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El Evangelio olímpico según Pasolini

César Abraham Navarrete Vázquez

 

Un atleta tiene un solo modo de alcanzar plenamente

la propia libertad: luchar libremente para ganar.

Las victorias de Merckx son escandalosas.

Pier Paolo Pasolini no sólo fue un hombre de letras y fotogramas; también lo apasionó el deporte, ora en la práctica, ora en la reflexión. Asumía su condición, sabiéndose excepcional entre «los deportistas poco cultivados y los hombres cultivados poco deportistas».

Maria Antonietta Maciocchi, directora del semanario Vie Nuove (Vía Nueva), le propuso escribir sobre los Juegos Olímpicos de Roma 1960. Otro intelectual, Italo Calvino, cubrió los de Helsinki 1952 como enviado especial de la LUnità (La Unidad).

El cineasta entregó cuatro artículos: el primero sin título, Un mondo pieno di futuro (Un mundo lleno de futuro), Dramma sul filo (Drama en el filo) y Tradì i pattini per la bicicletta (Traicionó los patines por la bicicleta).

 

30 de julio de 1960

En el breve texto inicial, a más de un mes del inicio del evento, repudió el esteticismo de la justa, recordando particularmente el fascismo de Berlín 1936 (su padre, teniente del ejército, salvó la vida de Benito Mussolini durante un atentado). En Italia había «mucha retórica pasada de moda sustituida por el histerismo estandarizado». Mientras tanto, en la Ciudad Eterna gran parte de la burguesía esperaba con respeto, en tanto el resto lo hacía con escepticismo; el pueblo, a su vez, experimentaba la curiosidad y la ironía. Los únicos con una idea precisa al respecto eran los ladrones y la gente de la construcción. Este sector había trabajado a marchas forzadas para entregar a tiempo las costosas instalaciones «que luego no servirán para nada».

 

Un mundo lleno de futuro (3 de septiembre)

En «Un mundo lleno de futuro» realiza la crónica de la Ceremonia de Inauguración. Compara esta experiencia inédita (el ambiente, la gente…) con la suya como asistente consuetudinario al Derby della Capitale entre la Roma y la Lazio, aunque él era fanático del Bolonia:

A decir verdad me esperaba, a lo largo de las avenidas que llevaban al Estadio Olímpico, el caos de los partidos de futbol, el calor habitual de los domingos soleados, con la conocida pasión, vivaz, convencional y plebeya. Nada. En cambio a mi alrededor caminaba una multitud completamente nueva: los vestidos eran más vivaces y modestos que los nuestros; las caras y los cuerpos menos bellos pero más sanos, las sonrisas sin ironía y sin vulgaridad, pero también un poco sin vida.

La entonación del himno italiano y el desfile de las delegaciones (Cuba y Japón con sus respectivas luchas recientes, así como los países socialistas, encabezados por la Unión Soviética) le parecen bellos y conmovedores. Se refiere a los participantes como «piezas de historia contemporánea, vivos como pedazos de carne, sorprendentes y desgarradores». Le resultan feos e insoportables el vuelo de las palomas, el repique de las campanas de la ciudad, el encendido del pebetero y la verborrea política:

Y creo que es difícil imaginar un discurso más retórico y provinciano que el suyo. […] [los extranjeros] que, aunque educadamente, daban signos de impaciencia: en realidad no podían concebir el hilo conductor de tanto municipalismo, de tanta pobreza retórica, de tanto orgullo obvio por la obra realizada, que reducía a Roma (a la que nosotros, lo sé, habíamos visto prepararse con tanto afán) a una capital de provincia.

 

Drama en el filo (17 de septiembre)

«Drama en el filo» supone la segunda visita al Estadio Olímpico de Pier Paolo, esta ocasión acompañado por los escritores Elsa Morante y Alberto Moravia. Advierte que es un pésimo espectador de atletismo porque se divirtió más en la pizzería de un barrio popular, entre obreros y desempleados, viendo por televisión el futbol y el boxeo (la coronación del «desbordante» Cassius Clay en la categoría de los semicompletos).

En sus años universitarios, Pasolini intentó practicar el atletismo. Destaca una carrera de 1, 500 metros en cuyo arranque sorprendió con su velocidad… hasta que un ataque de disentería lo obligó a abandonar la pista (durante la infancia, en los canchas de futbol, sus características físicas y mentales le granjearon el apodo de Stukas, avión de combate alemán en la Segunda Guerra Mundial).

