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Irmalicia Velásquez Nimatuj

¿Qué pueden esperar los pueblos mayas y los otros pueblos indígenas de Guatemala de una persona que para llegar a sentarse en la silla presidencial dedicó 20 años de su vida sin hacer otra cosa? ¿Cuál es la experiencia que le respalda si estuvo malhayando alianzas de puerta en puerta para ofrecerse, a cualquier precio, como el mejor ejecutor de las demandas del CACIF, ejército y de algunos sectores religiosos? ¿Hasta dónde es confiable un político sin una hoja de vida que demuestre su trabajo desde los cimientos sociales, en donde se viven múltiples inequidades?

En épocas en que la compra y venta de títulos es al por mayor, en países como Guatemala poseer grados universitarios no es garantía de que quienes los cuelgan en sus salas se hayan labrado una carrera honesta y menos que tengan conciencia del mundo diverso y complejo en donde viven. Allí está Jimmy Morales quien presumía de un doctorado a la tortrix, por eso, su incapacidad y la de su familia para leer, interpretar y cumplir la Constitución Política.

Y cuando personajes marionetas ocupan la presidencia se vuelven peligrosos por su ignorancia e incapacidad para gobernar con inteligencia, sabiduría y humildad, porque caen en la trampa de creer que el poder les activa el cerebro y de pronto saben todo. Y usan el poder temporal para desenmascararse y actuar como Giammattei, en un verdadero encomendero en pleno Siglo XXI.

Ese es el mejor sustantivo que retrata a Giammattei y que reafirmó en su visita a Comalapa el 17 de julio. En el que dejó claro que como encomendero del Siglo XVI no tiene porqué escuchar los desafíos que enfrentan los pueblos de indios. Él llega para ser recibido con regalos que producen sus súbditos, para ser abrazado por las autoridades locales, para que mujeres jóvenes bailen, al compás de la marimba a su alrededor y terminen una a una besándole la mano, hincándose otras y hasta de ser posible que lo asuman, por su blancura, como una deidad. A eso llega un encomendero a recibir tributo, comer y ejercer su poder.

Un encomendero no hace un largo viaje a comunidades -en donde nunca viviría- a escuchar a los indios rebeldes. A esos se les calla o se les mata públicamente para que el resto respete y aprenda del castigo que reciben quienes osan levantar la voz. A los indios que dicen “sartas de inconsistencias” se les interrumpe porque “no son gente”, entonces, ¿por qué hay que escucharlos? Si su función es trabajar como bestias y tributar directa o indirectamente, pero como el encomendero no lleva ni revisa las finanzas ignora que, sin esos indios tributarios acabaría su encomienda y sus privilegios.

Fuente: [elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Irma Alicia Velásquez Nimatuj