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La cultura como asunto de Estado

O de cómo Maximón nos salva (a veces) del ridículo internacional.

Mario Roberto Morales

En mayo pasado recibí de la Real Academia Española de la Lengua, del Instituto Cervantes y del Gobierno panameño, la invitación para presentar una ponencia en el VI Congreso Internacional de la Lengua Española, en Panamá, del 19 al 23 de octubre de este año. Y heme aquí, participando de esta fiesta del idioma, al lado de entrañables amigos académicos y escritores, con una ponencia sobre el intelicidio o la imposibilidad que los niños y jóvenes padecen en lo referido a manejar el código letrado, es decir, para leer y comprender lo que leen; no digamos para escribir y hablar con claridad y precisión.

Del solemne acto inaugural rescato el momento en que el Presidente de la Real Academia Española de la Lengua leía una estrofa de un poema que sobre el tema de la patria escribiera el celebrado poeta panameño Ricardo Miró, porque, de pronto, el multitudinario público asistente lo recitó en voz alta junto con el Presidente de la Academia. ¿Cuándo veré algo parecido en mi país, en donde todos esperan a que algún concienzudo perdido en la masa empiece a cantar la estrofa siguiente del Himno Nacional porque casi nadie se sabe el orden de los versos?, pensé.

Rescato asimismo la certidumbre que todos los invitados tuvimos de que en este país la cultura es un asunto de Estado, y de que el gobierno de derecha del Presidente Martinelli impulsa —mediante la ampliación del Canal y de otros planes económicos— un proyecto de país que incluye a todos los panameños y no sólo a su sector oligárquico. ¿Cuándo entenderán los oligarcas de mi país que esto es lo que les conviene hacer para seguir enriqueciéndose sin tener que persistir en sus prácticas genocidas para aplacar a una población famélica y militarmente reprimida, con un hábitat envenenado por la minería y la palma africana, que cada día se moviliza de manera más eficiente y que se perfila como una formidable fuerza social que puede ser llevada a reaccionar con violencia?, pensé.

Las instalaciones del colosal Centro de Convenciones Atlapa es el escenario en el que se desarrolla este multitudinario congreso, en el que están representadas todas las Academias de la Lengua Española del mundo, incluyendo las de Estados Unidos, Filipinas y Guinea Ecuatorial. Recorriendo este magno edificio me preguntaba: ¿Cuándo la cultura será asumida como un asunto de Estado (y no como un feudo de oportunistas) en mi país? ¿Cuándo los extraordinarios cultores que tiene Guatemala serán tratados con la dignidad que merecen y a los cuales su clase dominante (que no dirigente) ve con desprecio desde las enrarecidas “alturas” de su histórica ignorancia?

He sido jurado del Premio Ricardo Miró, en Panamá, en años anteriores, e igualmente he sido invitado a otras actividades literarias aquí. Y siempre he percibido en este país un fervor ciudadano por el arte y la literatura; fervor que en este congreso se manifiesta en las oleadas de panameños que se han inscrito para escuchar las ponencias, tomar apuntes y discutir después de cada foro.

Alguien me preguntó por qué el Presidente o la Vicepresidenta de Guatemala no habían asistido a la Cumbre Iberoamericana, que terminó cuando empezó el Congreso de la Lengua Española. Guardé silencio. Pero luego sonreí, pensando en que Maximón (nuestra democrática deidad intercultural) es grande y misericordioso, pues, a veces (no siempre), nos salva del ridículo internacional.

 

Mario Roberto Morales
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