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Jaime Barrios Carrillo

¿Por qué se empeña la muerte en matar, vanamente, a la vida, si la más humilde semilla rompe la piedra más fuerte?
Luis de Lión

En el Popol Vuh encontramos el reino de Xibalbá o el inframundo subterráneo y sombrío, gobernado por las deidades de la enfermedad y de la muerte Hun-Camé y Vucub-Camé. Nos interesa aquí retomar la simbología maya en relación al paso del mito a la existencia, es decir la actualidad sorprendente de los mitos. ¿Cómo se ha manifestado ese terrible Xibalbá y sus feroces señores en la historia social del pueblo guatemalteco?

El 29 de mayo de 1999 el Archivo Nacional de Seguridad por medio de Kate Doyle, experta en archivos del Departamento de Estado de Estados Unidos, dio a conocer al mundo la existencia del Diario Militar o “Dosier de la Muerte”, donde se consigan sistemáticamente 183 casos de secuestros cometidos por el Ejército de Guatemala de ciudadanos clasificados como opositores por la Doctrina de Seguridad Nacional. Fueron sometidos a torturas y la inmensa mayoría asesinada de manera extrajudicial, desapareciendo los cuerpos de las víctimas. Algunos esqueletos hallados años después en fosas comunes en destacamentos militares han sido identificados, entre ellos Sergio Linares y Amancio Samuel Villatoro, encontrados en el destacamento de San Juan Comalapa, Chimaltenango, donde se localizaron 220 osamentas humanas enterradas, la mayoría con claros signos de haber sufrido violencia física. Se trata de una funesta representación que metafóricamente podíamos comparar con Xibalbá, el reino de la muerte.

El escritor indígena Luis de Lión aparece en el Diario Militar como el número 135 y se consigna que fue “capturado” el 15 de mayo de 1984 y asesinado 22 días después. Aparece escrito a mano el número clave 300 que significa “ejecutado” en los códigos del Diario Militar. Es importante resaltar que este Diario Militar ha sido admitido como prueba de desaparición forzada contra el Estado guatemalteco en la Corte Interamericana de Derechos Humanos –CIDH– en 2012.

No acercamos a casi cuatro décadas desde la desaparición forzada y asesinato de Luis de Lión. Lo recordaremos siempre como el creador brillante, el poeta, el profesor rural, el catedrático universitario, el luchador social. No tuvo derecho a juicio ni defensa alguna. Las fuerzas armadas del Estado violaron las reglas básicas del Estado de derecho. Cuando se mata por razones de Estado, el Estado pierde la razón, como sucedió tantas veces durante el conflicto armado interno en Guatemala.

Si bien es cierto que el Estado guatemalteco reconoció hace unos años la responsabilidad de su secuestro por parte de fuerzas de seguridad y se pidió perdón a la familia, la pérdida de un ser con aquella naturaleza tan creativa y tan humana como la que tenía Luis de Lión, resulta irreparable. Perdimos todos, la familia, los amigos, la literatura.

Augusto Monterroso en una entrevista concedida al crítico uruguayo Jorge Ruffinelli, señalaba que la censura en Guatemala podía ser un balazo en la cabeza. Y no exageraba, si nos atenemos a la cantidad de escritores y periodistas que sufrieron la persecución punitiva directa de las fuerzas de seguridad del Estado entre 1962 y 1996, año en que se firman los Acuerdos de Paz. Son conocidos los nombres de Otto René Castillo, Alaíde Foppa, Óscar Arturo Palencia, Irma Flaquer, José María López Valdizón y Roberto Obregón, entre otros. Es oportuno recalcar que la persecución contra las letras se convirtió en el siglo pasado en una práctica infame en el país. Por ejemplo el diario Impacto del 24 de abril de 1971, informaba de un encuentro armado en la capital. Reproducía el desaparecido periódico, un comunicado de las fuerzas de seguridad que presentaba a los “jóvenes con libros debajo del brazo”. Este hecho ilustra lo que el escritor Huberto Alvarado Arellano, asesinado por la Policía después de ser detenido, llamaba con ironía “el delito de leer” y que contraponía a su proclama de “el derecho de leer”. La grave deficiencia de lectura en Guatemala ha significado un mal social que afecta no sólo la vida cultural sino impide el mismo desarrollo.

Ya desde la época del general Ubico hubo una estigmatización de los escritores. El secretario privado del general Jorge Ubico, Carlos Samayoa Chinchilla, en su libro de memorias El dictador y yo da cuenta del odio que Ubico sentía por la gente que escribía que consideraba vagos y de tendencia comunista. Carlos Orantes, poeta del siglo pasado, acuñó la frase de que para los escritores guatemaltecos solo había tres alternativas: “el encierro, el destierro y el entierro”. Habría que agregar una alternativa más a la negra profecía de Orantes: el olvido, por la falta de memoria histórica en la sociedad guatemalteca, la indiferencia social, el desconocimiento de la historia reciente y la estigmatización de las víctimas del conflicto armado.

Cuando los poderes ocultos del fascismo guatemalteco niegan los crímenes e intentan borrar la memoria histórica, dándole la espalda al mundo civilizado, resulta preciso recordarlo. Más ahora que se intenta desprestigiar los procesos judiciales que han logrado enjuiciar a militares y policías asesinos durante el conflicto armado. El país necesita su propio Núremberg.

De ahí que rememorar estos hechos trágicos, nos lleva también a la obra dejada por Luis de Lión. Se trata de un legado literario que aunque truncado por la violencia ilegal del Estado en aquella época dolorosa y terrible, mantiene una vigencia estética y un valor intrínseco. Este hijo insigne de San Juan del Obispo escribió la formidable novela El tiempo comienza en Xibalbá, publicada póstumamente 13 años después de su desaparición forzada. En su pueblo natal la familia ha levantado un museo de su memoria.
La novela de Luis De Lión se ha prestado para teorizaciones de todo tipo, con frecuencia en la línea de la etnointerpretación como texto escrito en castellano por una mente indígena. De esta manera, críticos como Lorena Carrillo han hablado de una “voz fragmentada” en una especie de desdoblamiento narrativo. Arturo Arias remarca en cambio las categorías del lenguaje y “las diversas voces que construyen el texto”. Sobresalen ciertas simbologías: creación y fecundidad del mundo y descubrimiento de la autoconciencia, en la base de los mitos de Xibalbá como origen y como infierno. La obsesión por el paso del tiempo y la ilusión de la eternidad (recurso de la atemporalidad en el texto) lograda con la depuración de casi todas las marcas contextuales. Ante todo, es un libro de espesura poética luminosa dentro de un erotismo elaborado.

Luis de Lión nos recuerda con su novela el carácter mágico y trágico del país, que se ha debatido entre mitos sublimes y realidades brutales, entre los desaparecidos (uno entre esos miles es el mismo Luis de Lión) y los aparecidos: los fantasmas y demonios del imaginario popular. Obra que retrata el campo guatemalteco sin la idealización costumbrista ni el maniqueísmo moralista. Y podemos recordar entonces, siguiendo la línea de la utopía representada en el Popol Vuh, que los señores de Xibalbá serán vencidos al final.

Luis de Lión es desde luego más que su emblemática novela. Como poeta sobresale en Poemas del volcán de Fuego y Poemas del volcán de Agua. Como cuentista en Los zopilotes, Su segunda muerte y especialmente en La puerta del cielo y otras puertas. En este tiempo de confinamiento y pandemia puede ser una opción instructiva e interesante leer los libros de Luis de Lión publicados por Ediciones del Pensativo.

Fuente: [elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

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