La ciencia no es un asunto ajeno a nuestra vida cotidiana. Y no me refiero propiamente a las variantes de su aplicación tecnológica actual (celulares, computadoras, por ejemplo). Me refiero a los detalles de todos los días. Levantarse más temprano para no llegar tarde, tomar la ruta con menor carga de tráfico a la hora de mi salida, evitar ciertos alimentos si me producen gases, cambiarle pañales al niño de manera más frecuente para evitar que se roce, tomar más agua si hace calor y evitar así un dolor de cabeza, limpiar una herida para que no se infecte, etc. Nuestra actividad diaria nos da la oportunidad de mejorar, de realizar un menor esfuerzo con un mejor resultado. Y de hecho así funcionan nuestros días, y nuestros meses, y nuestros años: nuestra vida. Esa misma práctica cotidiana es la base de toda ciencia. Esa capacidad de los seres humanos de distinguir procesos para hacer mejor las cosas, de optimizar y rendir mejores frutos. La diferencia principal consiste en la metodología, en lo esencial es lo mismo. Esa sed de conocimiento, de entender el mundo que nos rodea, de comprender lo que vemos y también lo que no vemos, de adaptarnos mejor a nuestro medio ambiente, eso es la base de toda ciencia.
En Latinoamérica, el avance social y económico tiene como variable importante el desarrollo científico tecnológico. Nuestra dependencia económica y científica se ha profundizado con los años y se ha acelerado en el siglo xxi. La cada vez más alta especialización y la investigación interdisciplinaria impone barreras que no pueden obviarse o saltarse con la sola voluntad. Sin embargo, tener la voluntad es ya un buen inicio.
Del total global mundial de recursos para desarrollo e investigación de ciencia y tecnología, Latinoamérica asignó un aproximado del 2.2 por ciento, de acuerdo con datos de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología y OCDE 2011. Si este articulo fuera un mero ejercicio numérico, diríamos que Latinoamérica representa un 10 por ciento de la población mundial con sus casi 700 millones de habitantes, lo cual nos deja muy lejos de ese hipotético 10 por ciento que sería lo mínimo que debiéramos asignar.
Como si el porcentaje de 2.2 por ciento no fuese ya alarmante, es hacia dentro mismo de los países latinoamericanos donde la situación se hace mucho más grave, y refleja las condiciones sociales de carencia y pobreza imperantes para la mayoría de los habitantes. De los recursos económicos en Latinoamérica asignados a ciencia y tecnología (2.2 por ciento del total mundial), Brasil ocupa el 70 por ciento, México un disminuido 13 ó 14 por ciento, y Argentina cercano al 7 u 8 por ciento. Los «tres gigantes del área» representan un total conjunto mayor al 90 por ciento, el resto de países latinoamericanos representan un poco menos del 10 por ciento del total de la región, llegando incluso la asignación de recursos de los países más pobres del área cercana a cero.
Conjuntamente con estos porcentajes, debe considerarse el Producto Interno Bruto, población, riqueza del país, monto de recursos asignados a investigación y desarrollo, tradición local, nivel educativo, violencia y gobernabilidad, entre otras variables. Aunque la diferencia entre los 3 grandes latinoamericanos con respecto al resto es enorme, no llega a convertirse en el abismo que separa a Latinoamérica de otras partes del planeta.
Israel, por ejemplo, uno de los países en el mundo con mayor inversión de investigación y desarrollo en relación a su tamaño, asignó en el 2009-2010 un equivalente al 4.28 por ciento de su Producto Interno Bruto. Latinoamérica en su conjunto alcanzó el 0.69 por ciento, siendo Brasil el único país en superar el 1 por ciento. En ese mismo orden, Cuba asignó 0.64 por ciento, Argentina 0.60 por ciento, Costa Rica 0.54 por ciento, Uruguay 0.42 por ciento, México 0.40 por ciento y Panamá 0.21 por ciento.
En Latinoamérica, los organismos que más generan ciencia son los académicos, universidades e instituciones públicas. Hablamos de un presupuesto muy limitado, afectado por el capricho y visión del gobernante de turno. Si a esta limitación añadimos la poca optimización de los recursos y su pobre utilización, tendremos una visión más cercana a nuestros problemas en investigación y desarrollo al hablar de ciencia y tecnología. Nuestra investigación en ciencia está infectada mucho por la ineficiencia y la burocracia. La participación de particulares o empresas es muy reducida en comparación con otras partes del mundo y poco atractiva, impera el desinterés.
Es urgente modificar nuestra visión oficial y cultural en ciencia y tecnología, y no resulta sencillo de hacer. El lugar que hemos ocupado y ocupamos actualmente en la economía mundial nos deja muy poco margen de maniobra. Y si bien el Estado debe por ley asignar mejores recursos suficientes, debe involucrarse al sector privado con mecanismos económicos que le permita a los empresarios nacionales participar en proyectos de esta naturaleza más decididamente.
Es imposible y poco deseable sustraerse a las tendencias mundiales de investigación y desarrollo en ciencia y tecnología. Nanotecnología, robótica, ciencia espacial y médica, el estudio del cerebro humano, las comunicaciones, energía alternativa, representan el grueso de la investigación a nivel mundial. Estando nosotros inmersos en esas tendencias, debemos además encaminarnos a cubrir nuestras necesidades científicas y tecnológicas más urgentes. Podemos y debemos ubicar áreas de estudio e investigación donde nuestro desarrollo tenga un mayor impacto para nuestras sociedades y un menor costo. Es solucionando nuestros propios requerimientos de desarrollo y nuestras urgencias de conocimiento, como podremos encontrar campos de especialización y una mayor contribución a la ciencia y tecnología a nivel mundial, al menos, en el momento en que nos encontramos.
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