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Sobre una conversación con gente interesada en mi “jirón patrio”.

Me encuentro en Tampa con dos amigos: uno es profesor de la University of South Florida y el otro un pastor episcopal, a quienes acompañan otras amistades; y comenzamos un intenso intercambio de ideas sobre Estados Unidos y la crisis capitalista mundial. De pronto, inquieren sobre Guatemala. Las preguntas gringas son directas y obedecen a criterios establecidos por la propia experiencia estadounidense, lo cual dificulta la interlocución porque no es fácil responder con exactitud a interrogantes como ¿hay indígenas y mujeres en el Congreso?; pues si uno dice a secas que sí, ellos coligen que la democracia avanza en el país, y esa conclusión no es correcta.

Ocurre algo parecido cuando le preguntan a uno si la violencia por motivos políticos e ideológicos se ha disparado con el actual gobierno, porque si uno responde a secas que no, ellos deducen que la cúpula militar está fortaleciendo la justicia, y esto no es cierto. Es necesario, pues, hacer “el análisis concreto de la situación concreta” para poder explicar las cosas en su dinámica específica y en sus diferentes desarrollos.

En el caso de mis dos amigos, esto no es problema porque ambos saben lo que aquella frase significa. Pero con los demás la cosa se complicaba, y debí recurrir a un juego de códigos culturales que me permitiera hacerme entender por todos. Si es difícil que la gente que no es guatemalteca comprenda por qué Ríos Montt sacaba más votos en las regiones en las que con más violencia asesinó a indígenas indefensos, o por qué Menchú obtenía menos votos en su pueblo natal, mucho más lo es explicar por qué un gobierno civil encabezado por una cúpula militar ofrece resultados positivos en cuanto al combate a la violencia del delito organizado, aunque se le deban atar las manos cuando, casi por instinto, pretende aplicar las mismas fórmulas militares de las fuerzas de tarea para lidiar con conflictos estudiantiles o agrarios. Cuesta explicar que una cúpula militar que se entrega a los intereses del capital corporativo transnacional –en el caso de la minería y otras industrias extractivas y monocultivos dañinos para el ambiente– sea atacada por la oligarquía local porque no la obedece en todo lo que le ordena.

Tratando de salir con bien de tan trabajoso empeño, recurrí a la ironía para responder a algunas preguntas de personas menos versadas en “el análisis concreto de la situación concreta”, de modo que cuando alguien me preguntó si había “parques temáticos” como los de Orlando en Guatemala, respondí que había varios, y cuando inquirieron sobre cuál era el más cercano a la capital, respondí que era uno llamado Antigua, cuyo tema era “la vida en la Colonia”.

También dije que había otro, mucho más alejado, llamado El Mirador, cuyo tema era “la vida de los mayas”. Y que había varios cuyo tema era “la muerte y las maras”, los cuales se ubicaban en las zonas conurbadas de la capital. Indiqué que se podían comprar paquetes turísticos que, según el precio, les permitirían a los turistas liquidar a dos, tres, cinco o diez mareros en cada incursión que hicieran a estos parques con los amigos de Vielmann, Sperissen y Giammatei, quienes –con el empuje empresarial que los caracteriza– garantizaban una genuina cuanto inolvidable “experiencia extrema”. Las carcajadas me indicaron que había ofrecido una efectiva versión de mi país y de la “VIP gang” que lo “dirige”.

 

Mario Roberto Morales
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