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Jaime Barrios Carrillo

Luis Cardoza y Aragón no quería saber de anclas ni de amarres. No amaba los puertos sino el navegar en océanos con forma de tiempo, es decir un río. Aquel niño pensativo que crucificaba su alma en los mástiles de los barcos que se van. Y que siempre estaba volviendo sin volver. Su Antigua, la Ipala del trópico en levitas.

No repetiré aquí lo que ya tanto se ha dicho: la poesía como prueba concreta, los aforismos, el retratista inigualable, el tema fundacional de la poesía hispanoamericana, sus conexiones con las vanguardias y su propia traducción de las mismas. No remacharé tampoco su limpia trayectoria en la vida pública. Ni siquiera abordaré al esteta que proclamaba que la crítica de arte también debería ser arte.

¿Cómo tratar entonces a Cardoza en su primer siglo? ¿Cómo atraparlo sin que el poeta acabe por atraparnos a nosotros y terminemos balbucenado cardozianadas o epigonías que él mismo hubiera rechazado?. No imitarlo al pie de la letra es ir entendiendo a Cardoza. Para no acabar repitiéndolo con letras sin pies ni cabeza. Quizás el mejor homenaje sea continuar el diálogo con Cardoza en el propio campo de sus textos. Volver a Cardoza para seguir creyendo que el futuro comenzó ayer.

Augusto Monterroso afirma que Luis Cardoza y Aragón es siempre motivo de homenaje. El mejor homenaje a un escritor son sus lectores. Cardoza respondiendo a una pregunta de Cristina Pacheco y citando a Paul Valery decía: un poeta existe sobre todo por el lector y para el lector. Para Valery era preferible tener cien buenos lectores, o sea lecturas duraderas y profundas que las de cien mil pasajeros olvidadizos. En este sentido Cardoza y Aragón no necesita de homenajes pero si de cien mil buenas y profundas lecturas. El poeta y crítico argentino Jorge Boccanera, en su libro «Solo venimos a soñar», afirma que el poeta guatemalteco continúa siendo uno de los secretos mejor guardados de la literatura hispanoamericana.

Cardoza nos ha ayudado mucho, nos seguirá ayudando. Imagen y paradoja que son las caras inversas de su río. Los dos rostros de Cardoza en el espejo de las obsidianas, de las latitudes donde las orillas son pañuelos y pasajeros. No le creamos todo como no se le puede creer todo a un Gregorio Samsa o a un tal Artemio Cruz. Los personajes viven en los libros. En esos libros que han cumplido la exigencia de Unamuno de hablar como los seres humanos y no lo contrario. Nada menos libresco que Cardoza y nada más Cardoza que sus libros: «El Río», «Quinta Estación», «Círculos Concéntricos», «La Nube y el reloj» y tantos otros.

Odiaba a los cazadores de cenizas. Premonición desagarradora. Sentía cierto espanto por las urnas,cualquier urna. Todo horno le recordaba seguramente a Auswichtz. El prefería ser un poeta que se hundía con su barco. Como lo expresa en el poema ante el retorno de los restos de Landivar, latinista de los Virreinatos americanos:

Ah líbranos Señor
De los explotadores de cadáveres
Habré de soportar cada discurso
Y no sabrán que les menté la madre!

Cardoza nunca tranzó con energúmenos. Ni literarios, ni políticos. Difícil equilibrio de la pluma sobre campos minados de un siglo de huracanes y genocidio. Siglo XX, las dos equis de los cadáveres desconocidos. El problema de Guatemala, de gran parte de América, señalaba con frecuencia, no era el indio. El problema éramos nosotros, es decir todos. ¿Qué etnia no es etnocentrista? Se cuestionaba a sí mismo.

Jorge Boccanera —no ha sido el primero— resalta lo poético esencial como fuente y origen de toda la maravillosa teleraña cardoziana. Factor común y denominador que rompe con géneros y preceptivas. Cardoza araña y bucea en el tiempo, con las uñas de la imaginación y los relojes del cuerpo: escribir es sacarse las tripas y hacer con ellas una hoguera. Es decir sólo la poesía nos puede salvar de lo insalvable. Al margen que sean ensayos o memorias en Cardoza despierta permanente el sueño de Becker porque en Cardoza siempre habra poesía. Aunque advierte: ¡la poesía nunca se deja capturar viva! La poesía además es el arco sobre las cuerdas de la realidad.

