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Mario Roberto Morales

Observamos a la juventud de hoy día y constatamos sin comprenderlo que a los jóvenes no les preocupa y mucho menos les ocupa la pesadísima tarea de cambiar el mundo, ésa que nosotros nos impusimos. Nos sorprende comprobar que los jóvenes no están pensando en inmolarse en sacrificios patrios y que, por el contrario, lo que les ocupa (y no mucho) la mente es obtener un puesto de trabajo que les permita sobrevivir lo más adaptadamente al estado de cosas actuales. Su disfrute de la música rock no tiene como contrapartida los compromisos ideológicos y políticos que desgastaron la vida de sus padres y, por el contrario, juzgan con cierta benevolencia y graciosa comprensión los sudores y calenturas de sus progenitores, quienes, si hablamos de la izquierda, se echaron encima el fardo de la transformación del mundo y, si hablamos de la derecha, se echaron encima el fardo de la defensa del mundo tal y como estaba. Derechas e izquierdas son vistas hoy por los jóvenes como polaridades que llevaron, en el caso de la izquierda, al exilio, la tortura, la muerte, los cargos de mala conciencia y el ostracismo de sus padres y, en el caso de la derecha, al triunfo pírrico de un mundo devastado por la corrupción, la profundización de las desigualdades y la drogadicción. ¿Cómo y con qué derecho y argumentos podemos nosotros culpar y, sobre todo, acusar a la generación actual de “apática” si, por un lado, su experiencia ha sido la de que el sacrificio de sus padres desembocó en situaciones dramáticas (cuando no patéticas) y en divorcios y separaciones y que, por otro lado, las utopías (tanto la del cambio revolucionario como la del cambio “evolucionario”) resultaron ser caminos para convertir al mundo en un basurero que, en nombre de la modernidad, nos envenena los pulmones y el alma?

Claro que este mundo merece y, sobre todo, necesita ser cambiado. Y el problema con la juventud actual es que no quiere cambiar el mundo sino adaptarse a él. Generacionalmente, la juventud, como conjunto poblacional, no tiene sueños revolucionarios y ni siquiera los tiene “evolucionarios”. Lo que tiene son ambiciones de colocación, seguridad económica y aseguramiento de un nivel de consumo que le otorgue comodidades que a su vez confieren status. Sí. Hay una ola neoconservadora en el mundo que ha convertido a los padres de los jóvenes de hoy en los locos de la casa: son los cuarentones los que siguen cometiendo los excesos maravillosos de los años sesenta, setenta y ochenta, mientras los jóvenes de los noventa los miran comprensiva y desaprobativamente como soñadores. Pero son esos cuarentones quienes hoy día detentan el poder en el mundo: allí está Bill Clinton, por ejemplo, quien se negó a pelear en Vietnam; allí está Ramiro de León Carpio, un sesentero de la Landívar, como yo.

De mis dos hijas, hay una a la que nunca la preocupó la izquierda ni mis rebotes por el mundo como resultado de la militancia. Es la hija que decidió casarse y hacerme abuelo a los 45 años (en enero lo seré por segunda vez) y estudiar literatura sin ninguna prisa que la distraiga de su vocación de madre y esposa. Pero tengo otra hija que vivió muy intensamente las persecuciones y el exilio, y la música de protesta y las concentraciones masivas de Nicaragua, y a quien mis palabras y mis amigos muertos marcaron para siempre. Sin embargo, su consecuencia ideológica es académica y, desde ese ámbito (no hay otro) contribuye al cumplimiento de sus ideas, pero sin echarse encima (como su padre) el pesado cuanto inútil fardo de la responsabilidad del mundo.

Sin embargo, no hay brecha generacional entre nosotros y nuestros hijos, como la hubo entre nosotros y nuestros padres, sencillamente porque nuestros hijos nos comprenden y perdonan, aunque no quieran responsabilizarse de su tiempo y deseen seguir siendo nuestros hijos para siempre. Esto implica un vínculo de comunicación que no existió entre nuestra generación y la precedente, frente a la cual nosotros fuimos los rebeldes. Algunos con causa y otros sin ella, pero rebeldes para siempre.

Sin embargo, no hay brecha generacional entre nosotros y nuestros hijos, como la hubo entre nosotros y nuestros padres, sencillamente porque nuestros hijos nos comprenden y perdonan, aunque no quieran responsabilizarse de su tiempo y deseen seguir siendo nuestros hijos para siempre.

Publicado el 15/09/1995 — En Siglo Veintiuno

Admin Cony Morales

Fuente: [https://www.narrativayensayoguatemaltecos.com/?s=no+cambiar+el+mundo]

Mario Roberto Morales
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