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La restauración, capítulo dos

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Se suele describir el efímero gobierno de Alejandro Maldonado Aguirre y Alfonso Fuentes Soria como de transición, al posibilitar el paso del descalabrado modelo de “democracia secuestrada”, encabezado por Otto Pérez Molina, a una situación en la cual la consigna del establishment fue: control de daños.

En efecto, el binomio Maldonado-Fuentes siguió la inercia del status quo: garantizar las elecciones generales en condiciones de movilización e indignación social, canalizando su energía hacia las urnas, y la entrega del gobierno a quienes resultaran triunfantes en los comicios.

Pero, en sentido estricto y a la luz de las demandas coreadas en plazas y calles a lo largo de 2015, el verdadero gobierno de transición debería ser el que, a falta de otro remedio, encabezaría Jimmy Morales. Pero quien estaba llamado a ser el presidente del cambio, resultó ser rehén (sino cómplice) de otra expresión orgánica de aquella “democracia secuestrada”, esto es, un grupo de contrainsurgentes devenidos en partido político de ocasión.
Conviene recordar que los promotores de la “democracia secuestrada” nacieron durante la “democracia restringida” de cuño castrense (1954-1985). Ellos se prepararon y organizaron para la “transición” hacia la “democracia”, de 1986 en adelante, y para la “transición” hacia la “paz”, a partir de 1996.

La forma extrema y perversa de la “democracia secuestrada” se articuló en los cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad (CIACS), cuyos numerosos integrantes pasaron de la sobrevivencia y presencia más o menos “discreta” en los aparatos del Estado (de los cuales nunca salieron realmente) a proyectos ambiciosos de secuestro y control del poder, evolucionando hacia lo que la Cicig denominaría redes político-económicas ilícitas.
Esas redes político-económicas ilícitas constituyeron el núcleo duro de partidos como el FRG, PP o Líder, aunque tuvieron (y tienen) presencia con mayor o menor peso en la mayoría de partidos tutifruti nacionales. Eso fue, precisamente, lo que hizo crisis en 2015 y es, asimismo, lo que un verdadero gobierno de transición debería haber terminado de desmontar.

Morales no lo hizo, porque el FCN-Nación viene de la misma matriz. Y, como es público, a lo largo de once meses se dedicó a reanimar la partidocracia en crisis, dando cabida en su seno a los náufragos del PP, Líder y otros tránsfugas.
Así, se pasó del “control de daños” y la contención (desmovilización social incluida) a lo que, con agudeza, Marco Fonseca denominó restauración conservadora.

En las últimas semanas se asiste al inicio del capítulo dos del proyecto restaurador: freno a las reformas constitucionales en materia de justicia; próxima instalación de una junta directiva del Congreso al gusto del Ejecutivo; poderes económicos ocupando (de nuevo) los “cuartos de al lado” de ministerios sensibles; ofensiva mediática y política contra Cicig y MP.

Tales son los signos inmediatos de la restauración conservadora. Por si no se había dado cuenta.

Fuente: [www.s21.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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