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“Usted no sabe quién soy yo”

Dar mate a la corrupción y a la impunidad imperante no es solo un tema de fortalecer el sistema de justicia.

Marcela Gereda

¿Quién no ha escuchado y dicho “el que no tranza no avanza”?, ¿quién no ha sabido que ciertas empresas desvían ríos para regar sus cultivos?, ¿quién no ha visto esta escena: un letrero donde diga “no tirar basura, multa Q500.000” y alrededor un basurero asqueroso? Seguro todos lo hemos visto, porque es un lugar común que nos revela que aquí el castigo y cumplimiento de la ley son inexistentes. Hay entre nosotros un sentimiento común y tácito de que estamos por encima de la ley.

¿Por qué se dice que los gringos respetan las filas y los latinoamericanos no? No es porque los gringos sean más “ordenados” y “respetuosos”, sino porque saben que por cada regla rota hay una sanción.

En América Latina como sabemos que no hay consecuencias al desobedecer las leyes, una y otra vez nos pasamos las leyes por el arco del triunfo. ¿quién no ha conducido ebrio y quién no se ha estacionado donde dice “no estacionar?, ¿quién no se ha pasado semáforos en rojo y quién no ha sobornado alguna vez?

Los latinoamericanos en general y los guatemaltecos en particular somos hijos de una historia de saqueo perpetuo en la que los poderosos sabían (y saben) no solo que podían estar por encima de la ley, sino retorcerla para su beneficio. Hace poco vi a una persona de mucho dinero entrar al aeropuerto donde solo pueden entrar los que viajan, el policía de entrada le dijo al señor: “perdone no puede pasar”. A lo cual el primero respondió: “usted no sabe quién soy yo”. Esa lógica es arquetípica de nuestra cultura.

La corrupción está incrustada en nuestro imaginario y en nuestras prácticas cotidianas. En México, el economista y funcionario público Virgilio Andrade, se ha dedicado a estudiar la corrupción como fenómeno cultural. Dice: “la corrupción como fenómeno cultural responde a un incentivo racional, que es la obtención de una rentabilidad y esta racionalidad está presente en todos”. De acuerdo con él, la corrupción debe de atacarse desde la educación, y no solo metiendo a la cárcel a los funcionarios que realicen esta práctica.

En Colombia, el periodista Hugo Malagrón dice: “esa sensación (certeza en algunos casos) de estar por encima de la legalidad se expresa y se asume de forma casi inconsciente en los compartimientos de todos los días de la sociedad.  En ese entorno: mentir, engañar, abusar de la confianza y del poder, ocultar información, maltratar, despreciar, humillar, robar… son acciones y decisiones ya no solamente aceptables, pues ya ni siquiera se entienden como corrupción, sino incluso como ‘deseables’ y ‘recomendables’ en todas las instancias de la sociedad: la empresa, el gobierno, la escuela, la vía pública, la familia…”

En una encuesta sobre corrupción en México los resultados revelaron que una de cada tres personas afirmaron haber participado en sobornos y solo 1 de cada 200 fueron denunciados.

En Brasil, el asunto de Petrobras o el de la mayor constructora Odebrecht, cuyo dueño se encuentra hoy tras las rejas condenado a 19 años y cuatro meses de prisión por otro caso de corrupción.

Aquí en Guatemala todos participamos de la cultura de la corrupción en ella es imprescindible que veamos el problema de fondo: que la lucha contra la corrupción no es la causa de los males de nuestro país, sino el efecto de un sistema corrupto que para funcionar y mantenerse, necesita de una forma de hacer política y construir Estado marcada históricamente por una cultura de corrupción.

El engaño y la tranza es parte intrínseca de todos nosotros. Y porque hemos permitido históricamente que un pequeño grupo se sienta por encima de la ley y retuerza las leyes a su antojo y conveniencia es que aquí no solo tenemos un sistema de valores retorcidos, sino que la mayoría no vive, sino sobrevive, por esa economía de monopolios en la que no existe la libre competencia, y en la que la mayoría no tiene oportunidades de desarrollo y dignidad. Es decir, perpetuamos una cultura de privilegios.

Dar mate a la corrupción y a la impunidad imperante no es solo un tema de fortalecer el sistema de justicia, voluntad social por construir una sociedad desde el cambio cultural cimentado en prácticas éticas, sino debe ser un cambio estructural desde un sistema de educación que hoy es inoperante e ineficaz. Mientras no se cambian las estructuras ni se refunde el contrato social que ha marcado la vida desigual y excluyente de la sociedad guatemalteca, seguiremos bajo la sentencia de Bolívar cuando profetizó: “nunca seremos dichosos”.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/opinion/2018/02/19/usted-no-sabe-quien-soy-yo/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcela Gereda
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