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Gentilicios que duelen

lucha libre

Lucía Escobar

Cada vez que llega septiembre con su lluvia de parafernalia azuliblanco y su sobredosis de patriotismo light me hago las mismas preguntas que muchas veces quedan sin respuesta. ¿Qué es ser guatemalteco? ¿En dónde está la esencia de tal gentilicio? ¿Somos guatemaltecos por nacer en este lugar de muchos árboles (cortados)? ¿O por amar este terruño? ¿La sangre que corre por nuestras venas define nuestra nacionalidad? ¿O es nuestra actitud cívica?

¿Somos guatemaltecos aquellos que nacimos entre dos océanos, dos importantes sierras y entre más volcanes de los recomendados en un espacio tan pequeño? Nuestros ecosistemas son tan variados que incluyen: manglares, humedales, desiertos, bosques nubosos, selva tropical y más. Aquí se hablan 23 idiomas mayas y convivimos garífunas, xincas, mestizos y maya descendientes. La diversidad es nuestra fuerza y nuestro conflicto. Recién salimos de una larga guerra que nos dejó desangrados, divididos y recelosos. No hemos logrado recuperarnos de años de colonialismo y explotación. Nuestra identidad se encuentra constantemente en construcción y bombardeada permanentemente por los poderosos países del norte. Presumimos de una independencia de papel, tan frágil como nuestra mentada democracia y como nuestras instituciones.

Guatemalteca. Repito la palabra en voz alta y no sé si me identifico con ella. Si ser guatemalteca es cantar el himno nacional, pegar banderitas en el carro, negar que somos racistas y estar dispuesta a matar por defender el fútbol nacional, entonces pueden llamarme traidora. No tengo nacionalidad. No me mojo cuando veo el escudo de armas, hace años que no le juro a ninguna bandera, ni creo que realmente existiera Tecún Umán. Me da alergia el nacionalismo, las monjas blancas me parecen cursis, nunca en mi vida he visto un quetzal vivo volar y el himno nacional me parece un canto de guerra retrógrado y aburrido. No me gusta que esta patria sea del criollo, del blanco y del rico. No me gusta que los chapines sean unos zapatos altos que servían para no pararse en la mierda y que ahora sea así como nos autonombramos.

A mí me gusta la patria india, la que anda descalza, la que se camina, la que huele a incienso y copal, la que todavía se cree en tierra de árboles, la que tiene una cultura milenaria, la que se sube al palo volador, la que come jocotes, la que escupe jade y obsidiana, la que esculpe maravillas en piedra e imita el canto de los pájaros. Me gusta la Guate solidaria y no la Guate linchadora.

La bandera que me identifica no es de plástico, en todo caso es de nubes blancas bailando sobre el azul del cielo o paseando contentas frente a los volcanes. Pero en realidad no me gustan las banderas. Tal vez quisiera una pero que estuviera llena de colores y fuera realizada en telar de cintura. Entonces si me envolvería en ella, y andaría por el mundo, orgullosa de la diversidad que nos atraviesa en lo metafórico y en lo geográfico.

La diversidad es nuestra fuerza y nuestro conflicto. Recién salimos de una larga guerra que nos dejó desangrados, divididos y recelosos. No hemos logrado recuperarnos de años de colonialismo y explotación.

laluchalibre@gmail.com

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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