Un hombre entrando al mar
Gerardo Guinea Diez
No recuerdo la fecha cuando leí “Plata quemada”, de Ricardo Piglia. Lo único cierto es que no olvidé el epígrafe de esa novela: “¿Qué es robar un banco /comparado con fundarlo”. Bertolt Brecht. De esta novela, Gabriela Speranza dijo: “Piglia ha escrito una gran novela amoral. Escribe con la sola convicción de la mirada, se despoja del decoro de las buenas escrituras”.
En 2014 enfermó y lidió con el dolor y la parálisis de su cuerpo. Lo hizo con dignidad, elegancia y coraje. Juan Cruz lo dice mejor: “…un hombre sabio que además era educado. La rabia de lector lo hizo invencible”. Piglia fue un escritor que mezcló los géneros con una precisión admirable. De ahí, su deliberado propósito de contaminar el relato con la reseña, el cuento con el ensayo o la ficción con la autobiografía. Además, enfrentó el reto de tener frente a sí mismo a Cortázar y Borges. El escritor Martín Caparrós señala un dilema que con toda seguridad enfrentó: “Cómo escribir después de Borges”.
Crítico, novelista, ensayista y profesor durante muchos años en la Universidad de Princeton, Piglia visitó como un acto de fe laica todos los géneros. Sin duda, fue un hombre habitado por el fantasma de la cultura y la literatura. De historiador de profesión pasó a contador de historias. Siempre describía la anécdota que de joven se sentaba en la acera de su casa con un libro en la mano. En realidad no leía, sino le gustaba ver a la gente pasar. Y concluía para justificar ese hábito con una frase: “Para hacerme ver leyendo”.
La literatura de Piglia me recuerda un párrafo de José Wondenberg: “Esa alucinación colectiva, ese frenesí por el hoy, esa despreocupación por la historia, es incapaz de evaluar el presente como un producto de múltiples procesos que acabaron por labrarlo de una manera específica, e impide valorar los aportes y los despropósitos de quienes nos antecedieron”. Y eso es su obra, una recreación del pasado para hallar la clave del presente. Naomi Lindstrom, de la Universidad de Texas, sostiene que la historia consiste no sólo en los conocimientos establecidos, sino en “los dossiers ocultos, las leyendas, todo lo que sólo se sabe por vía no oficial. Así es tanto en la historia social como en la historia literaria”.
Piglia afirmaba que la literatura es el laboratorio de la vida, “un bosquejo raro”. Y ello se encuentra de forma generosa en sus memorias, “Los diarios de Emilio Renzi”, de los cuales se han publicado dos de los tres tomos. El primero, “Los años de formación” y el segundo, “Los años felices”. Emilio Renzi fue su alter ego en varias de sus novelas.
En su libro de relatos “Nombre falso”, retrató nuestro presente: “Creo que jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo. Creo que a nosotros nos ha tocado la misión de asistir al crepúsculo de la piedad y que no nos queda otro remedio que escribir deshechos de furia para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos”.
No queda más que despedir a este maestro de la literatura que vivió lejos de las luces mediáticas y se aposentó en la sencillez, en la coherencia y en su inveterada afición por la lectura y la escritura. Adiós Piglia, ahora entras al mar, como bien lo fijó Daniel Mordzinski.
«Creo que jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo.»
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