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El poeta más rockero

Marcela Gereda

En aquellos lejanos días pre-you tube, pre-facebook, y pre-twitter, los libros, las ideas y ciertas expresiones artísticas alimentaban la idea de contracultura que buscaba ejercer el arte como acto liberador. En aquella década casi todo en el rock era imitación de la “beatlemanía” y de los “Stones” y dos décadas después MTV hizo su negocio cambiando el mercado del rock por el mercado de la imagen del rock. Sobreponiéndose a la industria musical, su espíritu lírico no supo sino mantenerse fiel a sí mismo. Nunca ceder a las modas. El haría de sus poemas musicalizados algo más artesanal que cultura pop.

El surrealismo como forma de concebir el mundo. Rock y poseía, lírica y misterio, silencio y viajes hacia su propio infinito: fueron algunos de los componentes que dieron vida al espíritu de este ser surgido de los Tangos de su padre y de la vida concebida como un inmenso lugar hecho de silencio, soledad y música.

“Vivió para la poesía y por la poesía”, “todo lo que salía de su boca era poesía”, dijo la musa que inspiró la canción “Muchacha ojos de papel”, de El Flaco, Spinetta, quien percibió el mundo como lugar donde ejercer el encanto y lo poéticamente angustiante de estar vivos.

Retumba el estadio “Luna Park” de Buenos Aires en aplausos y chiflidos. Silencio. Velas. Violines. Entran Charly García y Luis Alberto Spinetta: “la indómita luz, se hizo carne en mi, y lo dejé todo por esta soledad”.

No fue que llegara temprano a nuestras vidas. Llegó cuando tenía que hacerlo. Nuestras tardes de entonces aún se vestían de uniformes colegiales a cuadros grises. Y de las preguntas enigmáticas de las razones y sentidos de ser. Mi hermana Inés, me hizo escuchar una tarde aquella lírica del más poeta de los rockeros.

Cada disco suyo se convirtió en una especie de Biblia. Lo escuchábamos casi como se escucha el sonido del misterio en el viento. Lo cantábamos en tardes de mucha lluvia, junto a Marcelo, Mayra, Lucas y los extrañados solos de Inés.

Que necesaria se hizo su poesía para hacernos quienes somos. Qué grande fue la compañía que nos hizo en aquella época de indagar a la naturaleza. De preguntarle al mar y a los cielos. Que fundacionales resultaron sus letras y acordes para poetizar la realidad. Que imprescindible fue la musicalización de aquellos poemas de esa voz de Spinetta, quien cuando en una entrevista le preguntaron sobre Dios, contestó: «Cuando era joven lo escribía con minúscula, le temía. Hoy lo pongo con mayúscula, porque uno más uno es Dios. Punto».

Mientras la filosofía es duda, la poesía es respuesta. Eso nos dio este intelectual de actitud humilde y compositor comprometido, desde su colosal obra: respuestas para buscar. Lo hizo acaso sin proponérselo. La poesía de este músico de oído inaudito y metáforas atraviesa lo largo y ancho de todos y cada uno de sus acordes, todo su hábitat creativo, que unas veces habla desde la profunda soledad existencial, otras desde mares de revelaciones e intuiciones sobre qué es el género humano.

Desde una concepción anti-establishment, aquellos rockeros argentinos de la Argentina de Perón buscaron liberar a la sociedad desde la música. «Teníamos una visión más holística de la revolución», nos recuerda Del Guercio. «Nos preocupaba saber cuál iba a ser el lugar del arte y la cultura en la sociedad por venir, cómo la transformación personal de cada uno y la comprensión del otro podían modificar la sociedad”.

Sus discos estuvieron marcados por escritores, poetas y filósofos. El pesa-nervios de Antonin Artaud – inspiró el disco Artaud (1973, Pescado Rabioso). El secreto de la flor de oro de Carl Jung -que inspiró el disco Durazno Sangrando. Sus poemas hechos música fueron quizá una indagación y búsqueda a un silencio atormentado.

En el poema VI de su libro de poseía Guitarra Negra, escribe Spinetta: “Ignoro quién era yo mismo / quién se atrevió a venir en mí / pero sé quién soy ahora / y soy un corazón / una boca y un espíritu”. En VII concluye con “Voy a buscar la muerte para nacerla”.

Es domingo de frío y de silencio. En el oído los murmullos de aquella guitarra y su voz inclasificable, de aquel artista que nos enseñó claves del sentido de ser humano desde un mundo de dimensiones poéticas, de construcciones mágicas y simbólicas que nos sigue cantando y devolviendo a la consonancia con el mundo: “Ven a mí, con tu dulce luz, alma de diamante”.

Gracias al más grande poeta de los rockeros, Luis Alberto Spinetta (1950-2012).

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcela Gereda
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