Julio C. Palencia
Leído en el ingreso como académico honorario a la Academia Guatemalteca de la Lengua. Enero 23, 2024.
Agradezco a la Academia Guatemalteca de la Lengua por su hospitalidad.
Agradezco a Raquel Montenegro, directora de la Academia Guatemalteca de la Lengua, su cordialidad y paciencia para que mi incorporación sea hoy posible.
Agradezco a mi paisano y compañero, mi editor y amigo entrañable, Carlos López, por proponerme para formar parte de esta organización, conjuntamente con José Luis Perdomo Orellana y Francisco Morales Santos.
Y por supuesto, agradezco a todos los que nos acompañan en esta ocasión especial para mi persona.
De la misma manera que el perro ladra, el elefante barrita y la abeja zumba, así hablamos los humanos. Los humanos generamos lenguajes humanos, es nuestra manera de lidiar con nosotros y comunicarnos (es nuestra manera de ladrar, barritar o zumbar). Desde hace muchos años, Noam Chomsky, el exponente principal de la biolingüística, nos ha dicho que existe en los humanos un instinto gramatical que nos permite representar y explicarnos el mundo, así como comunicarnos entre nosotros. Al llamarlo instinto gramatical se implica que es una característica preprogramada, preelaborada por la evolución de la especie. Los humanos somos paridores de lenguajes, nuestra vocación es inventarlos, es nuestra primera herramienta biosocial, es nuestro sistema operativo. Y no me refiero aquí a los verbos y sustantivos, a las palabras concretas. Me refiero a su función primordial de gramática universal, a su voluntad de narrar el mundo. Todo lenguaje humano es narración, es nuestra manera de describir el mundo, es nuestro alcance, es nuestra limitación. El cerebro narrativo y su resultado, la narración, están indisolublemente ligados a la segunda ley de la termodinámica.
¿Qué hace toda especie animal consigo misma, es decir, sus individuos, y qué hace con su comunidad, su entorno? Todos los seres que conocemos se comunican de alguna manera, ¿también lidian consigo mismos, perciben su individualidad, en qué grado lo hacen? La idea de la inconciencia total en otras especies animales es falsa. La inteligencia y la conciencia existen en todos los niveles de la vida. Hasta un organismo unicelular tiene preferencias y opera perfectamente en el nivel que le corresponde actuar.
Las especies se comunican entre sí. Perros con perros, pulgas con pulgas, abejas con abejas, humanos con humanos. Los códigos de comunicación pueden tener elementos distintos, profundidad variada, grados diferentes de significación, pero en esencia es lo mismo. Toda criatura, toda especie nace con una herramienta adecuada e indispensable de comunicación. No es opcional, es parte de su ser, de su manera de manifestarse en el mundo. Y este lenguaje conlleva a la memoria. Lenguaje y memoria requieren realimentación a niveles complejos, por decir lo menos, en su interacción con la realidad. También existe una gramática vegetal que conlleva inevitablemente a una gran variedad de lenguajes vegetales que requieren a su vez de memoria. Una especie pervive en tanto se comunica y trasciende. En esto, los humanos no nos diferenciamos de las otras especies animales o vegetales. Sin embargo, existe un renglón en el cual los humanos aparentemente somos diferentes: la imaginación.
¿Qué comparten, que tienen en común los variados lenguajes de lo vivo y la memoria? En un nivel muy básico parecen compartir todas las características. A partir de ahí, la complejidad gramatical, los distintos niveles de memoria, la imaginación señalan sendas diferentes en la evolución de cada especie.
De la misma manera en que la biolingüística señaló el trasfondo único de todos los lenguajes humanos, parece legítimo profundizar esta idea y llevarla a ser el sustento de todo intento de interactuar consigo mismo y con el mundo, a conformar la estructura básica instintiva gramatical de todo lo viviente en nuestro planeta. La diferencia es de niveles, y esta diferenciación en los niveles del lenguaje es lo que conlleva a variaciones en la memoria. Sin embargo, el sustento es idéntico, el mismo en realidad, por más abismales que nos parezcan las disparidades.