Presenció las finales atléticas de 4oo y 1, 500 metros (la dramática victoria del estadounidense Otis Davis sobre el alemán Carl Kaufmann, dirimida por la foto de llegada, y la nueva marca mundial del australiano Herb Elliot), con las correspondientes entregas de medalla e izadas de bandera.

Del mismo modo en que una década después establecerá el símil literario-futbolero entre la «poesía» brasileña y la «prosa» italiana del Mundial de México 1970, hace esta alegoría poético-olímpica:

La carrera atlética pura es una lírica, más o menos breve: los cien metros son un endecasílabo; los doscientos, un dístico; los cuatrocientos, una cuarteta. El maratón ya es un espectáculo porque es como un largo monólogo, desesperado, dramático…

Al escribir sobre la extenuante prueba, indudablemente alude al triunfo de Abebe Bikila, el descalzo corredor etíope.

La crónica se cierra rememorando un viaje a la playa de Ostia (donde moriría brutalmente asesinado en circunstancias aún no esclarecidas). Allí, los lugareños perdieron en diversos juegos con un grupo de turistas magiares; sin embargo, sus mujeres vengan la afrenta venciendo a las húngaras en el salto de cuerda entre gritos y alegría. El autor prefiere lo que gusta a la gente común por encima de aquello que intenta restaurar necesidades y pasiones de otro tiempo: «Esa fue una verdadera reunión deportiva: el deporte ideal tiene dichas dimensiones» —concluye.

 

Traicionó los patines por la bicicleta (10 de octubre)

«Traicionó los patines por la bicicleta» es la entrevista que, durante una cena, el campeón olímpico de ruta y miembro del Ejército Rojo, Víktor Kapitónov, concedió al poeta-cronista (el ciclismo era una de sus pasiones, después del balompié y el pugilismo). Para el militante marxista este encuentro supuso también una oportunidad inmejorable para ponderar las virtudes de la sociedad comunista. Roma 6o significó la hegemonía de la U. R. S. S. en el medallero. Para los soviéticos «el deporte debía servir sólo para mejorar físicamente, para incitar a una competición pacífica, nada más».

Pasolini centra la conversación en el amateurismo y la profesionalización. Le parece absurda la exclusión: «Creo que, en los Juegos Olímpicos, deberían concurrir los mejores atletas, profesionales o no», criticando la visión idealista, estetizante y modernista de Pierre de Coubertin. «Los mejores atletas occidentales —y también los más óptimos moralmente— son profesionales» —plantea, aclarando a sus interlocutores que no se decanta por el profesionalismo.

El entrenador del ciclista le pidió llevarlos a conocer algo de la ciudad y los transportó a las borgate (suburbios), al barrio de Gordiani, locación de su opera prima Accatone en 1961.

Los habitantes rodean poco a poco y con admiración al pedalista mientras «muy lejos brillan las luces de la Roma olímpica», tal como lo mostró en Río de Janeiro 2016 una imagen de la agencia de noticias AFP captada por el fotógrafo serbio Andrej Isaković desde la favela de Mangueira.

Para el católico (ateo confeso) Pier Paolo Pasolini, el deporte era la «religión de nuestro tiempo» (se refirió al futbol como «la última representación sagrada, el único gran rito que queda en nuestra época»), y lo dividía en dos: el practicado y el visto.

En el primero intuyó una actividad que ocuparía el tiempo libre de las personas y quiso que fuera accesible para todos, particularmente para los jóvenes del pueblo. El segundo, en cambio, se trata de un espectáculo, un juego, que se ve cómodamente desde el sillón o las gradas; una distracción eficaz, simultáneamente terapéutica y liberadora:

Desde hace demasiado tiempo el deporte es espectáculo. El césped de los estadios y el cuadrilátero [de boxeo] son escenarios teatrales que incluso han sustituido a los escenarios verdaderos […] Y así se convirtió en espectáculo por la exigencia las grandes masas: que, sin duda, no aman la brevedad exquisita de un endecasílabo.

Lo cierto es que a este homo ludens (hombre que juega), para quien «las tardes más bellas de su vida fueron aquellas que pasó jugando futbol por seis o siete horas seguidas», la voraz industria deportiva y sus intereses lo dejarían sin palabras, sin imágenes e incluso sin balón.

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