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– Esto no puede continuar así, – dijo la gallina muy molesta.

– No te me aceleres que te desvíelas, ¿ qué querés que haga?

– Calmar tus instintos, y no andar de pispireto.

– ¿Qué piojo te picó hoy?

– Ningún piojo, sólo una pulga que la traigo entre ceja y ceja

– Por donde anda ahora, que ya te la picoteo y me la como.

– Eso es lo que andas haciendo con ella, picoteándola y saboreándotela a mis espaldas, no tienés vergüenza, ni te importa lo que digan los demás de nosotros

– ¿Y qué van a decir? Que somos una familia feliz.

– ¿Feliz? ¡Cocó rococó! Muérome de la risa. Es lo menos que dicen
.
– ¿Entonces qué?

– No te hagas el tonto que no te queda, sabes muy bien que todas mis amigas y familiares te han visto de ala caída con la pelirroja recién llegada.

– Quiquiriquiqui, muérome por no llorar, ni me gusta, ni tiene buena pechuga ni nada por allí ni nada por allá.

– Si pues, lléname el buche con tus palabras, como si no te conociera.

– Me debes de conocer muy bien. ¿Cuánto tiempo tenemos juntos y cuantos hijos?

– No te metás con mis hijos, que ellos no tienen nada que ver, porque quiere huevos mantenerlos contigo o sin ti.

– No me dejés a un lado, que algo tengo que ver en eso.

– Si, alguito, porque tus saltitos de gallo a cada rato lo único que me causan es malestar, dolor de cabeza, y nunca podés lograr complacerme.

– ¿Y cuando te traigo los mejores manjares a la mesa?

– No jodás estoy hablando sexualmente.

– Pero esa es mi naturaleza, ya lo tendrías que haber entendido.

– Ya lo entendí, pero no me acostumbro. ¡Lástima que ya no hay más gallos por aquí!

– ¿Qué dijiste? ¡Ni lo volvás a repetir! ¡No me conoces! Porque cuando me enojo, me pongo como la gran puta.

– ¡Huy! Dónde aprendiste esas palabras, hasta te desconozco.

– Se las escuché al patrón que se las dijo a su mujer.

– ¿Y ella qué hizo?

– Le zampó un morongazo que lo dejó dormido… Pero vos ni lo intentés, que te mando a dormir con los cerdos.

– No te preocupés que pronto ya no me verás.

– ¿A dónde vas a ir?

– A las fiestas del pueblo y ya no me volverás a ver.

– No empecés, eso mismo me dijiste hace un año y nada que ver.

– Eso fue porque no quise irme.

– ¿O porqué estabas flaca y llena de críos?

– Exactamente, ¿pero ahora qué? Estoy de doble pechuga, buenos muslos, y que decir de las piernas, además, nada me impide volar a otros rumbos.

– No vueles muy alto que puedes caer muy bajo.

– Mas de lo que he caído entre tus brazos no creo, espero estar en otras manos, que me deseen, me saboreen y que disfruten de todo mi cuerpo y que chupen todos mis huesitos.

– Dormite mejor, sólo tonterías hablás – Dijo el gallo doblado la pierna bajo su ala, sobre la estaca de su gallinero.

La madrugada lo encontró en pleno canto anunciando el alba cuando vio las jaulas llenas de gallinas sobre el camión rumbo a la ciudad. Entre ellas la madre de sus hijuelos…

Su canto ya no fue de dar la hora del amanecer, sino de tristeza.

 

otto fernandez
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