La evolución, colaboración-confrontación nativa, interacción con el medio ambiente y el influjo de situaciones externas completamente ajenas, cubren un altísimo porcentaje de las posibilidades de desarrollo de lo vivo y, aún más, de lo orgánico y lo inorgánico. En esencia estamos hablando del mismo sustrato, el mismo sustento y origen para todas las especies.
Imaginamos escenarios y respuestas, creamos dioses y demonios, no hay nada en nosotros que no sea imaginado. La realidad humana es una realidad imaginada (para nada inventada) y tiene su propia lógica, su propia dinámica, su propia verdad, sus propias consecuencias, alejada por completo de la verdad última, que en esencia debería de importarnos muy poco. Nuestra realidad es más bien una ficción adaptada a nuestras necesidades de sobrevivencia, una ilusión y, sin embargo, lo experimentado es completamente real para nosotros, el sujeto que lo experimenta. La evolución no se ocupa de la realidad real, se ocupa más bien del que mejor se adapte para reproducirse y lograr que persevere la especie. La inmortalidad no nos corresponde a los organismos complejos; lo diminuto perdura, el gen tiene sueños de permanencia.
Estamos en el pináculo de la evolución. Todo lo existente hoy, nuestro día a día, es la última versión posible generada a través de esta mecánica de la evolución de la cual no podemos escapar, en la cual estamos inmersos sin salida.
No es un dúo, es un trío
Juega y ha jugado un papel preponderante en la forma y manera en que evolucionamos el trío instinto gramatical-memoria-imaginación. Todo es imaginado, presente, pasado y futuro. El ser humano nunca toca la realidad real; vive y se limita, sin otra opción, a la realidad humana. La realidad que experimentamos es siempre más colectiva que individual. Tenemos un alter ego de individuo, de grupo y de especie. Un repositorio común, una memoria de la cual tomamos, sin que lo sepamos, lo que somos.
El futuro y el pasado siguen las mismas reglas, ya sea el futuro muy cercano o el futuro lejano. Lo mismo se aplica para el pasado.
Imaginamos la manera de cazar un animal, de tender una emboscada; elaboramos una estrategia. Imaginamos la manera en que amaremos a nuestra pareja, cuidaremos a nuestros hijos, llegaremos a viejos. Imaginamos al recordar un hecho ya sucedido y lo significamos de múltiples y distintas maneras. El pasado es interpretado o reinterpretado, cambia. Imaginamos la manera de llegar a la Luna, a Marte, imaginamos los viajes interestelares a través de la métrica de Alcubierre, a través de un agujero de gusano. La imaginación nos gobierna, es nuestra manera de ser en el mundo.
El hoy, el hecho mismo, siempre en la cresta del instante, tampoco es distinto. Visión, olfato, audición, gusto, tacto forman las extensiones distinguibles de nuestro cuerpo. Maravillosos sentidos. Y son estos sentidos nuestro alcance y nuestra primera y máxima limitación. Imposible decir que nos engañan, es más acertado indicar que también están allí para ocultar. Nos muestran lo que requerimos saber para sobrevivir. Podemos hablar de hechos, algo que sucedió, eso es irrefutable. No podemos hablar de verdades, el concepto se nos cuela entre las manos. Líquida o gaseosa, no nos evade, la verdad simplemente es siempre es relativa, como un mapa de nubes. No se fija con clavos, está prendida con alfileres.
La maravilla de nuestros sentidos es muy limitada. A través de ellos elaboramos la realidad humana; es como si ésta se fijara al presenciarla. Nuestros sentidos consolidan una versión de la realidad, la nuestra.
Nuestra percepción primera nos muestra la realidad como si estuviéramos separados de un todo; ésta es una ilusión fundamental. Somos el agua viendo sus propias corrientes y remolinos.
La grandeza del ser humano con sentidos para percibir radica ahí, en imaginar lo que no ve, lo que no se presenta y no se hace patente, lo invisible, lo oculto. Todo conocimiento humano es siempre una interpretación.
Vemos una rosa y la mente humana ya intuye la forma de enamorar a su ser amado, ya imagina su perfume. Vemos el maíz o el trigo e imaginamos un imperio. Ésa es la lógica del lenguaje humano. A partir de un indicio, elaboramos una teoría, fabricamos sueños. He aquí la imaginación, que requiere del lenguaje y la memoria.