Servir a la poesía y no servirse de ella. Para tornar lógico a Tomas de Aquino hay que huír del silogismo y hacer lo que se quiera. Mas bien lo que se pueda. La fuga es devastación existencial y encarnación votiva. El nacimiento, piensa Cardoza, es la primera de las deserciones. Pero la memoria es la causa de la imagen. De ahí que un muerto no tiene memoria porque un muerto con memoria es un poeta. Es Luis Cardoza y Aragón en toda la potencia de sus verdaderos actos: los literarios. No me interesan las anécdotas menores sino sus poemas mayores. Toda su poesía es mayor y seguirá siendo siempre muy joven. Octavio Paz lo recuerda como el poeta que unió lo inseparable: la visión y la subversión, la rebelión y la revelación, por eso decisivo. Paz agrega enseguida: Oímos a Cardoza defender a a la poesía, no como una actividad al servicio de la Revolución, sino como la expresión de la perpetua subversión humana. Cardoza fue el puente entre la vanguardia y los poetas de mi edad. Puente tendido no entre dos orillas sino entre dos oposiciones.

Se proclamaba ciudadano de la vía láctea. Estoy convencido que cuando los argentinos dejen de leer a Güiraldés por ser argentino y los mexicanos a Rulfo por razones análogas tendremos esa república literaria con ciudadanos ejemplares como el señor Domingo Sombra o Don Juan Preciado. Sin olvidarnos que la Dulcinea es universal porque es ¡precisamente del Toboso! Ningún poeta pertenece, con exclusividad irrevocable, a un país particular. Aunque un país sí pudiera pertenecerle a un poeta. Uno lleva a su país adentro, cree Cardoza. ¿En dónde es adentro? En el mundo de la fantasía, la hermana gemela de la memoria. Lo importante es inventar la realidad. Además un poeta tiene el privilegio de las múltiples nacionalidades. Si existe el divorcio, ¿por qué no puede haber cambio de ciudadanía? se pregunta alguna vez sin dejar de imaginarse tercamente guatemalteco. Patria y país no coincidían. Patria era un destino, duro y doloroso. No había patrias segundas. México era el país de su elección y no encontraba mayor privilegio que haber podido elegir la tierra prometida. La que le había dado trabajo y solidaridad pero que no le había quitado el dolor del exilio porque no había antídoto para semejante pérdida. Tampoco buscaba tal remedio. El país elegido era lopezvelardiano, mientras la herida natal nada tenía de suave, sino era dura patria. Convivía con su dolor eterno y vital. La primera patria la sentía prenatal. Sabemos de sobra que ningún exilio es libre sino siempre se da en marchas forzadas.

Lya. Es más que Dulcinea porque es más real. Porque el sueño es realidad a la inversa; para eso hemos venido al mundo, nos recuerda con palabras de Nezahualcoyolt. Hablar de Lya es hablar de toda la obra de Cardoza. Lya Kostakowsky es el amor. Su necesaria libertad. Amar es compartir fantasmas complementarios. Lya y Luis son los primeros personajes de todas sus novelas de caballería.

Es el centenario. Sólo el que diseña su propio nacimiento podrá si acaso improvisar su muerte. Navego en el Río. Talvez ya cumplí con mi módica cuota antigorila, nos dice en su poema «¿Qué es ser guatemalteco?.» De ahí que lo más anticardoziano que pudiera emprenderse sería biografías. 1901-1992; fechas emblemáticas. Pero no hay que cercarlo de datos y anécdotas. ¿Nacionalizarlo? Tampoco. Menos guatemaltequizar al mas mexicano de los extranjeros y al mas extranjero de los mexicanos al decir de Jorge Cuesta. Inútil competir con el mito de Cardoza creado por él mismo. No interesa dónde nació ni dónde murió. Las fechas son simples formas estadísticas. Yo diría que está apenas naciendo como una mina aún no plenamente explotada de la literatura. Dichoso entonces éste Cardoza que sintió por primera vez el pánico de la página blanca en su adolescencia antigueña: la página blanca de virginidad. Poesía constante mas allá de todo temor en el diálogo del Brujo Cardoza que recuerda siempre al aprendiz Cardoza. El viejo que se burla del joven en sus memorias: la adolescencia es un delirio. Y era el joven Luis que en «Luna Park», publicado en 1923 en Paris, se había burlado del viejo Luis increpándole el famoso: Quien no está en el futuro no existe.

Pero no hay que cercarlo de datos y anécdotas. ¿Nacionalizarlo? Tampoco. Menos guatemaltequizar al mas mexicano de los extranjeros y al mas extranjero de los mexicanos al decir de Jorge Cuesta. Inútil competir con el mito de Cardoza creado por él mismo. No interesa dónde nació ni dónde murió. Las fechas son simples formas estadísticas.

Fuente: [http://sincronia.cucsh.udg.mx/cardozaa.htm]

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