Carlos López
Desde el río hasta el mar, Palestina será libre.
La destrucción infligida por el régimen genocida de Israel en Gaza supera la de la Segunda Guerra Mundial. Sin vergüenza, la televisión del estado sionista muestra con orgullo y como gran obra la destrucción de universidades, hospitales, ambulancias, escuelas de prescolar, primaria, secundaria, tiendas de campaña, campos de refugiados, edificios multifamiliares, zonas residenciales en Palestina. La Franja de Gaza está en ruinas; las calles fueron borradas con maquinaria pesada. Los terroristas israelíes bailan, como en un rito satánico, sobre los escombros, llegan a robar en las casas demolidas y se burlan de los juguetes de los niños que acaban de bombardear, hacen señas obscenas hasta sobre los cadáveres de niños recién nacidos, profanan tumbas; Gaza es un gran cementerio. Están enfermos, desquiciados; su maldad es terrorífica. Matar les provoca orgasmos. La perturbación de los soldados sionistas es tal que hicieron spots donde ofrecen, a cambio de dinero, poner frases personalizadas en los proyectiles que lanzan contra la población indefensa el día del cumpleaños de quien paga. La muerte del prójimo es un souvenir para estos trastornados.
14 mil niños y bebés y 23 mil adultos han sido asesinados por Israel en tres meses y medio de ataques indiscriminados, pero para John Kirby, portavoz de Seguridad Nacional de Estados Unidos (que está detrás de Israel, porque en EUA el poder lo tienen los sionistas israelíes), «no hay pruebas de crímenes de guerra israelíes». En algo tiene razón, porque eso no es una guerra; es una invasión, un despojo, un latrocinio. Con ese espaldarazo, Israel sigue rociando de fósforo blanco a los sobrevivientes de Gaza, continúa metiendo tanques para tirarle a todo lo que se mueve y máquinas de destrucción de todo tipo.
La inútil ONU y sus más inútiles organismos no hacen nada; la OTAN, la vergonzosa Unión Europea y hasta algunos torpes gerentes latinoamericanos (autodenominados presidentes, como los de Ecuador y Argentina) apoyan las masacres sionistas; las iglesias de todo tipo callan o rezan para que Israel siga matando con la bendición de su Dios; más, las evangélicas, que mienten a sus feligreses con el cuento de que Dios escogió a estos malditos como su pueblo. Los zombis de las redes sociales, los de la televisión observan como si fuera un espectáculo el llanto de niños sin extremidades, en shock, que tiemblan sin parar, de niños que declaran que ya no quieren vivir, que se convirtieron en padres y hermanos de menores cuyos padres inocentes fueron asesinados de la manera más alevosa, impune, despiadada. Gente que se conmueve y escribe artículos en memoria de un escritor (del que muchas veces no ha leído nada) fallecido de muerte natural en un país que no es el suyo calla o voltea a ver para otro lado ante las muertes de más de 30 mil palestinos, el 70 % de ellos niños y mujeres. ¿Se puede llamar seres humanos a éstos ególatras y a los gobernantes de las naciones que son indiferentes al dolor, al crimen más horrendo de que se tenga memoria? Lo que está pasando en Gaza ya rebasó la brutalidad de la invasión de Estados Unidos a Vietnam el siglo pasado.
En Gaza, la cárcel al aire libre más grande del mundo, los invasores cortaron el agua, cerraron los accesos (en la frontera de Egipto, antes cobraban 3 mil dólares por dejar salir a un palestino; hoy exigen 10 mil), destruyeron o robaron los alimentos que enviaban los pueblos solidarios (casi un millón de palestinos están a punto de morir de sed y hambre si no se detiene la masacre); asesinan por la espalda a ancianos que andan perdidos en espacios públicos o buscando algo para comer o a algún familiar enterrado debajo de los escombros de edificios destruidos; disparan contra mujeres que van con sus hijos moribundos a los hospitales que también arrasan; hasta a seres con discapacidad mental, con síndrome de down reprimen los soldados de ocupación.
Mientras tanto, Jonathan Peled, diplomático israelí que estuvo vigilando el domingo 17 de enero la asunción de Bernardo Arévalo como presidente, declaró ese día que el 4 de marzo de este año entrará en vigor el Tratado de Libre Comercio entre el estado multiasesino, terrorista, invasor que él representa y Guatemala. El desbalance de las relaciones comerciales hasta noviembre del año pasado da como resultado que Guatemala le ha vendido 10.9 millones de dólares estadunidenses —casi todos del monocultivo de cardamomo— a Israel, y le ha comprado 29.9 millones a los fascistas. Dice Peled que el TLC Guatemala-Israel atraerá muchos turistas a la Tierra Santa (si ésta es la tierra santa cómo será la satánica) y los pastores evangélicos se frotan las manos con los negocios que harán al ir por recuerdos a la tierra de la gran promesa para vender en miles de dólares aceites, polvos, hojas de olivo, aires de Jerusalén, lágrimas embotelladas del Muro de las Lamentaciones.
76 años tiene el heroico pueblo palestino de estar sufriendo opresión, represión, asesinatos, despojos de parte de Israel, el más maligno cáncer del mundo. La matanza que iniciaron los sionistas el 7 de octubre del año pasado no tiene precedentes. Es hora de oír el lamento universal de los pueblos que piden que pare el genocidio. Es hora de que los gobiernos oigan la voz de los pueblos.
El gobierno de Guatemala debe dejar sin efecto el TLC firmado por el anterior régimen entreguista. Es hora de empezar a marcar la diferencia con los neoliberales. También debe romper relaciones diplomáticas con el gobierno exterminador israelí. Recordemos que Israel asesoró al Ejército y vendió armas y material bélico a los regímenes genocidas guatemaltecos durante los 36 años que duró la guerra de liberación de parte del pueblo. La lucha de 250 mil muertos, un millón de desplazados y refugiados, de cientos de miles que perdieron todo debiera forjarnos una conciencia de justicia, de emprender acciones dignas para reivindicar en parte el agravio; es hora de pedir perdón a los deudos y a los sobrevivientes de la guerra y de crear el Museo de la Memoria Histórica. Es hora de honrarlos. Estados Unidos e Israel también son culpables del genocidio contra el pueblo guatemalteco.
No firmar el TLC Guatemala-Israel es un acto de mínima decencia histórica, para no seguir fomentando la amnesia de hechos deleznables.
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