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Un “thriller” político sobre el “caso Mincho” y la firma de la paz.

A mediados de los 90 confluyeron una serie de intereses económicos y políticos que desembocaron en la firma de la paz en Guatemala. El capital corporativo transnacional necesitaba asentarse en el país. La oligarquía –improductiva y rentista– ambicionaba asociarse a él porque no estaba dispuesta a hacerle la competencia y, para ello, tenía que privatizar activos del Estado a fin de recibir a aquel capital en calidad de socia minoritaria. Para desentenderse del desarrollo económico nacional, el Gobierno y la oligarquía le entregaron a la cooperación internacional todo lo relativo a la problemática social.

Por su parte, los “militares de la paz” ambicionaban controlar el Estado y los “militares de la guerra” querían asegurarse de que la infraestructura por ellos formada durante el conflicto armado –junto a sus pares “de la paz”– permaneciera funcionando para la expansión de la narcoactividad, el secuestro, el robo de autos y la trata de personas. Esto hizo que las mafias militares vieran en la firma de la paz una oportunidad de trabajar juntas mediante un pacto de no agresión, como pasa en las mejores familias sicilianas.

Pero como la guerra era un buen negocio para la cúpula militar contrainsurgente y también para la cerrada comandancia guerrillera, era necesario convencerlos a ambos mediante argumentos contantes y sonantes. Fue aquí cuando la ONU se convirtió en el factor que legitimó el negocio de la paz prometiendo millonadas para las partes, así como el escamoteo legal para los crímenes de guerra cometidos por los dos bandos (un 3% por la guerrilla y un 98% por el ejército). Y fue así como una guerrilla militarmente derrotada y un ejército condenado por el Pentágono a recluirse en los cuarteles y alejarse momentáneamente del Estado, firmaron la paz que conocemos –destinada a enriquecer oligarcas y a hacer del país un paraíso del delito organizado– en 1996.

Pero hubo un hecho que puso en peligro este negociazo y fue un secuestro hecho por una organización guerrillera cuando el cese del fuego ya había sido firmado. En este contexto surge la misteriosa figura de un combatiente cuyo seudónimo fue “Mincho” y cuya existencia fue negada tanto por el ejército y el Estado como por sus propios compañeros de guerrilla. ¿Por qué? Porque él puso en peligro la firma de la paz, es decir, el comienzo de la Guatemala que vivimos desde 1996: un país en el que reina el caos político, la corrupción, la violencia generalizada, las olas privatizadoras, el fascismo oligarca, la traición de algunos de los dirigentes de la izquierda guerrillera a sus propias bases y principios, y la ausencia de futuro como país (no digamos como nación). Aunque, claro, la firma de la paz no se ofrecía de este modo, sino como el inicio de una nueva era de democracia y justicia social.

Estos criterios sobre la “paz” que nos aqueja los he expresado innúmeras veces en varios libros y artículos. Por ello, en el 2009 terminé de escribir una novela cuyo telón de fondo son los hechos apuntados. Se trata de un “thriller” político que fue finalista del Premio Herralde de Novela 2010, y que por esta razón fue publicado en Barcelona por Vaso Roto Ediciones en el 2012 y presentado en octubre pasado en la Feria del Libro del Zócalo, en México DF. La novela acaba de llegar a la Librería Sophos (Q.190.00). Tiene 315 páginas y –dicen que– se lee de un tirón. Eso me propuse.

Por su parte, los “militares de la paz” ambicionaban controlar el Estado y los “militares de la guerra” querían asegurarse de que la infraestructura por ellos formada durante el conflicto armado –junto a sus pares “de la paz”– permaneciera funcionando para la expansión de la narcoactividad, el secuestro, el robo de autos y la trata de personas. Esto hizo que las mafias militares vieran en la firma de la paz una oportunidad de trabajar juntas mediante un pacto de no agresión, como pasa en las mejores familias sicilianas.

Mario Roberto Morales
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