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Ser de aquí

lucha libre

Lucía Escobar

Decía la semana pasada que ser guatemalteca duele. Me duele pero me gusta. A veces parece que quienes nacimos en esta tierra, tenemos algún karma que pagar. Es un reto crecer, vivir y amar un país como Guatemala. Un país rico, riquísimo pero saqueado, explotado y exprimido. Y aún así somos un pueblo que no para de luchar, de resistir, de trabajar.

Nunca dejaré de admirar a las mujeres guatemaltecas del área rural, capaces de cargar sobre su cabeza el alimento de muchos, la fuerza de sus brazos, de su cuerpo es absolutamente apabullante. Soy incapaz de sostener sobre mi cabeza ni un libro, menos un cántaro de agua o un tonel con atol de elote, mucho menos un canasto con tostadas. Admiro y respeto profundamente a esas mujeres que llevan en alto la fuerza y el peso de su trabajo y que alimentan a conocidos y desconocidos con sus refacciones. Pienso también en tantas y tantas mujeres que todos los días van al molino con su maíz para hacer tortillas. Trabajo ingrato que nada paga y que es cansado, doloroso y peligroso, tortear y alimentar a la familia, a los vecinos, a los que necesitan. ¿Quién no ha salivado con una tortilla recién salida del comal? ¿Quién no se ha llenado las ganas con un muñeco de tortillas con queso o aguacate? Y a veces ellas que nos alimentan son invisibles para nuestros ojos.

Admiro también, aunque me parece tremendamente injusto, a los niños y niñas, ancianos, mujeres y hombres que cargan sobre su espalda, con el mecapal, leña para su hogar, para calentar la comida y que no falte el calor. Me entristece que no puedan tener acceso a una forma más humana de alimentarse y calentarse, pero me sorprende la fuerza de sus brazos y sus piernas para caminar en subidas y en terrenos difíciles con tanta carga encima.

Admiro y agradezco a cada guatemalteco que comparte lo que tiene. Desde el rico que igual se solidariza con el necesitado, hasta el pobre que se conmueve ante el pobrísimo, o el enfermo o el anciano.

En Guatemala, la seguridad social es la familia, los amigos, la comunidad. He visto gente muy pobre ayudando a alguien aún más pobre que él. Veo el esfuerzo que hacen muchos para que todavía les sobre pare invitar a alguien, para apoyar con útiles escolares o medicina, o dando tiempo, conversación, amor.

Me consta que aquí no todo está perdido. A veces parece un país a la deriva, loco, egoísta y violento, pero no todo es así, tanta gente trabajadora, honrada y solidaria construye cada día un mejor lugar para vivir.

Admiro y agradezco a cada guatemalteco que comparte lo que tiene. Desde el rico que igual se solidariza con el necesitado, hasta el pobre que se conmueve ante el pobrísimo, o el enfermo o el anciano.

@liberalucha

Fuente: [elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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