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Antonio Mosquera Aguilar

El pasado se desdibuja, la debilidad de la memoria no alcanza a mantener los datos; sin embargo, se mantiene el sentimiento. Vale la pena renovarlo. Hace 43 años, el 6 de marzo de 1980, fue asesinado Alejandro Cotí. La cicatriz marca las pasadas heridas abiertas en la convicción de lucha, las lágrimas se han secado después de haber empañado la vista de sus compañeros universitarios, la huella sobre la fértil tierra de su marca familiar no es moldeable, pues los veranos la secaron como un surco firme. Es el pasado no vivido por la generación que compone la ciudadanía activa de hoy. Tampoco está presente el ejemplo demandante de consecuencia para la juventud vagabunda en campos deportivos o aulas sin profesores. La alusión al líder se ha borrado por el paso del tiempo, en el estandarte donde se vertebran las reivindicaciones de lucha social.

Por ello, para recordar al amigo, al líder, al ejemplo, al hijo, al hermano, al padre, era necesario contar con la pasión encausada en la dilatada experiencia de Julio C. Palencia. Este poeta y filósofo de la ciencia, cuyos poemas ocupan más de una decena de libros, además de innumerables ensayos, traducciones y artículos de divulgación científica, se tomó el tiempo para reunir memorias, análisis y sentimientos sobre el ejemplo ciudadano de Alejandro Cotí. Se entrevista a la madre de Cotí.

Este joven fue sacrificado por sicarios abyectos para mantener privilegios, impedir las iniciativas de progreso y apagar la libertad de espíritu. Se le presenta en el texto como hijo, estudiante entusiasta en la vida universitaria, en el estudio, organizaciones gremiales, aficionado al canto y promotor de la responsabilidad social. El marco es la facultad de Ingeniería de la Usac, donde se manifestaban ilusiones para concretar un futuro profesional acompañado de responsabilidad social y participación en la política nacional. Allí prosperó una promesa truncada por la gravedad de los tiempos. En el libro hay recuerdos de su condiscípula Carmen Cerna sobre la integridad de sentimientos y la vocación de conversar con sus compañeros universitarios sobre impronta de los acontecimientos que moldeaban en ese tiempo, la vida de la juventud. O el recuerdo solidario referido de parte de sus amigas salvadoreñas por la poetisa Dora Olivia Magaña.

Al dirigente se le matiza con la humildad de barrer la asociación estudiantil para conseguir un ambiente cuidado antes de una junta, el compañerismo de quienes habían estudiado en el Instituto Técnico Vocacional y hasta la abstinencia del licor para mantener la seriedad de las sesiones y discusiones, referido por Palencia.

Una leyenda se ha levantado sobre su importancia regional, argumentando su carácter internacionalista. Los viejos políticos centroamericanos de los años 80 ligados a la Cuarta Internacional en el istmo lo desean convertir en su adalid. También lo hacen los disidentes de corrientes revolucionarias en Nicaragua y Honduras. Son testimonios de pasados personajes deseosos de contar como partidario a un joven digno y honrado.

El historiador Erick Valdez, el exdecano Raúl Molina, el profesor César Barrientos, sus colegas Víctor Ventura, Miguel Alvarado, Herminio Quiroa, Víctor Valverth, su hermano y otros expresan en sus recuerdos el decoro del mártir.

¿Se justifica matar a jóvenes para impedir la libertad de la palabra? Quienes ordenaron el crimen están ocultos en países vecinos, quizás ya fallecieron. Pero no se puede enterrar la condena moral compartida de los ciudadanos que detestan la ignominia del asesinato como sistema de gobierno.

Al dirigente se le matiza con la humildad de barrer la asociación estudiantil para conseguir un ambiente cuidado antes de una junta, el compañerismo de quienes habían estudiado en el Instituto Técnico Vocacional y hasta la abstinencia del licor para mantener la seriedad de las sesiones y discusiones, referido por Palencia.

Fuente: [https://www.prensalibre.com/opinion/columnasdiarias/un-joven-martir/]

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