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Escuelas del horror

Rolando Enrique Rosales Murga

Desde hace mucho tiempo la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala viene denunciando trata de personas, prostitución, malos tratos hacia los internos del sistema penitenciario en todos los niveles. A las mujeres adultas también se les saca de noche para llevarlas a vender con reos poderosos o con políticos. Hay incluso policías que acosan a las mujeres, menores o mayores, y si no les hacen caso les ponen marihuana, las violan antes de ingresarlas a los centros. El día que van a salir las esperan para volver a violarlas y volverles a poner drogas. No es que sean reincidentes en muchos casos. Hablamos de niñas que huían de casa, que las metían presas por tener novio, por dejar una clase del colegio, por vivir en asentamientos y zonas de riesgo. La mujer en Guatemala y la niñez siempre ha sido la población más vulnerable. Basta ver los informes de MINUGUA, el Tzi Nil Na Tabal, Guatemala Memoria del silencio, informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, los testimonios de la casa Luis de Lión, el extenso informe REMHI Guatemala Nunca Más, de Monseñor Gerardi.

Desde la colonia la mujer ha sido vilipendiada, abusada, comprada, usada como moneda de cambio. A las prostitutas se les exhibía desnudas por las plazas con rótulos humillantes y siendo apaleadas en tiempos de Ubico y la gente dice que eso es justicia, cuando solamente era misoginia. Hasta 1944 pudo votar la mujer, cuando entrara la junta revolucionaria de los diez años de primavera en la Guatemala de la eterna tiranía, como acertadamente les titulara nuestro querido Luis Cardoza y Aragón, intelectual perseguido que se tuvo que exiliar en México.

Si nos paramos a pensar un poco nos daremos cuenta de que este sistema de protección a la niñez y adolescencia y adolescentes en conflicto con la ley penal es el que ha formado las pandillas; no solamente las secuelas del impuesto de guerra y ejecución extrajudicial militar y paramilitar.

Los centros de menores han sido campos de formación donde los jóvenes en lugar de recibir amor han sido víctimas de palizas. A los varones también los abusan, los prostituyen con hombres y mujeres. Yo estuve un mes en Brazos de amor, zona 7, Kaminal Juyú I y viví situaciones estremecedoras en un mes. Darme cuenta de que los monitores se metían con las menores; yo me enteré de un caso de abuso y lo puse en conocimiento del encargado, quien me mandó otros jóvenes a intentar matarme. Mi mamá me fue a sacar, pues logré hacer una llamada furtiva desde la oficina del encargado un día que nadie me veía. Recuerdo que el juez no quería que me fuera a mi casa, sino a Etapa I, San José Pinula, pero mi mamá no quiso. Vale decir que yo fui a Brazos de amor porque me daban medidas de protección porque me peleé con mi padrastro, que me quiso matar a machetazos. Un tiempo después mi padrastro aconsejó a mi mamá para que me pusiera una orden de alejamiento, pues decía que él no quería que yo tuviera contacto con mi mamá, y que me metieran a Etapa I. Huyendo de eso me fui a trabajar a las ferias para que no me encontraran. A los diecisiete volví a Jutiapa. Tengo una hermana a quien mis tías criaron y mi mamá quiso meter a esa casa en San José Pinula. Mi hermana menor estuvo en Chimaltenango porque dejó una clase. Hablaba maravillas del hogar, de su mamá Raque, como le decía a la monitora. Cuando mi mamá le dijo que la iba a volver a meter mi hermana le contó que la maltrataban. Cuando mi hermana salió embarazada le ofrecieron que adoptarían al niño. Mi hermana tuvo complicaciones y perdió a la bebé. Desde ese momento ya no le hablaron de la casa, y una noche que andaba haciendo unos papeleos ella llamó y pidió permiso para quedarse. Le dijeron que sí, que esperara, porque la iban a ir a traer y no llegaron. A nivel nacional ha habido muchas casas donde se trata mal a los jóvenes. Había una en especial llamada Reto a la Juventud, que era manejada por un militar. La primer noche el interno permanecía desnudo. Era apaleado por los compañeros, que a veces hasta abusaban de él. Se le dejaba durmiendo desnudo en las gradas mientras otros internos por turnos le tiraban agua helada en cubetas, en un ambiente tan frío como lo es la capital de Guatemala. En Pinula era igual, un coronel los golpeaba desnudos y los ponía a hacer el paso de armas, que consiste en formar dos filas de internos y que el nuevo pase corriendo desnudo por en medio mientras los que están en fila lo patean y le dan puñetazos; generalmente nadie llega al fin de la fila, es derribado antes. Luego tienen que pasar cinco días aguantando hambre y los siguientes comer solamente una vez al día. Es por eso que se estaba criando una fábrica de personas con problemas para acatar la ley, pues para ellos la única ley conocida es el castigo. Hay una delgada línea entre haber estado en estos centros de menores y la tendencia a la depresión, alcoholismo, suicidio, y otros. Hace tiempo murieron unos jóvenes en el bloque de varones, pero no había tanta difusión como ahora.

Es momento de esclarecer estos crímenes, para que no queden impunes. Que si no hubieran redes sociales estaríamos con la incertidumbre y aún así falta por averiguar. Sería bueno que la Fundación de Antropología Forense de Guatemala efectúe excavaciones a fin de encontrar posibles fosas comunes en esos centros de muerte, mataderos estatales.

Si nos paramos a pensar un poco nos daremos cuenta de que este sistema de protección a la niñez y adolescencia y adolescentes en conflicto con la ley penal es el que ha formado las pandillas; no solamente las secuelas del impuesto de guerra y ejecución extrajudicial militar y paramilitar.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rolando Enrique Rosales Murga
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