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Era yo niño de seis años, la llama de mi candela reflejaba el interior de mi humilde choza ubicada en el centro de una gran montaña, que para llegar al pueblo más cercano tenía que caminar durante cuarenta y cinco minutos entre campos verdes, árboles y muchas flores bellas, para mí vivir ahí era de lo mejor ya que se convertía en un lugar mágico, pero viéndolo desde una perspectiva diferente era un panorama de pobreza. Lo que más me encantaba del amanecer eran las gratas serenatas que el señor me regalaba con bellos ruiseñores  por mi ventana.  Ya que cada mañana los rayos de sol deslumbraban por mi vivienda devolviéndome la sonrisa que por las noches se alejaba ya que mi alma era como una flor sin raíz que el viento me arrastraba hacia cualquier lugar por tener oportunidades de trabajo junto a mi padre, crecí en tierras lejanas trabajando plantaciones comestibles, a mi corta edad lo que más me costaba era cuando el gallo cantaba a las cinco empunto ya sabía que era hora de ir a trabajar al lado de mi padre.

Durante muchos años trabajamos bajo el grato sol, cuando un día común y corriente todo empezó a cambiar en mi vida, ya que llegó a mis oídos la noticia menos esperada en mi vida, que mi padre había fallecido. Supe en ese momento que la pobreza llegaría aún más a mi familia, ya que mi madre había quedado sola con mis cinco hermanos, y en ese tiempo la única herencia que mi padre me brindó fue la educación, un año en la nocturna aprendiendo poco a leer y a escribir tuve que dejar de estudiar para poder brindarles lo poco que yo podía darles a mis hermanos y a mí madre ya que por ella hoy vivo en este mundo, el tener este golpe en la vida me hizo dar cuenta lo tan difícil que es interpretar el juego de la vida.

Decidí marcharme a un lugar de oportunidad, ya que en mi país a los reyes no les interesa las personas pobres, nadie les presta atención, porque lo que hoy vivo no lo cuento porque nadie me abre sus oídos para escuchar mi narración. Fueron veintiocho días caminando sobre arenas y bajo soles fuertes, es decir estaba en el desierto como un lobo solitario luchando por mantenerse vivo. Llegando al país de las maravillas, por no saber lenguas extranjeras me regresan a mi tierra natal, donde regresé a trabajar a los campos ganando lo mínimo para poder sobrevivir día tras día pero sólo es de resignarse porque las personas que lo tienen todo no aprovechan las oportunidades y nosotros los pobres deseamos una de ellas y nunca llegan, por nuestra humildad estamos abandonados en un pedazo de tierra trabajando generación tras generación porque yo vi morir a mi padre trabajando en la agricultura y mi hijo hoy en día mira como yo me parto el alma en estas tierras para que aprenda mi descendencia esta es una cadena que ni las palabras de las personas ni la presencia de los gobiernos podrán cambiarlas sólo es de adaptarse al sistema de las tierras lejanas.

Me duele contarles que mi corazón se parte en dos cuando observo personas de mi misma civilización dejando caer la poca fe que tienen para sobrevivir y sacar adelante a su familia, niños de seis años trabajando como hombres al lado de mi ser dejando sus huellas en barro porque no tiene para zapatos, lo que me queda de satisfacción que las plantas que cultivamos crecen con mi sudor, mi amigo fiel el machete o el azadón, no existe la luz eléctrica pero sí algo mejor: la luz de las estrellas que llenan mi corazón. Es difícil vivir mi vida miles de personas nos discriminan y otras ni por su mente pasan que existimos.

Mi trabajo es la tierra, mi biblia mis herramientas de trabajo y mi fe yo la construyo por lo que hoy en día soy y por lo que he luchado, es mejor quedarme callado porque lo que hoy vivo no lo cuento, a nadie le interesa…