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Sujeto crítico y cambio social (2)

Ser crítico es ser capaz de ejercer el criterio.

Mario Roberto Morales

En el ideario liberal, la democracia moderna sólo puede operar sobre un sujeto abstracto llamado ciudadano, el cual es abstracto porque —para poder legislar para todos— la democracia no puede tomar en cuenta especificidades étnicas, raciales ni sexuales. Este sujeto es producto de la educación laica, gratuita y obligatoria, que lo instruye en cómo funciona el Estado y le forja una conciencia política sobre que en él reside la soberanía y el poder, los cuales él delega en los gobernantes porque los elige libremente para que representen sus intereses. Sobre esta base se construye una identidad nacional vigorosa, forjada por un Estado que brinda al ciudadano servicios públicos como educación, salud y vivienda. Si el Estado no los brinda, la identidad nacional y la lealtad ciudadana al Estado se debilitan. Para ser ciudadano pleno y con identidad nacional orgullosa, el sujeto democrático necesita ser, en el ideario liberal, un sujeto letrado y críticamente consciente de su ciudadanía, gracias a un Estado que se ocupa de él. Hasta aquí, el esquema ideal del sujeto democrático o del ciudadano en el liberalismo. Si el Estado no otorga servicios públicos ni defiende intereses ciudadanos, la identidad nacional crece mutilada por el discurso demagógico del patriotismo vacío, dando como resultado a un sujeto ignorante de sus derechos y con una identidad nacional tan débil como su baja autoestima. Este es nuestro caso.

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Pero, además del sujeto democrático, está también el sujeto del cambio social, el cual el liberalismo vio en el mismo ciudadano como actor de transformaciones graduales. Marx, empero, vio a este sujeto en el proletario industrial de Inglaterra y otros países europeos que transitaban la fase capitalista de la plusvalía relativa, es decir, aquella que se obtiene mediante el alargamiento de la jornada laboral, sobreexplotando la fuerza de trabajo, y no mediante el aumento tecnológico de la productividad, a lo cual el sistema llegaría después. Como buen liberal que fue (antes de ser “marxista”), Marx vio en el sujeto del cambio la deficiencia de la falta de educación y cultura letrada, y por eso ideó una dirigencia intelectual para el proletariado.

En América Latina, los criollos crearon un “Estado liberal” sobre una base económica feudal terrateniente, y esto impidió producir ciudadanos como los definidos arriba, así como originar una clase obrera industrial como la inglesa. Lo que sí produjo esta economía fue un capitalismo débil apoyado en la tenencia feudal de la tierra, productora de campesinos carentes de ella y otras pobrerías y, por ello, una democracia de opereta y una falsa ciudadanía iletrada, inculta y disfuncional para ser sujeto de cambios graduales, como mandaba el ideario liberal. En otras palabras, la modernidad económica y política quedó como asignatura pendiente aquí, y a eso se debió el ciclo de revoluciones modernizadoras que abarca la revolución mexicana (1910), la guatemalteca (1944-54), la cubana (1959), la chilena (1970-73) y la nicaragüense (1979), las cuales trataron de democratizar el capitalismo para hacerlo pasar de la plusvalía absoluta a la relativa, y de crear un sujeto democrático o ciudadano letrado y cívico —obviando sus diferencias étnicas, raciales y sexuales porque el único modelo era el europeo— sobre el que se fundara un Estado moderno. Esto nunca ocurrió —ya sabemos la razón— y es demasiado tarde para que ocurra. ¿Por qué?

Mario Roberto Morales
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