Ayúdanos a compartir

Anahí Barrett

Sus diminutos ojos jamás terminaron por esconder, siempre, posibilidades insospechadas.

Mis primeras tentativas de aproximación hacia aquel personaje de mi cuadra, una chaparrita infinitamente tatuada, se armonizaron, continuamente, desde su actitud de desdén frente a mi gran curiosidad. Un esmero que se expresaba saludándola desde la distancia en cada oportunidad posible.

Reneé jamás devolvió la cortesía social. Se declaró en huelga abierta a tejer conmigo cualquier hilo comunicativo; incluso aquel que pudiese conducir al trillado intercambio de impresiones sobre el clima imperante. Hechos que terminaron edificándose, en mi
imaginario, como certidumbre de su rudeza de carácter. Autoría de una especie de costra social protectora con la que parecía transitar por el mundo.

Ante aquel mutismo orquestado, mi afán por leerla, descifrarla, definir su espíritu y naturaleza tuvo que rendirse ante la única opción posible. Mi imaginación. Una que se nutrió a partir de internalizados simbolismos sobre las Diosas, incomparablemente, tatuadas: libertad, transgresión, coraje, reivindicación…irreverencia.

Sabía, de oídas, que tenía dos hijos. Nunca la vi jugando con ellos en el parque. Y fue la ceguera quien ordenó mis creencias. Sin duda, era madre soltera, carente del apoyo emocional, moral y económico de los progenitores respectivos. Una de las tantas secuelas del amor libre. Vestigios de la vida medio jipoide que, seguramente, abrazaba a pesar de su condición de millenial. Un patrón de existencia que, indudablemente, jamás se subordinó al código moralino de los cristianos tan presente en el ideario contestatario de Saramago. Nadie tatuada (quizá hasta la vagina), podría haber, alguna vez, sometido su espíritu ante los castrantes mandatos del matrimonio como institución. Ese que tiene especial dedicatoria para las féminas.

Considerables abriles se sucedieron en medio de saludos no correspondidos. Quizá fue aquel contexto surrealista, que unificó a un planeta, el responsable de doblegar su rudeza de carácter. De desmantelar, para mi, aquella costra social protectora. O quizá algún
proceso psíquico misterioso, mágico, milagroso operó, favorablemente, en sus propias creencias hacia la vecina. No lo sé. Y realmente no necesito saberlo. Lo capital es que hoy, La Reneé, esa chaparrita infinitamente tatuada, es amiga indispensable en mi vida. El hechizo simbólico de sus grabados corporales se ha consolidado y enriquecido. Tomó lugar la arquitectura de una semejante, de una más de nosotras. Una camarada que ha perpetrado los mismos errores, que experimenta y acarrea los mismos malestares, los mismos demonios. Poseedora de una distintiva humanidad que esparce bondades… y que está solidariamente presente cuando se le precisa.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Anahí Barrett
Últimas entradas de Anahí Barrett (ver todo)