Ayúdanos a compartir

El narcisismo de los esclavos

Juan Villoro

Somos los primitivos de una nueva era, dominada por la realidad virtual. Nuestra situación es similar a la de los seres rupestres que inventaron el cuchillo y no le encontraron mejor uso que encajarlo en la barriga de un prójimo. Tuvieron que pasar siglos para entender que ese instrumento también servía para preparar sashimi corte fino.

La comunicación en red ha permitido acceder en forma instantánea a numerosas fuentes informativas, beneficio decisivo para sociedades autoritarias o periféricas. Sin embargo, también ha traído conductas que rompen el trato cívico. Paul Virilio señala que cada tecnología produce su accidente (la electricidad «inventa» el apagón). También produce un nuevo salvajismo. Cuesta trabajo entender las responsabilidades que comporta un sistema operativo novedoso.

El asunto se vuelve más peliagudo cuando dicho sistema sirve para comunicar antes de que el usuario pueda recapacitar. Millones de personas se integran al torrente de las redes sociales, confirmando que en la sociedad del espectáculo nada importa tanto como ser visible. En la época de los reality shows y la autoficción consagrada a la minuciosa tarea de lavar la ropa interior, las redes permiten que la intimidad se vuelva pública. Subimos fotos a Instagram y Facebook para dar testimonio de la vida privada. El secreto, la ambigüedad, la discreción y las veladuras, formas esenciales de la comunicación, son sustituidas por la franqueza sin trabas de la transparencia. La paradoja es que, en aras de expresar un recóndito arrebato, los usuarios se integran a una tendencia colectiva que pulsa like en Facebook. Estamos ante lo que Richard Sennett llama «una igualdad opaca».

La palabra más engañosamente eficaz de Twitter es «seguidores». A medida que aumenta esa cauda de curiosos, quien escribe siente que ejerce un liderazgo. Sin embargo, las razones para «seguir» a alguien son misteriosas. Hace unos años, un político que poco después presidiría un partido me dijo: «Cada vez tengo más seguidores en Twitter, pero también recibo más mensajes negativos». De modo más apropiado, quienes están pendientes de una persona deberían ser llamados «vigilantes». Pero el éxito de la plataforma depende de sugerir que las palabras producen seguidores.

Aunque Twitter ofrece aforismos y epigramas que algún día serán clásicos, su aspecto dominante es otro. Los trolls, los robots y la simple estupidez humana crean un torrente que hierve sin objeto aparente. El capitalismo digital ha encontrado el modo de desahogar el descontento sin efectos reales. Aunque de vez en cuando la animosidad produce un cambio en la arena pública, en la mayoría de los casos somos testigos de un repudio mimético, provocado por el deseo de sumarse a una corriente de fastidio.

El capitalismo digital ha encontrado el modo de desahogar el descontento sin efectos reales.

En ocasiones, un linchamiento parte de una información errónea. Se acusa a alguien de un acto agraviante. Pero verificar eso llevaría dos minutos de búsqueda, lapso que equivale a una eternidad en la era de la precipitación digital. Resulta preferible dar por bueno el pretexto que permite desahogarse.

El filósofo de la comunicación Franco Bifo Berardi, fundador de Radio Alicia, señala que la principal limitación del activismo en red es permanecer dentro del orden digital. No hay una aplicación que permita, al modo de Pokémon Go, pasar de la pantalla a la plaza.

Creyendo realizar un acto de liberación individual, el tuitero se integra a una conducta generalizada, a fin de cuentas inocua. De acuerdo con el filósofo coreano Byung-Chul Han, las redes son un presidio donde los reclusos construyen su propio encierro y se exponen en un «mercado panóptico»: «La exhibición pornográfica y el control panóptico se compenetran. El exhibicionismo y el voyeurismo alimentan las redes como panóptico digital. La sociedad del control se consuma allí donde su sujeto se desnuda no por coacción externa, sino por una necesidad engendrada en sí mismo».

Cada escándalo es relevado en la red por el escándalo del siguiente minuto. «La vida es lo que sucede mientras hacemos otras cosas», dijo John Lennon. En la era virtual, la vida ha quedado aún más lejos. Abismados en las pantallas, los esclavos despotrican para sentir que existen. Fascinados ante el espejo digital, se integran a la red donde todos se miran a sí mismos, reforzando sus cadenas.

Fuente: REFORMA [http://www.reforma.com/]