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Jaime Barrios Carrillo

El escritor y académico mexicano Alejandro Lámbarry, doctor en literatura por la Sorbona de París, publicó en 2019 la biografía de Augusto Monterroso: «En busca del dinosaurio». Lámbarry afirma que «Augusto Monterroso cambió la manera de escribir y de leer literatura». Una propuesta sugestiva y en este caso muy bien documentada.

Yo parto de que hay en la obra de Augusto Monterroso una pasmosa coherencia en formas y estilo. Cualquier texto de Monterroso se reconoce «en el acto», parafraseándolo. En el corpus acontece una equivalencia entre el todo y la parte, o sea entre el conjunto de la obra y los textos por separado. Tiene rasgos inconfundibles como la brevedad, la ironía y su hermana menor la sátira (que llevó a Gabriel García Márquez a decir que había que leerlo con las manos arriba), la parodia sutil y escondida, la ambivalencia entre la ficción y la realidad en sus personajes (recuérdese a Eduardo Torres), el retrato de la condición humana. El desmontaje del discurso hegemónico y las varias lecturas y niveles de sus textos.

Pero si algo le espantaba eran los homenajes. Tomemos ahora su centenario. Lo hubiera considerado una exageración. Basta recordar un epitafio en el cementerio imaginario de San Blas, un pueblo mexicano que nadie sabe dónde queda pero que parece real y reconocible. Un epitafio de alguien que apenas se creía que había sido un escritor y que termina con la frase: «Escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto».

Vayamos a «El Centenario». Es decir, su breve relato titulado así. «El Centenario» como «El Dinosaurio» y «Míster Taylor», forman parte del libro «Obras completas (y otros cuentos)» publicado por Imprenta Universitaria de México en 1959 con el cual Monterroso alcanzó significación en América Latina. Luis Aceituno afirma que en este libro y en «La oveja negra y demás fábulas», publicada diez años después también México por Joaquín Mortiz, está todo Monterroso, es decir lo que inició y siguió haciendo.

¿De qué trata «El Centenario»? Es la historia de un sueco singularísimo de nombre Orest Hanson que vive entre el último cuarto del siglo XIX y la primera década del veinte. Hanson mide dos metros cuarenta y siete centímetros y es el hombre más alto del mundo. Valga aquí señalar un aspecto biográfico: debido a su corta estatura Monterroso tuvo que lidiar con preguntas indiscretas y no se hicieron esperar sus relampagueantes respuestas. A nivel literario encontramos el asunto en un epígrafe, falso por supuesto, que atribuye a Eduardo Torres: «Los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse en el acto». O cuando un periodista mexicano le preguntó si en Guatemala todos eran tan bajitos como él, respondió con un coloquial mexicanismo: «También hay chaparros». Otro ejemplo es el textito que escribió al pie de una foto junto a su amigo Julio Cortázar publicada en la Revista de la Universidad de México, recordemos que Cortázar medía casi dos metros de estatura, reza el texto de la foto: «Augusto Monterroso al lado de un hombre de estatura normal». A Cortázar le gustaron muchísimos los cuentos del primer libro de Augusto Monterroso con excepción justamente de «El Centenario».

Orest Hanson era un gigante que en el fondo de su corazón le tenía envidia a los enanos. Mas gracias a su anomalía biológica logra ganar dinero, exhibiéndose en Europa. Trabaja en un circo pero lo deja por no llenar sus aspiraciones artísticas. Su fama se expande y es invitado al México de Porfirio Díaz para las celebraciones del primer centenario de la Independencia de España. Sería una de las atracciones de la conmemoración. El gobierno de Porfirio Díaz había hecho acuñar una moneda de plata que se conocía popularmente como del centenario.

