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No estoy llorando

Lucía Escobar

No se puede hablar de la muerte sin pasar también por la vida. Son las dos caras de una misma moneda, los dos filos de una navaja, los lados de un espejo. En la cosmovisión maya, ésta dualidad no se esconde ni se sataniza. Se entiende y se toma en cuenta que la luz y la oscuridad son inseparables, que la noche sigue al día y viceversa. Somos una sucesión de amaneceres y ocasos constantes que marcan los ciclos de la existencia aquí en la Tierra.

Y es que a pesar de que nacemos para morir, nada nos sorprende tanto o nos descompone como la muerte de un ser querido. No hay filosofía ni religión que consuele a un corazón tocado por el aletazo gélido de la muerte. No hay palabras de aliento ante la ausencia eterna que nos espera a los que nos vamos quedando de éste lado.

La muerte con su ágil guadaña arranca de raíz la vida. Pero no le da tiempo de acabar con todo porque con la misma rapidez la vida se cobra cada muerto. La vida va esparciendo semillas, semillas tan poderosas que se imponen y le ganan la batalla a la muerte, pero solo por un tiempo. Porque la muerte no se detiene, con su ágil guadaña arranca de raíz la vida. Y así, infinitamente. Y en los resquicios de esa lucha de vida y muerte, sucede nuestra efímera existencia en éste plano, el lugar donde queremos dejar huella, o al menos tocar a algún corazón.

La muerte tan definitiva, es una maestra cruel y exquisita. No deja de dar lecciones, golpea y grita fuerte, aunque es amiga íntima del silencio.

La muerte nos quitará siempre lo que más amamos. Y sin embargo es incapaz de hacerlo completamente bien ya que no tiene poder sobre la memoria. La muerte no borra recuerdos, no desaparece sentimientos, no puede contra el amor. La muerte solo puede llevarse el empaque, la cáscarita, lo físico pero no tiene potestad sobre lo intangible. Es incapaz de atrapar o desaparecer la energía que deja la existencia, no puede matar el espíritu porque éste pertenece a una dimensión que escapa de las leyes de la física y del entendimiento.

Los vivos, aprendemos a vivir diariamente con la ausencia, aprendemos a disimular los murmullos con los que nos comunicamos con nuestros muertos, y convertimos los recuerdos en lugares cálidos a donde ir a refugiarnos.

Y es por ahí por donde creo que los muertos logran vivir un poco más; porque los recordamos, reímos con ellos, pensamos en ellos, hablamos de ellos. Porque nos acompañan, nos consuelan, nos abrazan y nos enseñan a creer en algo más, aunque sea en la ilusión de volverlos a sentir en nuestras vidas.

Así que sí un día me ven hincada frente a su tumba, sabrán que no estoy rezando; estoy sembrando, no estoy llorando; estoy regando.

Fuente: [https://laluchalibreblog.wordpress.com/2016/11/02/no-estoy-llorando/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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