Un país que nada entre la dictadura y la intervención militar, sobre un mar de petróleo.
El conflicto libio no admite posturas tradicionales de izquierda o derecha, sino un frío análisis concreto de la situación concreta. Así como antes resultaba improcedente pronunciarse a favor o en contra de Sharon o Arafat (aunque sí era posible defender el derecho palestino e israelí a un Estado propio con límites claros y sin territorios ocupados), tampoco resulta responsable tomar partido a favor o en contra de Gadafi o del movimiento que busca derrocarlo, sin ubicarse en el corazón de los intereses en juego.
La izquierda doctrinaria debe entender que Libia no es un país oprimido que se enfrenta al imperialismo, pues Gadafi se entregó a los intereses occidentales hace tiempo, y tanto el Monitor Group como la London School of Economics han tenido en Libia un territorio idóneo para sus actividades. Por su parte, la derecha atrasada debe entender que Gadafi no es ningún “comunista”. Hasta ahora, Chávez y Castro no se han puesto del lado de la gran mayoría de países que claman en su contra porque, en este río revuelto, el ala ultraderechista de los republicanos estadounidenses ve una oportunidad de oro para intervenir militarmente en Libia y apoderarse de sus yacimientos de petróleo. Oportunidad que se ve ensombrecida por la vigilancia de China y Rusia, cuyos intereses en el área son los mismos. Francia e Italia tampoco apoyan una intervención militar estadounidense en gran escala.
En lo personal, Gadafi es indefendible por su retorcido historial político, el cual va desde el “socialismo islámico” y el terrorismo, hasta la cooperación desembozada con el capital corporativo transnacional y su romance con intelectuales de derecha que han visitado Libia en condiciones de reyezuelos. Por ejemplo, Francis Fukuyama, de la Universidad de Stanford; Joseph Nye y Robert Putnam, de Harvard; Benjamin Barber, ex profesor en la Universidad Rutgers, y Anthony Giddens, ex director de la London School of Economics, autor de la “tercera vía” y del laborismo sui géneris de Tony Blair.
Fidel Castro se refiere a la “guerra inevitable” cuando habla de Libia porque sabe que la intervención militar allí es inminente, a no ser que China, Rusia y tal vez la Unión Europea la contengan. Si ocurre, lo más probable es que el país se parta en dos. Esto implicaría un conflicto interno de larga duración que convendría a la industria armamentista de Estados Unidos, la cual tendría, además, acceso parcial al petróleo libio. Castro se ha cuidado de apoyar a Gadafi como líder porque entiende que su figura es indefendible. Chávez lo ha hecho a costa de una gravísima responsabilidad personal. La postura del Ecuador tiene más que ver con no engrosar las filas de países que al apoyar al movimiento popular anti dictatorial, apoyan al mismo tiempo la intervención militar extranjera que resultaría en la pérdida de la soberanía libia sobre sus recursos naturales.
Lo que procede es oponerse a los dictadores del área y al mismo tiempo a la intervención extranjera, y exigir asambleas constituyentes populares en Egipto, Túnez, Libia y los países en los que las rebeliones tengan desenlaces de cambio radical. Bajo estos supuestos, bienllegada sea la solidaridad internacional. Pero nunca trayendo bajo la manga la carta de la intervención militar.
Si es una burda simpleza equiparar a Mubarak con Chávez llamando a ambos “dictadores” a secas, lo es aún más equiparar la rebelión popular de Egipto con la de Libia. En cada caso el análisis debe ser diferente porque la situación concreta es diferente.
- Los pasos en falso de las buenas conciencias - 27 noviembre, 2022
- Pensar el lugar como lo que es - 23 agosto, 2022
- De falsos maestros y peores seguidores - 8 agosto, 2022
Trackbacks / Pingbacks