La mejor y más grande herramienta humana es el método científico. Levantamos una pared hasta donde nos es posible, para tirarla una y otra vez y reconstruirla siempre sobre nuevos cimientos. Así como imaginamos la realidad, somos una especie que imagina y crea herramientas; nuestra tecnología se profundiza con cada oleada de nueva comprensión de la realidad que la ciencia devela. La ciencia ensancha la realidad humana con cada repetido intento de comprensión, y las distintas tecnologías implementan una versión de esta comprensión. Por ejemplo, nuestra visión sólo percibe un porcentaje ínfimo del espectro de ondas y frecuencias. La comprensión de la onda corta y radiofrecuencia, invisibles para el ojo desnudo, nos dio la posibilidad de la radio, la televisión, la internet, los celulares, los satélites, entre una multitud de aplicaciones combinadas con otras tecnologías.
Sobre esta liviandad de la realidad humana levantamos nuestro reino, a pesar de todo. La realidad humana no es la realidad última, pero la sufrimos y la experimentamos. Para los humanos no hay de otra. Nos toca lidiar con esta realidad imaginada, profundamente nuestra, mentirosa.
De todas las flores, quiero la que es nuestra
Resulta imposible para los humanos distinguir qué comunica entre sí otra especie, digamos, los gorriones y, menos aún, distinguir variaciones en esta comunicación. Tampoco nos es posible señalar con facilidad si esa comunicación se limita al sonido gutural, o si incluye otros medios, químicos, corporales, olfativos, por ejemplo.
Cuando se trata de nosotros, podemos sin mucha dificultad distinguir idiomas, acentos y usos lingüísticos, variantes en las palabras.
No hay grupo humano sin idioma. Sobre el idioma se funda lo que somos, nuestra humanidad.
A partir de la generalidad del instinto gramatical chomskiano, al hablar lo hacemos utilizando un idioma concreto, las palabras de nuestra madre y nuestro padre con las que crecimos, en las que afincamos nuestros amores y odios.
Teñimos las palabras con lo que hemos sido; nuestros vocablos devienen nuestra historia y nuestro ser futuro.
El idioma es la mano que mece la cuna, es la voz que susurra y nos encanta. Resuena nuestro ser más íntimo con aquellas palabras, lo significa y no le es ajeno, podemos decir que ya esperaba la bendición de aquella palabra.
Queremos expresar algo similar a «te amo, mamá» y balbuceamos «ma». Siendo un instinto gramatical nativo, un lenguaje particular es algo adquirido. Es una convención para decir y entender, para decir y comprender. El emisor y el receptor deben decodificar el mensaje sonoro.
La voz que no encuentra su vocal ni su consonante
La vi al fondo del pasillo diminuta y rubia, con unos ojos azules enormes. Se lanzó a caminar, primero despacio y luego más rápido, como cayendo a cada paso, dando tumbos. Y así, cayendo, pasó frente mi yo alucinado hacia la silla de al lado, donde se encontraba su mamá, mi hermana. Huraña, se abrazó y se hundió en su madre y desde ahí me miraba con un signo de interrogación para mí y para los otros, a los que ella nunca había visto. Mi sobrina llegó con un año y dos meses cumplidos. Saldría nuevamente de nuestra vida diaria cuando cumplió los dos años.
Los días siguientes fueron de asombro para ella y para nosotros, todos adultos. Aprendimos a conocernos y, por supuesto, fue muy fácil quererla.
Nuestra madre había dicho: «Está enorme, ya no le queda la ropa que enviaron. Usa la de dos años». Sin embargo, al verla en aquel pasillo, la percibí pequeñita, dos ojos que apenas despegaban del suelo, deditos y uñitas que daba curiosidad tocar. Ése fue nuestro primer asombro.
Nuestro segundo asombro fue que su dieta consistía principalmente de pan rebosante de aceite de oliva y ajos, los que devoraba inmisericorde, con gran contento.
Tina identificó plenamente, como un relámpago, quién era el consentido de la casa, con el cual tendría que rivalizar el favor indiscutible de todos. Y así identificó a mi hijo menor, ya en sus veinte.
