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La corrupción como cultura

Carlos Aldana

Al paso que vamos, pareciera que va a ser necesario dedicar alguna parte del territorio para construir colonias de reclusión, por la inmensa fila de personas detenidas. Son muchas las figuras delictivas que están apareciendo, pero todas convergen en la corrupción como una práctica que no viene solo de los patriotistas, sino de mucho tiempo atrás, y con muchas expresiones que apenas empiezan a aparecer. Aunque nos siga generando náuseas tanto descubrimiento vergonzoso, también este es un momento de salud nacional, es un momento necesario para reconstruir nuestro país. Las filas de denunciados, y probablemente condenados, van a ser largas y aun así nunca serán, creo, suficientes para limpiar nuestro entorno. También debemos tener mucha prudencia y esperar que en estas situaciones no vaya a ensuciarse y dañarse a gente inocente. Por supuesto, con la firmeza y la eficiencia de la Cicig y el MP, eso será algo que esperamos no suceda.

Sin embargo, la corrupción no se va a erradicar en nuestro país mientras creamos que los cambios pasan solo por los impactos jurídicos. Repito, es muy sano para el país tanta investigación y capturas, y prontamente las condenas. Pero también necesitamos que la corrupción empiece a afrontarse como un elemento más de nuestro imaginario, como un rasgo de nuestra forma de pensar, sentir y actuar que hemos venido introyectando, pero también enseñando a las jóvenes generaciones. Está muy claro que los adultos corruptos y corruptores no dicen a niños, niñas y jóvenes que sean corruptos, no se lo explicitan con tanta claridad. Pero sí convierten en valor y actitud esas prácticas deshonestas, cuando dan ejemplo de silencio, de indiferencia, de acomodamiento. Cuando insisten en que “hay que ser listos en esta vida” y ello significa aprovecharse de los demás, hacer trampa, mentir, falsear, etcétera.

La corrupción también se ha ido constituyendo en una cultura en nuestro país gracias a la falta de una cultura de denuncia. Dejamos pasar las cosas, nos hacemos los ciegos y los sordos, y dejamos de señalar aquellos actos que son parte de esa visión y práctica corrupta que existe en nuestra sociedad

Tenemos que convertir todo este espectáculo terrible pero necesario en una discusión que vaya más allá de los tribunales, pero que tampoco se reduzca a crear algo así como una asignatura en el currículo nacional base que se llame “Corrupción”. Se trata de que la discusión, el diálogo y la manera de comprender estos hechos se convierta en un ingrediente fundamental de todo esfuerzo educativo nacional: en las aulas de todos los niveles, en las familias, en las iglesias, en la institucionalidad pública, en las empresas, en la calle, etcétera.

Necesitamos que la corrupción (desde y en lo público, pero también desde y en lo privado) empiece a convertirse en una historia y una mancha tan oscura que nos genere indignación permanente. Que se transforme en uno de los elementos más interiorizados, pero no solo por el miedo a ocupar espacio en esas salas gigantes de prisión. Es fundamental que la honestidad, la ética, la decencia y otros valores, al constituirse en valores realmente vividos y llevados a la vida diaria, sean la cultura emergente que nazca de todas estas situaciones.

Esa cultura emergente va a tener que ser nuestra seña de identidad, para poder abandonar las prácticas que desde hace un año vienen saliendo a la luz, y no acaban de salir. Pero es crucial que tampoco acabe nuestra indignación ante ellas.

…convierten en valor y actitud esas prácticas deshonestas, cuando dan ejemplo de silencio, de indiferencia, de acomodamiento. Cuando insisten en que “hay que ser listos en esta vida” y ello significa aprovecharse de los demás, hacer trampa, mentir, falsear, etcétera.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/06/la-corrupcion-cultura/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Aldana Mendoza
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