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Juventud

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

En la última semana, un proyecto de ley levantó airadas voces en varios sectores. Así, la Ley Nacional de la Juventud enardeció a muchas personas, al grado de desgarrarse las vestiduras, como si se tratara de una furiosa batalla entre el bien y el mal. Ello recuerda un verso de Juan Gelman: “Es el tiempo de las deserciones interiores”. Y eso parece, una sociedad acostumbrada a desertar de ciertos fracasos y verdades, porque algo de nosotros es como aquel reloj que anda mal.

Un dato es indiscutible, 7 de cada 10 ciudadanos son menores de 30 años —9 millones son menores de 20—. Es decir, somos un país de jóvenes gobernados por generaciones envejecidas en sus concepciones del mundo y la realidad. Y qué decir de los juicios de la Conferencia Episcopal de Guatemala sobre la educación sexual integral. Argumentan que ésta fomentará la promiscuidad, el aborto, la pérdida del autodominio (sic) y la violencia sexual. A esa lapidaria enumeración de perversiones anexan una vaguedad: es contraria a la ley natural y para sustentarlo le ponen la guinda a tan húmedos temas: es fruto de “ideologías de organismos internacionales”. La Alianza Evangélica no se quedó atrás, al indicar que la ley de marras significa un retroceso en el desarrollo del país. Por supuesto, cualquier despistado puede preguntar: ¿leerían a estas alturas los vergonzosos índices sobre violaciones, violencia intrafamiliar, mal trato, entre otros, tan bien documentados por el Instituto Nacional de Estadística, el Ministerio Público, Naciones Unidas y la Unión Europea.

Como sea, basta con poner sobre la mesa algunas cifras. Entre 2012 y 2015 casi un cuarto de millón de niñas, entre los 10 y 19 años, quedaron embarazadas; sólo en 2014 fueron 74 mil las que parieron. Según el INE, la violencia intrafamiliar se incrementó 439 por ciento desde 2004. De acuerdo con el MP, cada diez minutos una mujer denuncia tratos violentos. A lo anterior hay que sumar los 426 casos de explotación sexual de niñas y niños que denunció la Procuraduría de los Derechos Humanos. Todos saben que existe un sub registro sobre el fenómeno de la trata.

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Frente a ese catálogo de ruinas, cómo explicar por qué la educación sexual integral puede generar todos los males señalados. En qué país viven aquellos que vociferan pecados por doquier. Hoy, la juventud tiene acceso ilimitado al internet y en esa virtualidad encuentran de todo. Además, ¿por qué hablar abiertamente de sexualidad es abrir la puerta a todas los libertinajes? Cualquier niño o niña de sexto primaria conoce más de sexo que sus padres, tan aferrados a las monotonías nacionales. Por lo visto y oído, importa más la pureza y la decencia que el envilecimiento de niños y niñas, víctimas de crápulas de buen corazón. Para ellos, la voluptuosidad, el gozo y el deseo son la madre de todos los descarríos, sin importar qué sucede con los miles de prostíbulos clandestinos o las 5 mil niñas violadas en el 2015. Quizá un poco de humor pueda zanjar esa discusión que cultiva enfermedades de la crueldad. En otras palabras, menos solemnidad y más honestidad para plantarle cara a ignorancias que arden en las fisuras de nuestras miserias.

Fuente: Siglo21 [http://www.s21.com.gt/fiticon/2016/02/16/juventud]

Gerardo Guinea Diez
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