En uno de esos primeros días, detenida, por precaución, con un amarre improvisado a la silla, comía una rebanada de pan con aceite de oliva a la mesa. En un segundo, Tina quedó colgando con la cabeza muy cercana al suelo sin llorar. Se había resbalado al apenas moverse y el amarre la sostenía pendiendo de su cintura boca abajo, cerca del suelo. Rafael, que pasaba por ahí, la enderezó y desamarró para que pudiera bajarse. Apenas pisó el suelo, caminando dificultosamente por el pañal cargado y la cabeza desproporcionada de todos los niños a esa edad, y sus chanclas que apenas cubrían un pie diminuto, se paró en medio de la puerta de la cocina, donde estaba su madre y, señalando hacia la mesa donde estaba Rafael, alcanzó a decir con el bracito levantado:
—Tata.
Fue su primera relación directa con Rafael: una palabra y un gesto.
¿Qué identificaba, qué quería comunicar?
Tata la había puesto de cabeza y la había desamarrado. Tata era el responsable del peligro de caer.
Rafa la había rescatado y le había dado la oportunidad de salir ilesa.
Rafa era el que la había colocado en situación de peligro y ella, de alguna manera, se había liberado.
Rafa era el dragón que con su fuego la había rescatado del peligro que asechaba en el suelo, lleno de seres desconocidos, probablemente malignos.
No podía decir más que Tata, pero era evidente que en su mente tenía un concepto completo que no podía verbalizar aún, pero que ya residía ahí. Una palabra y una seña visual clara que complementaba lo que no podía verbalmente expresar.
Tata, verbalización de Rafael, y una seña visual representada con el brazo y su mano derecha. Tata era el objetivo. Ella era el sujeto. ¿Qué había pasado?
Tata representa un nombre, un sustantivo. Una persona. Su relación directa con esta persona la ubica como sujeto y objeto. ¿Quién es Tata?
Tata es Rafael. ¿Quién es Rafael? Un hombre joven, graduado recientemente de la universidad, hijo de una familia de la cual es pariente Tina ¿Por qué una niña de 14 meses dirigiría sus baterías contra un hombre de más de 20 años?
Una de las tantas posibles respuestas es que existencialmente lo ubicó como el mimado de la familia. Y allí no se equivocaba Tina. Ella debía ocupar ese lugar. Ocuparía ese lugar, ya se lo había propuesto.
Y Rafa le cedió ese lugar gustoso. El detalle fue que Tina no logró detectar este gesto que le entregaba el estatus que ella pretendía.
Tina se convirtió en la persona más amada por Rafael. Su comportamiento, sus peleas, sus batallas, sus palabras, su respiración, su actitud le encantaban.
¿Qué nos indica la mano levantada con el dedo índice extendido señalando a una persona?
Aquella niña apenas se sostenía verticalmente con el pañal muy cargado y con su cabeza enorme. Sus dos ojos y su gesto acompañaban la actividad de nombrar y al levantar la mano ésta se convertía en una espada flamígera.
Era un asunto de supervivencia. Un asunto que no se limitaba al lenguaje humano, un asunto que buscaba garantizar los favores de todos los adultos y todos los seres a los cuales podría llegar aquel gesto que no se limitaba a los seres humanos. Su destino tocaba los límites de los seres existentes, su llamado abarcaba a todas las especies.
Y de esta manera, sin saberlo Tina de manera consciente, garantizar al máximo su posibilidad de existencia. Superaba los límites del lenguaje, tocaba la existencia. Llegaba más allá de los gestos y del lenguaje chomskiano, se instalaba de lleno en la supervivencia. Se instalaba en los límites de la evolución darwiniana de las especies. Ella estaba en un espacio amable, pero desconocido; era una recién llegada a un lugar que no conocía. El ambiente, en pocas palabras, le resultaba extraño. Y esto era ya suficiente para levantar todas las alarmas. Suficiente para convocar a todas las banderas de la sobrevivencia.
El múltiple nombre de las cosas
En una segunda ocasión, quizá ya de año y medio, Tina estaba hermosamente vestida: pantalón de licra que simulaba lona o mezclilla, blusita de vuelos con flores y sus acostumbradas chanclitas. Estaba sentada en una silla, a la espera de algo para comer, cuando llegó Rafael. Tan pronto la vio, Rafael se acercó y dando un pequeño jalón al pantaloncito dijo:
—¡Panto!
