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Rolando Enrique Rosales Murga
Rolandoenriquerosalesmurga.es.tl
Enriquemurga.blogspot.com

Mi abuelo me contaba que la Siguanaba se le apareció cuando joven cuando iba a visitar a una novia de noche a una aldea. Mi abuelo era parrandero, así que ya iba algo bebido cuando emprendió la marcha.

Iba a caballo por la oscurana, sin pensar en nada más que en llegar a su destino.

Al pasar por un puente se encontró con una muchacha, que le pidió la llevara en su caballo. Mi abuelo aceptó viendo la posibilidad de cortejar aquella joven. Ella le abrazó por la espalda y mi abuelo empezó a platicar con ella, preguntándole qué hacía en aquel lugar. Ella contestó que estaba esperándole. Un mal presentimiento le anunció a mi abuelo que algo malo sucedía. La mujer gritó el nombre de mi abuelo con una voz terrible, que llenó de un terrible y estertoroso eco aquellos campos. Con grandes uñas, como las de una leona arañaba la espalda a mi abuelo, quien no sabiendo qué hacer le estrelló a la mujer la botella de ron en la cara. Saltó del caballo, lanzándose de cabeza a la corriente de un río. Más adelante al pasar por otro puente la mujer se encontraba subida en la orilla del puente y daba grandes aplausos con unas manos grandísimas, con unas uñas largas como ramas de árbol.

“¡Álvaro Rosales, vine para llevarte y no me voy sin vos, ja,ja,ja,ja!”
Mi abuelo no encontraba la salida a aquella situación, pero luego recordó lo que decían los viejos cuentos acerca de la siguanaba. Ella seguía saltando con los pies al revés, piernas como patas de gallina que terminaban en garra. El cuerpo cubierto por los cabellos de su cabeza, que le servía de vestido. Mi abuelo tomó una buena cantidad de monte y lo amarró. La Siguanaba comenzó a dar gritos lastimeros mientras en vano se retorcía tratando de arañar a mi abuelo. El monte es su pelo, el barranco es su boca, donde lleva los hombres que pierde. Toma la forma de la mujer amada o una muchacha hermosa.

Juan “Gorocha” era un muchacho de mi ciudad que se drogaba inyectándose cierta sustancia que extraía de las ranas en jeringas. Siempre iba a buscar ranas al barranco conocido como “El manguito” en mi ciudad acompañado de su hermano. Un día fue solo al barranco y comenzó a buscar batracios. Una joven muy guapa llegó a donde estaba y le dijo que hacía días le veía en ese barranco y que estaba sumamente enamorada de él. Ingenuo, se dejó seducir por la joven, quien le abrazó con fuerza. Al hacerlo, soltó una carcajada estentórea y arañó el rostro de Juan con una pata de gallina, pues de pronto había cambiado en un ser que tenía cara de caballo y cabello largo que le cubría el cuerpo femenino, con patas de gallina que terminaban en garra.

A Juan lo hallaron vagando horas después. No hablaba bien, con la ropa hecha pedazos y lleno de arañazos. Desde ese entonces camina cojeando, sus ademanes son estrambóticos y teme andar por lugares muy solos. La gente dice que a Juan lo jugó la Siguanaba.

La primera ocasión en que vi a la Siguanaba yo tenía ocho años. Era de madrugada. Yo tenía una chamarra colgada en la pared. Algo en la pared empujaba la chamarra, hasta que la misma cayó. De la pared del cuarto en que dormíamos mis tres hermanos (dos niños y una niña) y yo emergió una mujer de largos cabellos, que hacía ademanes lentos y circulares con sus manos largas y huesudas. Mis dos hermanos se abrazaban con fuerza, mientras mi hermana, que tenía por aquel momento un año veía fijamente a la mujer que seguía moviendo las manos de forma hipnótica. Yo sentí que un nudo en la garganta me impedía hablar, pero saqué fuerzas de donde pude y fui a decir a mi mamá lo que ocurría, aunque no me creyeron. Dos noches después mi mamá dormía con mi hermana en brazos, cuando de pronto sintió que unas manos huesudas y con unas uñas muy largas, como de animal salvaje le intentó arrebatar a mi hermana. Al encender mi mamá la luz se encontró con mi hermana en el fondo de la cama, como si hubieran querido meterla por la pared. Yo soñaba que emergía de un cesto de ropa y me arañaba la espalda mientras hacía sonidos como silbidos terribles y acezantes.

Una noche estaba yo acostado en mi cama y pude sentir cómo una mujer de piel muy fría se acostaba a mi lado en la cama y tomaba mi mano, dándole tres vueltas con su mano huesuda, más garra que mano. Perdí el conocimiento y desperté con mi mano cerrada, como agarrando la mano de alguien.

Ya de grande, recuerdo que para una juerga fui a buscar a un amigo a su casa a medianoche y escuché los terribles silbidos que la Siguanaba emite saliendo de una casa abandonada que se encontraba cerca de la casa de mi amigo. Me persiguió unos ochocientos metros hasta que pude refugiarme en el negocio de una amiga, quien me abrió la puerta y me dijo que guardara silencio, sorprendida de oír los gritos, los arañazos en la puerta del negocio, los perros, gatos y aves de los vecinos aullando, maullando, cantando mientras el espíritu de la Siguanaba se reía y silbaba de una forma que helaba la piel.

Una noche me encontraba meditando en los terrenos de un familiar tranquilamente, cuando de pronto pude ver de un cerco aparecer una mujer envuelta en un vestido blanco, con cabellos crespos largos que ondulaba el viento. En lugar de darme miedo me atrajo. Fui a su encuentro. Cuando ya estaba cerca algo, como un gran aplauso me hizo salir del trance. Muchos pájaros negros salieron volando del lugar en que vi a la mujer. Eran las ocho de la noche y yo no me había dado cuenta del paso de las horas. Salí del barranco con la piel erizada, con unos versos en mi mente alusivos a la Siguanaba:

“El monte es su cabello, el pelo es su velo, su boca es el barranco, donde quiebra a los hombres con sus dientes de piedra. Su cuerpo es el barranco, traga hombres que ha perdido, Lilith terrible, con patas de gallina que clava en la piel de su víctima. Asexuada, pero enamorada mata hombres que ilusiona”.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rolando Enrique Rosales Murga
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