Retrato hablado de los útiles después de vivos
La canalla salió indignada a la calle este domingo enarbolando pancartas con sugestivos mensajes como estos: “Gracias a los soldados y no a los sacerdotes podemos tener la religión que deseemos”, “Gracias a los soldados y no a los periodistas tenemos libertad de prensa”, “Gracias a los soldados y no a los directores del campus tenemos libertad de enseñanza”; y la perla del rosario de alhajas: “Gracias a los soldados y no a los poetas podemos hablar en público”. Quienes esto escriben, evocan el conflicto armado que concluyó con la victoria indiscutida de la derecha oligárquica, de la que la canalla fue jauría de presa. De hecho, esta caverna está integrada por los fieles mastines de los oligarcas durante el conflicto. O sea, por toda laya de torturadores, violadores, sicarios, genocidas y personal de apoyo de tan ennoblecedoras tareas libertarias.
La canalla tiene razón de estar indignada. Los amos oligarcas les prometieron que si hacían lo que hicieron, lo que les está ocurriendo ahora no habría de ocurrirles jamás, ya que su impunidad estaría garantizada por la majestad de la ley del Estado de derecho, y por ello vivirían jubilados en santa paz del Señor, gozando de la gloria de haber salvado a la patria de las garras del maligno comunismo ateo. Pero como ahora la mano lenta y segura de la justicia les levanta de a poquitos la camisa, pues se sienten –con razón– desamparados, y eso los hace enarbolar con mano iracunda las mencionadas pancartas dominicales. Sobrados motivos tienen. No es gracia que los amos abandonen a sus siervos ante el juicio de la Historia, después de haberlos empujado a mancharse las manos de sangre y la dignidad de ignominia para, en nombre de la libertad, masacrar a su propia gente mediante el terrorismo de Estado.
Pero la canalla no entiende que sus enemigos son los oligarcas que la usaron y luego la desecharon como papel higiénico, y no lo que queda de la dispersa resaca del “enemigo interno comunista”. No logra filtrar que el comunismo no existe como fuerza política (menos aún como “peligro inminente”) en este paisito desangrado por el terrorismo militar-oligárquico; tampoco, que la izquierda a la que desmembró masacrando a los civiles desarmados que la apoyaban, no es ya más que un conjunto de onenegés dedicadas a contribuir a la dispersión perenne de la sociedad civil, como manda la agenda contrainsurgente de la cooperación internacional. Y como no logra razonar que los oligarcas la siguen usando, la horda cavernaria ve “amenaza comunista” en los partidos políticos, en el Ministerio Público, en la Fiscal General y hasta en la revista Forbes, que se honra al honrarla por llevar a los tribunales a los capos de la barbarie.
Los contenidos dominicales de las pancartas canallescas se sintetizan en dos consignas típicas del fascismo: “¡Viva la muerte!” y “¡Muera la inteligencia!” Porque la canalla sigue siendo (traicionada y todo) la fuerza de choque –los camisas blancas– de la élite oligárquico-militar-terrorista-neoliberal que presiona a fin de que el gobierno reactive el plan de seguridad interna del conflicto armado. ¿Para qué? Pues para acabar con su “nuevo enemigo interno”: los pequeños empresarios (algunos de ellos, miembros de la canalla) a quienes no les conviene que aquí se impongan, a la chilena, las medidas que tienen al mundo desangrado. La canalla, claro, ni enterada. Pero aullando.
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