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¿Corrupción? ¡Cuidado! No nos dejemos engañar

Pedro Ixquiac

Pareciera que hoy día todo el mundo está atacando la corrupción, ¡el gran mal que nos aqueja a los guatemaltecos! Es fácil creérselo… ¡y hasta agradable! El mensaje que circula sería algo así como “por culpa de los políticos corruptos estamos tan mal”.

Pero ¡cuidado, compañeras y compañeros! La lucha contra la corrupción puede ser importante, pero no hay que engañarse: ¡ese no es nuestro principal problema!

Lo que presentan insistentemente los medios de comunicación comerciales, el mensaje que nos vende la derecha por todos lados, la “moda” que parece haberse establecido, hace de “la corrupción” el peor mal de todos los males, una nueva plaga bíblica, el origen de todas nuestras desventuras. ¡¡Y no es así!!! No estamos pobres por los viáticos inflados que se cobró un funcionario, por el presupuesto público que se robó un diputado o un alcalde o por la sobrefacturación en alguna compra de un Ministerio. ¡No, para nada! La cosa es mucho más complicada. La lucha contra la corrupción es un distractor, una cortina de humo.

PedroIxquiac

Nuestra pobreza crónica es histórica. Llevamos siglos con este proceso. Nuestra pobreza no arrancó con el gobierno del Partido Patriota, ni con ninguno de los gobiernos de la así llamada era democrática. Pasaron ya varias administraciones desde que “volvió” la democracia, y seguimos exactamente igual de pobres. Como dijo Rosalina Tuyuc: “Nunca tuvimos tantos derechos como ahora, pero tampoco nunca tuvimos tanta hambre como ahora”. O sea que estas democracias formales, que consisten básicamente en hacernos ir a votar cada cuatro años, no solucionan absolutamente nada de nada en relación a los verdaderos problemas del país, de la Guatemala profunda. Y si el actual presidente ganó las elecciones con la insulsa propuesta de “combatir la corrupción”, más allá que lo haga o no, eso es un puro engaño, porque así no toca para nada las causas profundas de la situación nacional.

Casi 60% de la población en estado de pobreza, desnutrición de las más altas del mundo, más de 20% de analfabetismo, racismo, machismo, 200 compatriotas que diariamente emprenden su camino hacia Estados Unidos en búsqueda de mejores oportunidades (como indocumentados, por supuesto), exclusión histórica de las grandes mayorías, impunidad, vergonzosa falta de justicia…, todo esto no es producto de la corrupción: es consecuencia de un modelo de país atrasado, casi semifeudal, cachureco hasta la médula, donde el indio no vale nada y donde el país es manejado como finca. El presidente, en ese sentido, no es más que el caporal de turno.

Hoy día no existe Ley de Vagancia como en la época del dictador Jorge Ubico, pero los miembros de los pueblos originarios seguimos siendo tratados como animales, acarreados en camiones desde nuestras aldeas hacia los cortes de caña o café. ¿Acaso solucionó eso la mentada democracia? ¿O acaso le interesa solucionarlo alguna vez? Y las mujeres indígenas siguen siendo las “Mariítas”. ¿La preconizada lucha contra la corrupción va a entrarle a ese bochornoso tema, más propio del siglo XIV cuando llegaron los conquistadores que de una nación moderna?

El presidente de turno es un simple administrador del Estado, siempre defendiendo los intereses de la gran oligarquía o de las empresas multinacionales. Las decisiones finales, lo sabemos, se toman en ese edificio grandotote que está en la Avenida Reforma, donde todas las mañanas muchos de nuestros hermanos hacen largas filas buscando su visa para un sueño. Todas las leyes que se sacan, todas, todititas, son para beneficio de los acaudalados explotadores de siempre. Y muchas veces las sacan a escondidas, a medianoche, porque los “padres de la patria” no tienen el valor de hacerlo en forma pública y abierta (porque saben que están legislando para esa minoría, siempre en contra de la “indiada”).

