cohesión social, legitimación política e identificación grupal. Mediante estas funciones concretas se explica la razón práctica de la cultura, como sinónimo de producción simbólica.

Es obvio pues que para entender a un pueblo hay que conocer su producción cultural como proceso de construcción de los elementos simbólicos que le otorgan cohesión, legitimación e identidad a lo largo de su historia. Los imaginarios patrióticos son un buen ejemplo de esto. Si analizamos el escudo nacional de Guatemala y vemos que está compuesto por un ave y un pergamino que simboliza el Acta de Independencia, y que además este conjunto está enmarcado por dos fusiles de fabricación estadounidense y por ramas de cafeto, es fácil deducir que el grupo que fundó la nación guatemalteca estaba integrado por criollos cafetaleros que sustentaban a la vez un concepto liberal de libertad y culto a la tecnología, y otro militarista y dictatorial en cuanto a la economía y la política.

El estudio de la cultura implica, como vemos, arribar a explicaciones no sólo ideológicas sino también económicas y políticas respecto de quienes producen, hacen circular y consumen los objetos culturales. Y esto vale tanto para la “alta cultura” (representada por las llamadas “bellas artes”) como para las culturas populares y los productos de la industria cultural, así como para todas sus posibles hibridaciones.

Un estudio tal de la cultura sólo es posible desde las ciencias sociales, dentro de las cuales se incluyen no sólo la sociología y la antropología, sino también el psicoanálisis, la semiología, la semiótica y el análisis de textos discursivos (tanto letrados como plásticos, fílmicos y de otras índoles). Este es el carácter de la nueva Maestría en Estudios Culturales para la cual las inscripciones se cierran el 6 de julio y cuyas clases empiezan el 1 de septiembre. Sobre los requisitos, infórmese con Maite Andicoechea (mandicoechea@flacso.edu.com) en la FLACSO-Guatemala (teléfono 2414-7444 ext. 7302).