Tina se destanteó, pero no respondió. Rafa volvió a la carga jalando nuevamente el pantalón:
—¡Panto nuevo!
Tina, visiblemente contrariada, respondió:
—¡Noooooooooooooo!
Rafael volvió a la carga:
—¡Panto!
Después de ir y venir de la misma manera, Tina inquirió:
—¿Panto, pantaón?
Rafael la sacó de dudas:
—Sí, panto es pantalón.
Tina comprendió que Panto era pantaón, que algo que ya tenía nombre podía ser renombrado innumerables veces. Y no protestó más.
¿Cómo es posible que algo ya plenamente identificado pueda ser nombrado de otra manera, de formas múltiples, de cambiar la realidad ya establecida?
¿Qué relación existe con lo nombrado y la realidad? ¿Qué relaciones se establecen entre la cosa y la palabra?
A muchos esto los tiene sin cuidado. La palabra y la cosa son elementos separados, existe algo que es esa cosa. Sin embargo, qué se invoca, qué se representa en el cerebro al decir, verbigracia, rosa. ¿De cuántas maneras la modificamos con nuestros sentidos?
Tina se topaba con pared. Lo que ya tenía nombre podía ser nuevamente nombrado, tenía la libertad de hacerlo. El nombre era la cosa. Pero la cosa, coscolina, retozaba con los humanos y los seducía para recibir multitud de acepciones. La cosa, siendo la misma, también podía cambiar. Nombre y cosa evolucionaban cada una por su lado, evolucionaban en su relación mutua, evolucionaban en su relación con los humanos. Y el lenguaje, entre estas tres dinámicas, evolucionaba con ellas.
Jerga de rebaño
Se jugaba un día de mayo de 2013 la final de la Copa del Rey entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, en el estadio Santiago Bernabéu. Éramos varias personas viendo el partido, y Tina, la única niña, tendría un año y medio. Fue un partido emocionante, con un gol tempranero de Cristiano Ronaldo que hizo gritar a Rafael «¡puta madre!» desde el suelo donde estaba acomodado.
A partir del gol, cada llegada del Atlético ocasionaba un grito emocionado de Rafael repitiendo el «¡puta madre!».
El partido lo empató el Atlético casi finalizando el primer tiempo.
Antes de terminar el primer tiempo, Tina, de manera perfecta, a cada llegada con peligro de gol en cualquier portería comenzó también a gritar emocionada «¡uta maye!, ¡uta maye!», y daba una vuelta completa al sofá con una gran sonrisa y volvía a sentarse al lado de Rafael.
La frase tiene dos significados: la primera, es una frase que involucra emoción, nervios, entusiasmo, peligro. La segunda es el significado literal de la frase, que era lejano y ajeno a Tina.
Tina no comprendía lo que significaba la frase «¡puta madre!»; eso era lo menos importante para efectos de su comunicación. Lo más importante sí lo captaba por completo.
El rebaño soy yo y los otros que son los míos. El rebaño son mis pares, mis compas, mis amigos y, en un sentido más amplio, es mi generación. Incluso un habla generalizada nacional es jerga de rebaño. Quiero señalar con especial atención el sentido de la jerga utilizada por los preadolescentes y adolescentes de todos los tiempos, una jerga en busca de autenticidad, una jerga renovadora, sí, pero muchas veces renovadora a fuerza de insertar extranjerismos sin ton ni son, dominados y doblegados por la realidad que impera, creatividad destructiva. Esto no es algo nuevo. Para señalar un solo ejemplo, los invasores siempre han dejado su impronta en forma de lenguaje. Se busca ser único a través de ser creativo con el lenguaje, de diferenciarse de las generaciones anteriores. Y en esta práctica, al lenguaje lo habitan multitud de remolinos que ocasionan jirones violentos en su uso. Se renuevan los conceptos, una cosa quiere decir otra que no significaba antes, se recortan o alargan palabras, se contraen, y se mezclan, con mayor o menor fortuna, un universo de palabras muy dinámico y limitado, casi siempre el camino del menor esfuerzo.