Con el personaje Orest Hanson Monterroso levantó no solo geniales ironías sobre la estatura humana sino se tocan temas que se entrelazan: hace críticas a la avaricia humana, al mismo capitalismo, al poder que corrompe y a la política mexicana.
El final es trágico. Un esbirro del presidente Porfirio Díaz llamado Vicente Martín le arroja una moneda de las conocidas como centenarios y Hanson que tenía una irresistible avidez por todas las monedas al intentar recogerla se desmorona, pues no lo resisten sus débiles articulaciones. Al caer estrepitosamente se produce veinticinco fracturas que le causan la muerte.
Identificamos tres temas centrales: la política, la normalidad y la dualidad ficción/realidad. El primero refiere al fin del largo gobierno de Porfirio Díaz, lo que sucedió ese año del Centenario. El escritor mexicano José López Portillo y Rojas, en «Elevación y caída de Porfirio Díaz», refiere los cambios y el aparente progreso de México y también los del mismo Díaz que pasó de ser de un rudo militar a un refinado caballero de la élite. Las palabras elevación y caída no pueden menos que coincidir con la historia del sueco Hanson del cuento. Incluyendo la intervención brevísima pero decisiva en el relato del esbirro Vicente Martín que simboliza las traiciones políticas en la historia moderna de México, de Victoriano Huerta a Venustiano Carranza.

El académico Jorge Olvera Vázquez de la Universidad Autónoma de México considera que el cuento tiene un sentido alegórico y una propia codificación en clave irónica que al descifrarse permiten mirar críticamente parte de la realidad y del pasado de México. Apunta Olvera Vázquez: « El señalamiento socrático de Monterroso en “El Centenario” es que hay una inmensa fragilidad en lo fastuoso, grandioso y espectacular carente de sustancia.»

En cuanto al tema de lo que es normal y lo diferente es clara la analogía en «El Centenario». La estatura del sueco Hanson refiere a la intolerancia, el uso de las anomalías donde lo que cuenta son las monedas y no el ser humano, en este caso un ser resentido cuya desgracia es tener dos metros y medio de estatura. Orest Hanson tenía los ojos tristes y las articulaciones débiles, sintiéndose tan diferente del resto, es decir solo.

El tercer tema, la dualidad de lo real y la ficción es una de las características de toda la obra de Augusto Monterroso. La intención de crear una verosimilitud tan contundente para que el lector se convenza de que se trata de una nota periodística respaldada con elementos tomados de la realidad, como un artículo con fotos de Hanson publicado en 1920 en una revista dirigida por Rubén Darío y la alusión al trabajo en el circo norteamericano del célebre cirquero Barnum. Por supuesto las referencias son inventadas por Monterroso, siguiendo un recurso borgiano. En 1920 ya no existía la revista mencionada y Rubén Darío tenía ya varios años de fallecido. Asimismo, el trabajo de Hanson en el circo de Barnum es imposible pues el personaje nunca existió en la realidad sino es producto de la ficción. El mismo Monterroso diría: «al escribir el Centenario imprimí tal carácter realista a cada detalle que durante mucho tiempo varios antólogos del cuento latinoamericano se abstuvieron de incluirlo en sus recopilaciones, aduciendo que estaba sacado de la historia.»

Orest Hanson no es caso único. Recordemos al personaje ficticio más conocido de Monterroso tenido por alguien que existía o había existido: Eduardo Torres, que es un intelectual del pueblo de San Blas, protagonista de la única novela de Tito: «Lo demás es silencio» (¿es un novela o una parodia de novela?). Torres además es un émulo sacado de El Quijote, una especie de Cide Hamete Benengeli.

La publicación del primer libro de Monterroso en 1959 sucintó las reacciones positivas de la crítica y atracción de lectores. Alejandro Lámberry en su libro sobre Monterroso afirma que las reseñas lo colmaron de elogios, integrándolo de inmediato al canon literario hispanoamericano. Y yo agregaría: donde permanece confirmado por el peso de toda su obra que parece haber sido escrita para no envejecer.

Augusto Monterroso cambió la manera de escribir y de leer literatura». Una propuesta sugestiva y en este caso muy bien documentada.

Fuente: [Facebook]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

Jaime Barrios Carrillo
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