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La revolución hoy

Carlos Aldana

¿De qué nos sirve festejar si en la práctica cotidiana no vivimos lo que nos lleva a la fiesta? ¿De qué nos sirve hacer gran bulla de los recuerdos cuando no somos capaces de construir el futuro?

No estoy afirmando que debamos dejar de lado la conmemoración de los momentos fundamentales de nuestro país, porque eso sería abandonar algo por lo que hemos insistido: la necesidad de educar desde y para la memoria histórica. Mucho menos estoy tratando de disminuir la importancia de la Revolución de Octubre, esa que en los años cuarenta pudo ser lo mejor que ocurriera en nuestra historia y que diez años después fue clausurada.

Pero esta es la clausura a la que quiero referirme. Necesitamos sentir que los valores, actitudes y acciones de aquel movimiento revolucionario pueden estar necesitándose para el presente, y que pueden ser el camino para recuperarnos como sociedad. Por supuesto que la Revolución del 44 también tuvo enormes errores y carencias, una de ellas la ausencia de una visión y fundamentos desde los pueblos y organizaciones indígenas.

Pero como toda acción humana, tenía que ser defectuosa, aunque en este caso, también fue inconclusa. Sin embargo, la mayoría de conquistas sociales que vivimos en el presente provienen de esa etapa. Casi puede afirmarse que las únicas cosas que ofrecen un poco de dignidad en nuestra vida ciudadana y social fueron originadas de esa visión y ese proyecto revolucionario que la extrema derecha truncó en nuestro caminar histórico.

Hoy la revolución debe fundarse en los mismos principios de participación, de expresión libre, de inclusión (pero hoy sí de la plena), de ejercicio de poder que no esté bajo la hegemonía de los sectores económicos. Necesitamos que la revolución hoy sea construida, en el plano político, desde y para la participación plena, vigorosa y decidida de toda expresión social, principalmente los excluidos, los silenciados, los marginados.

Sin embargo, la revolución hoy, aunque se funde en claras posturas y visiones políticas (claras porque se sabe a favor de quiénes y de qué se ejerce el poder), también necesita que se edifique desde los ladrillos que normalmente no se mencionan como revolucionarios, pero sí lo son con toda la fuerza que llevan. Me refiero a los valores que emergen de la ética, de la espiritualidad, de la convicción de que la vida debe gozarse y vivir a tope, de la salud emocional y personal que nos lleve a un ejercicio del poder a favor de todos y todas.

Esto significa que los cambios políticos deben ser también cambios en nuestras estructuras emocionales, sociales y espirituales, si queremos que la revolución sea auténtica y fuerte. Que dure y aguante los embates de los bombardeos (hoy, más virtuales y de otro tipo que aquellos que lanzaron bombas en el 54), que aguante la descomposición evidente y escandalosa de quienes conducen actualmente el rumbo del ejercicio político.

La revolución hoy debe estar construida con espíritus y voluntades de hoy, no con la clase política que arrastra desde el pasado la ruindad que se refleja en nuestra sociedad. Hablo de una revolución que no se conforme con buscar y lograr el poder político, sino que también le otorgue importancia al poder de la convicción, de la honradez y de la plenitud que surge del respeto, el amor y la creencia profunda por la vida.

Vivir la revolución en la cotidianidad es el mejor homenaje a aquella revolución que en el corto tiempo de su existencia sembró la esperanza de un mejor país.

Mucho menos estoy tratando de disminuir la importancia de la Revolución de Octubre, esa que en los años cuarenta pudo ser lo mejor que ocurriera en nuestra historia y que diez años después fue clausurada.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/10/la-revolucion-2/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Aldana Mendoza
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