Seguir en la calle
Aunque se pierda la oportunidad de posponer las elecciones.
Mario Roberto Morales
El 13-J hizo obvio que el movimiento espontáneo de clase media urbana decae porque no ha podido pasar de la indignación y la protesta a la organización y la unidad. Por su parte, las instancias populares con organización están tomando su lugar con un tipo de lucha menos catártica y más reivindicativa, sabedora de que en la movilización por cambios estructurales no basta la catarsis, sino que se impone la unificación de demandas y la unidad de liderazgos.
Tal parece que el sueño de posponer las elecciones para que los cambios en las leyes que rigen el mecanismo electoral afecten a quienes saldrán electos en la próxima contienda, está quedando en eso, en sueño. Porque cada día crecen más las iniciativas que, ateniéndose al principio formalista de “no romper el orden institucional”, apoyan la realización regular de los comicios ignorando las demandas de la movilización social en las calles, de modo que todo parece indicar que este es el criterio que habrá de imponérsele a un movimiento de protesta que mengua porque aquellos de sus miembros que aún no se han aburrido de acudir a divertirse a la plaza, se han estado dedicando más a celebrar su pérdida del miedo a protestar, que a organizarse, a dotarse de liderazgos y a unificar sus demandas. Es el precio a pagar por asumir el espontaneísmo anárquico como único método de lucha.
En el acto de establecimiento de la instancia más incluyente a favor de las demandas populares de cambios estructurales en el sistema político —la Plataforma Nacional para la Reforma del Estado (PNRE)—, nada se dijo sobre posponer las elecciones para que los cambios en las leyes tuvieran vigencia sobre quienes sean electos en los próximos comicios. Esto, unido a que algunos de los organismos que integran la Plataforma (como la PDH) hayan expresado que no están de acuerdo con “romper el orden institucional”, y también a que algunos organismos internacionales (como la OEA) hayan apoyado ya el mismo criterio, lleva a pensar que —ante un movimiento popular que insiste en perpetuarse sin líderes ni programa táctico y estratégico— las elecciones se realizarán como de costumbre.
Los más optimistas dicen que Guatemala ya no será la misma porque perdió el miedo a protestar. Puede ser. Pero está visto que protestar no basta, que indignarse no basta, que bailar, cantar y soplar pitos no basta, que hacer catarsis sin dirigentes no sirve para realizar cambios políticos. Para eso hay que picar piedra. La piedra de la organización, de la construcción de consensos y de la unidad de propósito, acción y liderazgo. Y eso no está ocurriendo. Al movimiento se lo gana la fiesta. Y lo que le viene será la resaca. Quedan, como dije, las instancias populares con organización y propósito. De ellos y de los sectores más concientizados de las capas medias movilizadas (y, ojalá, organizadas) se espera la vigilancia crítica al nuevo gobierno. También, la exigencia de que el mismo realice los cambios que logre consensuar la PNRE, y la eventual movilización renovada por el cambio estructural. El sistema, empero, no se modificará de inmediato. Ahora bien, esto no es motivo para desmovilizarnos. Debemos seguir en la calle. La lucha no se ha perdido con este revés. El movimiento aún puede madurar (organizándose) y adquirir vigor para incidir en las decisiones del Congreso y en las del próximo gobierno. Hay que seguir. Es de traidores no hacer nada cuando hay tanto por hacer.
Pero está visto que protestar no basta, que indignarse no basta, que bailar, cantar y soplar pitos no basta, que hacer catarsis sin dirigentes no sirve para realizar cambios políticos. Para eso hay que picar piedra. La piedra de la organización, de la construcción de consensos y de la unidad de propósito, acción y liderazgo
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