Jaime Barrios Carrillo
El 15 de septiembre de 1821 se proclamó la Independencia “sin choque sangriento”. Fue un acuerdo entre las elites que incluyeron al capitán general, el español Gabino Gainza, nombrado por la corona. Sin embargo, el Ejército de Guatemala ha sido usado para marchar en el desfile, como si el hecho histórico hubiera resultado de una guerra de liberación como las de México y Suramérica.
¿Se repite la historia? Sea en forma de tragedia o de comedia se repetirá si no se cambian las estructuras de poder que se suceden en el tiempo, con elites que se sustituyen unas a otras. Las elites guatemaltecas siguen manejando el poder estatal surgido en 1821. Una especie de república perversa que no logró contenidos democráticos y que reproduce relaciones excluyentes, patriarcales, racistas y corruptas.
Podríamos dibujar el triángulo equilátero de una república: Nación, Estado y Patria. En nuestro caso se trató de una nación incompleta e inconclusa. Incompleta pues no se tomó en cuenta a la gran mayoría de la población, indígena y campesina. Inconclusa, pues el proyecto de nación no se ha podido hasta ahora concertar, siendo una nación excluyente.
El Estado es en este triángulo el lado del tipo de organización política, el sistema republicano en nuestro caso. Durante la Colonia se dieron contradicciones entre criollos y peninsulares a causa de intereses que bastantes veces no fueron compatibles, sobre todo lo referido al comercio y al monopolio que imponía la corona española. El resultado fue que desde la Colonia se aplicaba la sentencia cínica de “se obedece pero no se cumple”. O burlar reglas y disposiciones de la monarquía, por ejemplo el contrabando. Corrupción que prosiguió en los nuevos contextos de la vida republicana; es el caso de los primeros gobiernos liberales. La república guatemalteca nació corrupta y ha continuado siéndolo hasta nuestros días. Es una corrupción estructural creada e impuesta por las elites de todos los tiempos por convenir a sus intereses.
Por último el concepto de Patria. Debería ser el reconocimiento afectivo del lugar donde nacimos y que nos daría la identidad nacional. Pero ha sido una patria excluyente, casada con poderes extranjeros desde su inicio. La idea de patria siempre fue difusa para las elites que han sido dependientes de un poder foráneo. Fue el caso del llamado Plan Pacífico ideado por los llamados próceres para declarar la Independencia de España y anexar el país al México del emperador Iturbide. Declararon la Independencia “antes que la declarara el Pueblo”, lo que consideraban muy peligroso. Es decir, se realizó la Independencia sin el pueblo, ni siquiera en nombre del mismo. Surgía así la Patria del Criollo.
Recordemos que hace 200 años un grupo de criollos, solo hombres, se reunió en el Palacio de los Capitanes Generales para declarar la Independencia. ¿Cómo visualizaban el futuro de Guatemala? Los próceres tenían una idea bastante deformada de la soberanía. Como la tuvo Rafael Carrera en 1838 combatiendo en nombre de la religión “a los extranjeros” y llenando de deudas al país con los bancos ingleses, además de firmar un acuerdo que era la entrega de Belice. O como la tuvieron los “liberacionistas” en 1954 que colaboraron con la CIA para derrocar al coronel Árbenz. Colaborar con una agencia de inteligencia extranjera para derrocar al propio gobierno constituye un acto de traición en cualquier país, en especial si se trata de militares. En la actualidad la conexión se da con otro tipo de poder supranacional: el narcotráfico y el crimen internacional organizado.
El bicentenario sería irresponsable reducirlo a una mera “celebración”. Que nos sirva mejor para adentrarnos en la reflexión sobre identidad nacional y preguntarnos: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos?
Las respuestas a estas cuestiones determinan la visión de la historia y del mundo, dependiendo de la manera cómo se respondan. Las elites han impuesto su hegemonía con una versión patéticamente épica de los acontecimientos. Y explotando la idea de soberanía han vendido siempre a bajos precios los recursos del país, pagando salarios de miseria y beneficiándose con el saqueo del erario público y de todo lo que puedan saquear, incluyendo el patrimonio. Guatemala es un país cuyo patrimonio, natural y cultural, ha sido siempre despojado.
El Ejército es en teoría el encargado de cuidar las fronteras. El patrimonio es parte de la identidad y por tanto de la soberanía. Y las fronteras están mal cuidadas. El tráfico ilegal de piezas mayas constituye una pérdida muchas veces irreparable de patrimonio. Se lanzan costosas campañas de turismo para promover “lo maya” pero los actuales mayas continúan sometidos a la pobreza y al racismo. Siguiendo categorías analíticas de la académica Marta Cassaus se trata de una patrimonialización de la cultura. Las elites explotando el patrimonio pero negando a los productores de la cultura y sus descendientes, en una frase: “Mayas Sí pero indios No”.
Desde hace décadas tiene lugar también en las fronteras, con toda impunidad y complicidad, el narcotráfico, la exportación ilegal de maderas preciosas, el tráfico de personas relacionado con la migración y el contrabando conectado en sus redes con mafias incrustadas en el Estado. También la corrupción aduanal, lo que conocemos hoy como el caso La Línea descubierto e investigado por la CICIG por el cual está preso el expresidente y general del Ejército, Otto Pérez Molina, y muchos de sus más allegados funcionarios.
Resulta aberrante que el incorregible Alejandro Giammattei siga con las mismas prácticas de distorsión histórica. Hace cien años se celebró el centenario de la Independencia de manera chocarrera con la construcción del Palacio de Cartón en el Parque Central, hoy Plaza de la Constitución, para sustituir al antiguo Palacio de los Capitanes Generales que se había escombrado con los terremotos de 1917-18. Y con actividades como corridas de toros con el famoso matador español Manolete y una ópera española para deleite de la elite, al mismo tiempo que se prohibía la marimba en las fiestas oficiales.
El incendio del Palacio de Cartón ocurrió tres años después, un Viernes de Dolores. Los estudiantes venían criticando al gobierno del general Orellana por sus actos de corrupción. La Chalana incluía versos que se siguen cantando: “Patria palabrota añeja, por los largos explotada…” y “la roban los liberales como los conservadores.”
El gobierno acusó a los estudiantes de haber provocado el incendio pero se constató que fue por un corto circuito, y hay versiones que lo atribuyen como intencional para cobrar el seguro. Días antes habían sacado del Palacio de Cartón las pinturas alusivas a la Independencia, encargadas y pagadas por el Estado y hechas por el artista Rafael Beltranena y Piñón, descendiente de un prócer. Un tríptico que permanece en manos de una familia de la elite y solo hay muy malas copias en el Museo de Historia, pese a que debería ser patrimonio nacional. Una de las pinturas está ahora estampada en el billete de 20 quetzales conmemorativo del bicentenario.
Con la quema del Palacio de Cartón se inauguraba la nefasta tradición de criminalizar las manifestaciones de protesta y que ha continuado hasta hoy, como el incendio que infiltrados provocaron en el Congreso el año pasado con la intención de inculpar a los ciudadanos que manifestaban contra la corrupción de la administración de Giammattei.
El gobierno se dispone a celebrar acríticamente el bicentenario, repitiendo las formas disparatadas del centenario en 1921, como un monumento al bicentenario que es un remedo del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, que según criterio de especialistas, como el arquitecto José María Magaña, rompe con la unidad arquitectónica de la Plaza de la Constitución y atenta contra la conservación del Centro Histórico. La construcción de este remedo ha sido denunciada al Ministerio Público de la eterna vigilante Consuelo Porras.
(Publicado en elPeriódico sección Domingo 29/8-2021)
Fuente: [Facebook]
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