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Anahí Barrett

Y el momento llegó. La realidad, que siempre estuvo allí, finalmente le cercenó la consciencia. La fantasía inicio su proceso de descomposición. El principio del placer empezó a cederle un espacio significativo al principio de realidad.

Esa larga cabellera negro ébano, que la había cercado hasta las entrañas, por fin verbalizó las palabras que ella no quería oír: “no estoy enamorado”. Y fue en ese momento que la magia empezó a contaminarse de podredumbre de la existencia acorde a los mandatos y lógicas sociales. La efectividad de su aquí y ahora se había alterado. Él era ya parte de su pasado.

Le resultaba imposible saldar un compromiso con el amor en términos generacionales. Treinta años de diferencia. Abriles que no resultaban perceptibles en el lecho. La creatividad que construían en la cama era muy propia de amantes cínicos. Dedos penetrantes en su vagina que se acompasaban perfectamente con el susurro a su oído. Explicitar cuánto la disfrutaba garantizaba, siempre, su desenlace orgánico. La penetración
jamás fue la única ruta establecida… la lícita.

Años después, fumando un cigarrillo sentada en una banca de un oxidado parque, lo vio surgir desde la opacidad de la tarde. Le observó desde la distancia. Su larga cabellera negro ébano había desaparecido. Las entradas en su inexistente melena- a las que siempre temió desde sus 24 años- eran una completa realidad. Se había convertido en uno más. Uno más de la manada. El tiempo… la vida había acontecido.

Él siempre le juró que no pasaría. Pero sus pupilas lo presenciaron. Ella, en cámara lenta, disfrutó la sublime escena de cómo un hermoso niño con cabello largo, de negro ébano, corrió hacia los brazos de su amante de antaño. Y él, pleno de gozo, lo levantaba hacia el cielo para tocar las estrellas. Y, seguramente, lo levantaría, siempre, para que llegara a tocar el sol.

Carlos Samuel, el hombre que la revivió de su letargo. El hombre que fue el bálsamo valeriano en plena distopía por aquel momento de encierro pandémico. De su postoperatorio oriundo del divorcio. Hoy, el hombre de las entradas de una ilusoria cabellera negro ébano, es un hombre feliz.

Ella lo recapitula y lo hará por siempre… con una sonrisa plena de agradecimiento.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Anahí Barrett
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