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Guatemala y un longevo dilema

Es casi un lugar común, en la reflexión crítica sobre la independencia decretada el 15 de septiembre de 1821, recordar que la separación de España fue decidida por las elites criollas dominantes casi como un “efecto dominó” de lo que ocurría en la Nueva España, donde una extraña alianza de monárquicos locales con los restos del movimiento que en su momento encabezaron Miguel Hidalgo y José María Morelos, se agrupó bajo el signo de las tres garantías: religión, unidad e independencia.

Aquí también se produjo esa extraña alianza circunstancial entre “conservadores” y “liberales” (entre “derecha” e “izquierda”, se diría hoy), pero pronto sucumbiría a propósito de la anexión al imperio de Agustín de Iturbide, como suele saberse. Ese es un asunto que la historiografía en uso toca a la ligera, pasando por alto que el alineamiento con el poder militar externo, por parte de los criollos metidos a independentistas, estuvo determinado por un factor usual y deliberadamente dejado en la oscuridad: el temor a que la crisis contagiara al pueblo llano.

No fue solamente que en la memoria histórica de los criollos dominantes estuviese bastante fresca la guerra de castas en Yucatán, los relatos del alzamiento indígena-campesino bajo el estandarte de la Virgen de Guadalupe en Nueva España, o del alzamiento de los esclavos negros en Haití. Es que en el Reino de Guatemala se había producido alzamientos populares (véase el trabajo de Eugenia López Velásquez que publicamos en esta misma edición) y muy recientemente se había producido en Totonicapán (1820) una rebelión indígena, para demandar la vigencia de las disposiciones de la constitución de Cádiz en materia tributaria.

Todo esto se suele pasar por alto, pero basta con releer el acta del 15 de septiembre de 1821 para captar aquellos temores de la clase dominante, claramente expresados por el redactor del documento, José Cecilio del Valle, quien fuera secretario de nuestro primer ‘mano dura’ (José de Bustamante): la separación de España “el Sor. gefe (sic) Político la manda publicar pa. prevenir las consecuencias q. serian temibles en el caso de q. la proclamase de hecho el mismo pueblo”.

A 196 años de distancia, las elites guatemaltecas parecen interpeladas por ese longevo dilema. El estallido social provocado por las torpezas de un Legislativo y un Ejecutivo insensibles al hondo sentir nacional, ha actualizado la disyuntiva de propiciar reformas profundas o dejar que las realice “de hecho el mismo pueblo”, para utilizar las palabras del sabio Valle.

Lo ocurrido en el país durante los días previos y durante las fechas de conmemoración de la independencia, por la información llegada desde muchos lugares, nos habla una población indignada, que en su subjetividad, en su profundo sentir, YA le revocó el mandato a los diputados y casi al presidente de la República.

¿Y ahora qué? Tal es la pregunta que muchos se hacen. El daño está hecho, así que en vías de respuesta a una pregunta muy compleja, al menos debería actuarse para que ese daño no sea mayor. Pero no se trata del usual “control de daños”, sino de reconocer que las cosas se llevaron a un punto en que se despertó a un gigante dormido, se abofeteó y se colmó la paciencia de la sociedad con lo del sobresueldo presidencial y por el pacto de impunidad de los legisladores.

Se ve un futuro borroso, porque tenemos un pasado oscuro. Pero podemos aprender del pasado y del presente, para aclarar el porvenir. La cuestión es cómo encontrar salidas institucionales y estabilizadoras con futuro, esto es, con capacidad de responder a las demandas de esa Guatemala profunda que dijo “basta”.

Por eso, quienes tengan canales de comunicación con los causantes inmediatos de este desastre, deben ayudarlos a comprender que este país ya no se puede gobernar como en tiempos de Jorge Ubico, de Romeo Lucas García y, menos, de Otto Pérez Molina.
Debe estar claro que no hay una conspiración para tumbar al gobierno, y que las torpezas de éste nos han llevado a donde estamos; debe quedar igualmente claro que, menos que menos, tampoco hay una conspiración para atentar contra la propiedad o el capital.

Es la hora de identificar un programa mínimo de transición, que si no lo aplica este gobierno igual deberá impulsarlo el que emerja de entre los escombros de la actual crisis política e institucional. Necesitamos inventar la democracia guatemalteca, una donde quepamos todas y todos. Debe darse paso a la sensibilidad y a la comprensión de demandas sociales largamente postergadas; es hora de hacer propio el sentido de lo escrito por José Martí: “Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos”.

¿Vamos a repetir la historia, o vamos a encontrar una ruta para salir del pantano y hacer viable al país?

Fuente: Revista Análisis de la Realidad Nacional No. 126 [http://ipn.usac.edu.gt/wp-content/uploads/2017/09/
IPN-RD-126.pdf]

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