Si alguno de estos funcionarios crápulas –que, no caben dudas, son unos reverendos malnacidos- se roba parte del presupuesto, es un ladrón, así de simple. En la República Popular China a esos corruptos de una vez los fusilan. Acá, por supuesto que no. ¡Hasta tienen cárcel de lujo!, o pagando una buena fianza salen libres. Compañeras y compañeros: ¡cuidado!, no nos dejemos engañar. La llamada lucha contra la corrupción es una estrategia que ideó el imperio, y que la genuflexa y pusilánime oligarquía nacional implementa.

Pero insistamos: no es ese vuelto que se quedan en el bolsillo estos sátrapas abominables la causa de las penurias de la clase trabajadora, de la gran mayoría, indígena en lo fundamental. ¡Es la injusticia estructural sobre la que asienta la sociedad guatemalteca desde hace siglos! La explotación inmisericorde de los trabajadores, la injusta distribución de la riqueza social, la impunidad que permite todo eso, ¡esa es la verdadera y única causa de nuestros males!

La corrupción, por supuesto, es algo detestable, infame, asqueroso; así como lo son otras tantas cosas: el adultocentrismo, la homofobia o los prejuicios contra un joven tatuado. Pero no es la corrupción lo que produce nuestra pobreza. Supongamos que este período presidencial, con el comediante Jimmy Morales en la presidencia, se dan duros golpes a la corrupción en el gobierno (para muestra: las denuncias de plazas fantasmas en el Congreso, o de los contratos viciados con empresas espurias, o de alcaldías lavando narcodólares, etc., etc.): ¿cambiaría la situación de los pobres en Guatemala con esas denuncias y una CICIG que hace como que lucha contra la impunidad? ¿Terminaría el racismo atroz que aún reina con todo este show bien orquestado? ¡¡¡Ni por asomo!!!

Además, siendo sinceros, consideremos lo siguiente: ¿por qué tantos políticos y funcionarios públicos son asquerosa, infamemente corruptos? ¡¡Porque eso está ya en nuestra cultura!! Es varias veces centenario, viene desde la colonia, de los repugnantes conquistadores y encomenderos que vinieron a saquear y luego compraban títulos nobiliarios. ¡No nos hagamos los puros y transparente ahora! Si un funcionario hace lo que hace (roba, falsifica, miente, crea cargos fantasmas, se queda con vueltos, etc.) eso es porque ¡cualquier guatemalteco o guatemalteca puede hacerlo! ¿O somos todos tan pero tan probos, virtuosos y honestos? Baste mirarnos un poquito y veremos que la corrupción es un mal enquistado en forma cultural, histórica, profunda: ¿quién no ha ofrecido “mordida” alguna vez? ¿Cómo entender si no que un pobre y desocupado “venda” lugares en una fila? ¿Quién no recurrió alguna vez a un “güisache” porque es más barato que un licenciado? ¿No se venden tesis universitarias acaso? ¿Quién no compró algo de contrabando, o “chafa” (películas, programas computacionales), o provenientes de un “furgonazo”? ¿Todos los que lean este opúsculo pagan prestaciones sociales a la empleada doméstica que probablemente tengan en la casa? No solo los “políticos corruptos” van a comprar cosas robadas al Mercado del Guarda… ¡Cuidado, muchá! Que no nos sigan dando atol con el dedo.

Podríamos seguir con una muy larga lista de hechos corruptos cotidianos. Pero no es esa la intención, sino mostrar que, aunque duela admitirlo, la corrupción está entre nosotros. También entre los pobres (digámoslo con franqueza: ¿no intentan cobrar doble viático cuando se puede?, ¿no se compran facturas para pagar menos impuestos ante la SAT?). La corrupción es un mal endémico, cultural. Terminarla sería muy bueno, pero no es con ella con la que se acabarían los problemas nacionales. Luchar por una mejor Guatemala es ¡luchar contra las injusticias sociales estructurales!

Si ahora el embajador gringo sale impetuoso a hablar contra este mal como una nueva plaga bíblica que ha caído sobre nuestros países y reclama una CICIG para los otros países del Triángulo Norte de Centroamérica (declarado de prioridad básica para su estrategia de seguridad nacional), ahí hay gato encerrado. ¡Mucha lucha contra la corrupción, pero que la situación económico-social siga igual!

Insistamos muy enfáticamente con esto: luchar por una mejor Guatemala es ¡luchar contra las injusticias sociales estructurales!