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María Aguilar

El 22 de agosto de 1978 un grupo de 25 miembros del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) ejecutaron la “Operación Chanchera”, que consistió en la toma del Palacio Nacional de Managua, Nicaragua mientras se realizaba una sesión del congreso. El plan había sido propuesto en 1970 pero la dirección guerrillera había decidido que no se contaba con los medios ni apoyo para realizarlo. No obstante, ocho años después, la propuesta se materializó. El comando tomó a aproximadamente tres mil rehenes y por dos días, el FSLN negoció la libertad de cincuenta presos políticos, incluido Daniel Ortega, encarcelados por el régimen de Anastasio Somoza Debayle, además, la publicación de diversos comunicados en medios de comunicación, un pago monetario y la salida segura del país de los miembros del comando.

Tres personas tuvieron la responsabilidad de la dirección de la “Operación Chanchera.” El primero fue Edén Pastora, el ideólogo original que la propuso en 1970, mejor conocido como el comandante Cero. El segundo fue Hugo Torres, conocido como comandante “Uno” y la tercera persona a cargo fue Dora María Téllez, la comandante “Dos.” A diferencia del primero, quien en esencia traicionó el espíritu sandinista, pero permaneció leal hasta su muerte al régimen autoritario de Daniel Ortega, Torres y Téllez en digna rebeldía supieron parársele al tirano que hoy controla Nicaragua. Por esto Torres pagó con su vida ya que, en junio de 2021, a sus 73 años, fue acusado de “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional” y apresado en una redada dirigida a acabar con la oposición política partidista a la dictadura de Ortega. Torres murió en febrero de este año. Dora María también fue arrestada en la misma redada y en un juicio a puertas cerradas fue condenada a 8 años de prisión por el mismo delito que Torres.

Las revoluciones en América Latina fueron procesos llenos de sueños, luchas y esperanzas de cambio. Representaron procesos que a pesar de que no necesariamente se enfocaron en transformaciones estructurales de vida de grupos específicos, como igualdad de género o equidad racial, lograron cambios tangibles en la vida de sectores desposeídos y además, costaron incontables vidas. Por eso, la distorsión de procesos de lucha y dignidad a manos de lideres tiranos quienes asemejando a un perro rabioso tiran la mordida a cualquiera que ose disputar el poder presidencial, es una patetica desfachatez.

Hoy, el monstruo del autoritarismo busca acabar con la vida de Dora María Téllez y de la de muchas otras personas que han alzado la voz en legitima protesta o simplemente se han atrevido a querer participar en la política partidista en Nicaragua. Cualquiera que hoy defienda las acciones del régimen está defendiendo no a una izquierda ni a un movimiento digno sino a un régimen autoritario y violento. Hoy el régimen de Ortega es una vergüenza a la memoria de Sandino y de muchos otros revolucionarios nicaragüenses quienes lucharon contra fuerzas de ocupación y contra dictadores.

Las revoluciones en América Latina fueron procesos llenos de sueños, luchas y esperanzas de cambio. Representaron procesos que a pesar de que no necesariamente se enfocaron en transformaciones estructurales de vida de grupos específicos, como igualdad de género o equidad racial, lograron cambios tangibles en la vida de sectores desposeídos y además, costaron incontables vidas.

Fuente: [elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

María Aguilar Velásquez
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