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El mito de la transición democrática

Carlos Figueroa Ibarra

Hace unos meses leí con sumo interés el libro de John M. Ackerman, “El Mito de la Transición Democrática” en ocasión de su presentación en la ciudad de Puebla. Mi contacto con la teoría de la democracia y la transición democrática comenzó en ocasión de asistir al seminario sobre transiciones democráticas comparadas, impartido por Philippe C. Schmitter en la Universidad de Stanford. Esto sucedió entre 1993 y 1994 cuando el auge neoliberal era acompañado de la fetichización de la democracia procedimental y el pensamiento crítico latinoamericano era sustituido por politólogos y sociólogos que repetían acríticamente los textos de los transitólogos en boga.

Lo que resulta novedoso en el texto de Ackerman es su rebelión contra esa visión conservadora y acrítica de las transiciones democráticas. Su análisis se centra en el caso mexicano, pero va más allá del mismo al desafiar el procedimentalismo y elitismo predominante en la literatura sobre las transiciones democráticas. Para Ackerman el mito de la transición democrática empieza por pensar que en México se inició la democracia cuando en 2000, el Partido Revolucionario Institucional perdió las elecciones presidenciales y fue sucedido por el Partido Acción Nacional. Dicha alternancia no fue hacia la democracia sino hacia la infiltración de la lógica príista en todas las fuerzas políticas incluyendo a las de la oposición. El “retorno del dinosaurio” no solamente se observa con el nuevo arribo del PRI a la presidencia de la república en 2012, sino con la adopción del PAN y del antaño izquierdista Partido de la Revolución Democrática de la cultura política del clientelismo, el acarreo, la compra de votos, los fraudes electorales y el lavado de cerebro neoliberal que se hace fundamentalmente a través de los medios electrónicos de comunicación.

El que el PRI haya dejado de ser el partido hegemónico, el que ya no sea consustancial al gobierno, el que ahora haya partidos de oposición que logran triunfos electorales, no quiere decir que en México haya democracia. En realidad la supuesta democracia en México esconde un régimen autoritario que protege al narcotráfico, impulsa el pensamiento único neoliberal, reprime ferozmente a los movimientos sociales, criminaliza la protesta, judicializa la represión, recicla a los partidos que han abandonado la defensa de la soberanía y han institucionalizado el fraude electoral. Hay alternancia solamente entre los partidos neoliberales y para que eso suceda el fraude se ha institucionalizado.

Pero John M. Ackerman no es pesimista. El levantamiento zapatista de 1994, la masiva resistencia al desafuero de López Obrador en 2005, la movilización contra el fraude electoral de 2006, la lucha contra la privatización del petróleo en 2008, el repudio a la violencia delictiva y la impunidad del Movimiento Paz con Justicia y Dignidad de 2011, la luchas magisteriales contra “la reforma educativa”, han creado las posibilidades de un nuevo régimen. Ese nuevo régimen se sustentará en la democracia participativa, en el internacionalismo soberano, en el fin del presidencialismo centralizador, la erradicación de la pobreza y la corrupción.

En suma, la transición democrática se construirá desde abajo o no será.

Carlos Figueroa Ibarra
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