Marcela Gereda
Hace unas semanas recorrí diversas áreas del lago de Atitlán, y mientras algunas de ellas tienen la magia de siempre, otras (como San Juan la Laguna) se convirtieron en un pantano marrón, viscoso y agonizante.
Según diversos científicos, en cinco años, la contaminación del lago de Atitlán llegará a un punto de no retorno. Cada segundo, según el estudio de 2018, Manejo de aguas residuales en la cuenca del Lago Atitlán (UNU-FLORES), se producen aproximadamente 530 litros de aguas negras alrededor del lago y de estos solo el 20 por ciento pasa por una planta de tratamiento.
Es decir, que cada segundo más de 424 litros de aguas negras entran en el lago. Esto equivale a 21 garrafones de 20 litros que se vierten cada segundo en una de las maravillas más grandes de nuestro planeta.
La falta de plantas de tratamiento, la cantidad de químicos que llegan a través de abonos tóxicos que hacen surgir la cianobacteria, la incapacidad institucional del Ministerio de Medio Ambiente, la incapacidad de las empresas de responsabilizarse por el plástico que producen y riegan en todos lados, está gestando un verdadero ecocidio del que no hemos terminado de ver las consecuencias.
A esto se suma la incapacidad que hay en Guatemala de trabajar en conjunto. Me pregunto cómo es que las empresas de bebidas gaseosas que tanto repiten que “aman” a Guatemala siguen sin sentirse responsables de la basura que genera el consumo de sus productos (ni de los efectos sobre la salud).
El lago de Atitlán debe ser desde ahora un tema primordial en la agenda de quien empiece a gobernar nuestro país en enero 2020. Ya vamos tarde y estamos rebasando el umbral de resiliencia y reconstitución del lago.
Hay diversas voluntades que trabajan cada una desde su trinchera para tratar de salvar estas aguas en peligro: ARLA, Asociación de Amigos de Atitlán, Salvemos Atitlán, Pura Vida, Agua Limpia Ya, entre muchas y muchas más que están luchando incansablemente para evitar lo imperdonable: perder Atitlán.
El primer paso es definitivamente no dejar que las aguas negras sigan entrando al lago. En muchos lagos del planeta que pasaron por la misma problemática años atrás, lograron impedir la contaminación con aguas fecales y domésticas gracias a la colocación de un anillo recolector de aguas negras en toda la orilla.
Hacerlo en una cuenca de 380 mil habitantes –y cuya población crece día con día– implica unir a un drenaje las 15 municipalidades que conforman la cuenca, instalando los sistemas de tratamiento necesarios (ello tiene un costo aproximado de US$200 millones). Esta opción pasa entonces primero por informar y socializar exhaustivamente esta alternativa a nivel local y a nivel nacional, proponiendo de entrada los mecanismos para fiscalizar con transparencia el manejo de los recursos. Diversos actores sociales locales se oponen a la propuesta del megacolector acaso por desinformación o mala información.
Hoy, para salvar al lago se requiere de tres pilares fundamentales: la voluntad gubernamental y de la unión de los esfuerzos de la población local y del sector privado.
No obstante, se requiere que el futuro gobierno de este país comprenda el ecocidio que está ocurriendo en Atitlán, para elevar el lago a nivel de una de las prioridades nacionales pues será en su gobierno (2020-2024) que el lago revivirá o terminará su lenta agonía.
Acaso el reto más grande no sea encontrar la alternativa para salvar el lago, sino hacer lo necesario para conciliar y comunicar con claridad a la población del lago que el megacolector ha sido la solución en diversos lagos del mundo, que esta alternativa tiene una base científica, y así llegar a consensos entre los diversos actores sociales: poner de acuerdo a los diversos sectores y grupos culturales, dejando atrás los prejuicios históricos y enemistades de antaño, para poder unir esfuerzos, trabajar en interculturalmente y en conjunto para lograr lo imprescindible: salvar Atitlán.
Fuente: [https://elperiodico.com.gt]
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