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Anahí Barrett

Se encontraba totalmente desencantada, mas no sufría. Su decisión racional no terminaba de encajarse con su realidad emocional. Creyó ser capaz de utilizarlo, de intercambiar fluidos corporales sin compromiso del corazón. Se creyó a tal grado calculadora, estratégica, pragmática. Competente para recrear esa cualidad tan natural del macho: coger sin sentir. Preparada para perpetrar un acto circunscrito fielmente a la necesidad fisiológica.

Añoró una sesión de besos después del orgasmo, una caricia en su cabello, en la mejilla. Esperó su pecho crédulo posado sobre sus muslos. Se imaginó abrazada, protegida por su figura grande y silenciosa después de la descarga orgánica. No tuvieron lugar. Pero sí la llamada telefónica avisando la caducidad del encuentro furtivo, clandestino.

Se experimentó como cosa, al mismo tiempo que se reconoció inepta en la materia de cosificación del otro. Decidió entonces no armar dramas, lloriqueos, cursiladas tipificadas en las féminas. Decidió abandonarle paulatinamente. Decidió protegerse el alma, evadir la inquietud generalizada, la angustia, la náusea que se avecinaba. Decidió enfrascar su atención en lo realmente importante de su vida: sus deberes. Decidió proseguir con su cuadratura de vida.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Anahí Barrett
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