La jerga de rebaño busca la autenticidad, se copia y difunde. Se es auténtico con enormes limitaciones. Se copia irreversiblemente, como todo lo que los humanos hacemos.
Gramática básica de la comunicación no verbal
Puedo utilizar técnicas visuales, gestos y señas para comunicar un estado de ánimo, alguna necesidad, una idea, ya sea la percepción o proyección de emociones. Esa comunicación siempre es personal de manera directa o indirecta.
De manera directa, requerirá estar presente y comunicando a alguien que pueda interpretar y entender mi intención de comunicar algo, privilegia el aquí y el ahora. De manera indirecta, bastará con que alguien vea la señalización que deje, por ejemplo, en el camino, en casa, en algún recipiente… No hablo de lenguaje escrito, hablo de elementos visuales que pretenden sustituir la presencia directa inmediata de quien intenta comunicar algo.
Aunque todo lenguaje y toda comunicación no verbal puede dirigirse a más de un destinatario (individual o colectivo), el procesamiento y la comprensión irreversiblemente siempre es individual. La comunicación y el entendimiento, la comprensión y el aprendizaje son una relación humana binaria, un proceso de unos y ceros, entendimiento entre dos puntos.
El gesto es una postura del cuerpo que comunica cierto estado de ánimo, cierto bienestar o desasosiego.
Tina y el jugo
Rafael aparece con un jugo en la mano, devorando una quesadilla con champiñones.
Tina ve un programa para niños en Youtube. Lo ve llegar, entrar, con una y otra en sendas manos.
Se levanta entusiasmada del asiento y haciendo un espacio en el sofá lo invita a sentarse con el gesto repetido de golpear suavemente con su manita al lado de ella.
Rafael se sienta y la saluda. Tina, con una sonrisa y un gesto, un «¡ah!» acompañando el movimiento de sus brazos, le pide jugo y quesadilla.
Después de dos o tres mordidas a la quesadilla, Rafael le pide a Tina la quesadilla de vuelta, y un trago más de jugo. Tina se resiste a entregar su preciado tesoro, se ha apoderado por completo de ambas cosas. Llora. Se resiste. Llora.
Hay en los seres humanos un intento de trascender sus limitaciones, un intento, primero, de explicarse el mundo y, segundo, de comunicar, incluso comunicar más allá de lo posible. De allí la procedencia de palabras como nunca, jamás, siempre, dios, sin duda, eterno. Palabras sin sentido firme, sin concepto franco. Palabras que se resbalan y no dicen nada, que esconden. ¿Qué esconden? El desconocimiento, la ignorancia, el límite de nuestra comprensión. No son metáforas o figuras de pensamiento, son más bien monstruos conceptuales que señalan una frontera llena de incomprensión que ni siquiera lo ambiguo logra cubrir.
Toda palabra, toda frase está preñada de ambigüedad. Estamos acostumbrados a que así sea; por eso el lenguaje se convierte en un acuerdo social tácito, una convención callada y obligada para lograr comunicarnos. He aquí la condición existencial de la poesía.
Si el lenguaje es primeramente una herramienta de sistematización y ordenamiento del mundo para nosotros mismos, el 70 por ciento del lenguaje es conmigo mismo, la poesía es siempre comunitaria, social, y la metáfora es su herramienta privilegiada e insustituible.
La metáfora es extraña a la narración, no la requiere. La metáfora se erige como síntesis de múltiples experiencias separadas por tiempo y espacio. No compara estas experiencias, más bien y de manera repentina descubre una relación implícita, escondida, entre todas ellas y la hace inteligible en la palabra. En este sentido, la poesía tiene relaciones subterráneas con las matemáticas.
La poesía le da luz a lo no evidente, devela universos ajenos a la narración. La metáfora se instala fuera del espacio-tiempo einsteniano.
Podríamos decir que la poesía roza universos ajenos a los alcances de la inteligencia humana.
La poesía, y la metáfora en su centro, abre el camino que será recorrido una y otra vez por los humanos; quizá esa sea su función principal en la renovación del lenguaje.
Estamos inmersos en esta jaula de significaciones narrativas.
Ningún dios vendrá a liberarnos.
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