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Manolo Vela Castañeda
manolo.vela@ibero.mx

Hay personas que nacen para ser presidentes. No como Usted y como yo, que allí la llevamos, en el día a día, personas más o menos normales. Porque escrito está –en la Biblia, el libro sagrado de los cristianos: “muchos son llamados, mas pocos elegidos” (Mateo 22:14). 

Pero, a veces, quizá, se trata más bien de lo que ellos, los “elegidos” quieren creer, porque cada quien es libre de creer lo que se le venga en gana. Como por ejemplo: que a las tres cuarenticinco de una madrugada cualquiera tendrá lugar el “rapto”, y que, entonces, de reojo, veremos a nuestros vecinos que, con sus túnicas blancas, estarán en los techos de sus casas para ser llevados a otro lugar, mejor que este, se supone; o, que Dios lleva la lluvia a donde uno se lo pide, que es lo que –en la nota de Jessica Gramajo para Soy 502– nos contó el presidente Morales: “Esa noche estaban cayendo unos señores aguaceros aquí en la capital, pero en Petén ardía el bosque. […] bajé desolado las gradas de Casa Presidencial y viendo ese aguacero, solo me quité los zapatos y me fui a parar a la par de la fuente y con las manos arriba le dije: ‘Dios mío, por favor llévate esta agua a Petén’. Me entré, me quité la ropa mojada y me acosté desolado”. 

O, como decía el general Pinochet, el dictador chileno que –entre 1973 y 1990– gobernó su país: “Yo los estoy viendo desde arriba porque Dios me puso ahí, la providencia, el destino, como quieran llamarlo”. Videla, el dictador argentino, que gobernó entre 1976 y 1981, gustaba decir: “Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano”. A tono con estos personajes del inframundo latinoamericano, el general Ríos Montt, cuando tomó posesión como jefe de Estado (en 1982), en una escena de El buen cristiano, el documental de la extraordinaria cineasta Izabel Acevedo, señaló: “muchas gracias Señor porque […] sin ti yo no soy nada, espero tu ayuda para que, con tu Santo Espíritu, podamos guiar a Guatemala por los caminos tuyos, que son de paz y de amor”. 

Al presidente Portillo, durante la campaña que le llevó a la Presidencia (en 1999), se le escuchó varias veces parafrasear el libro de Jeremías (15: 20), que también hace parte de la Biblia: “Dios me pondrá para este pueblo […] y pelearán contra mí y no me vencerán, porque Él estará conmigo para guardarme y para defenderme, dice Jehová, y yo le creo”.

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Al leer todos estos ejemplos uno ya no sabe si está frente a perturbados mentales, charlatanes, imbéciles, o un poco de cada uno.

Pero ellos son los elegidos: seres tocados por lo divino para llevar a la humanidad a destinos gloriosos. Unos predestinados que tienen sueños, escuchan voces, donde se les revela “la llamada”, no temen a las balas enemigas, salen ilesos de atentados, pasan por enfermedades que les llevan al borde de la muerte y allí, en su lecho, en medio de una luminosidad cegadora, una fuerza del más allá les dice, claro y fuerte: tú vas a ser Presidente.

Pero los “elegidos”, estos de los que hablamos aquí, no son para nada –lamento tener que decirle esto a esta altura del artículo–“elegidos”. Los políticos que explotan la fe de la gente, sus religiosidades, sus creencias, son más bien unos timadores profesionales, timadores con doctorado. Pero también son unos psicópatas que, para nuestra desgracia, están especialmente preparados para las artes de la política: saben mentir sin culpa, viéndonos a los ojos; son especialmente locuaces, lo que les lleva a deslumbrar a sus públicos, son encantadores y saben halagar; son capaces de fingir sentimientos; pero, además, saben cómo parecer convincentes. Pero tienen algo más, que lo explica todo: son insensibles al dolor humano, cualquier gesto –de compasión– que no les sea útil, lo descartan, porque son fríos. Esa conexión con Dios –que ellos inventan y que se la terminan creyendo– les hace sentirse más allá de las responsabilidades terrenales; como si ya nadie tuviera derecho de juzgarles.

Los elegidos viven en el autoengaño, una especie de realidad paralela. El general Ríos Montt, por ejemplo, mientras sermoneaba con una mano, con la otra dirigió –de forma minuciosa– una campaña militar en la que las tropas a su mando ejecutaban matanzas, torturaban, violaban y desaparecían a niños, mujeres, ancianos. Sermonear y matar. Y los generales Videla y Pinochet no se quedaron muy atrás. Y mientras el presidente Morales nos contaba esta especie de trance místico, nunca –desde aquel marzo de 2017, cuando ocurrió la tragedia– ha dado muestras de compasión hacia los familiares de las 41 niñas que perdieron la vida en el incendio que consumió el “Hogar Seguro”; y, cuando era candidato no tuvo empacho en financiar su campaña con dinero mal habido, que al final, para colmo, ni siquiera reportó, y ya en el poder, se volvió un experto en evadir la justicia; y, durante toda su gestión se han ejecutado incesantemente campañas de ataques –en las redes sociales– a periodistas y activistas sociales que le incomodan.

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La semana pasada, a través de su cuenta en Twitter, Alejandro Giammattei, el Presidente electo de Guatemala dijo: “Hice un pacto con Dios, si él me permitía vivir lo iba a hacer para servir a mi país”. Y así, ante Ustedes: el nuevo miembro de este selecto club de los “elegidos”. 

La visión de mundo de Giammattei es la visión de mundo de alguien acostumbrado a arreglar todo a la fuerza, empleando –cuando sea preciso– la tortura, como se halla documentado en el libro En el nombre del padre… La vida del capitán Byron Lima Oliva. Es la visión de mundo de alguien que ve en los periodistas independientes a un enemigo, especialmente si formulan preguntas incómodas, que le hacen sentirse cuestionado. 

Giammattei, el Presidente electo, aunque firmemente apoyado por la élite conservadora, no proviene de ella. Giammattei proviene, más bien, de los sótanos del poder, donde conviven los operadores, los sicarios, los torturadores. ¿Qué más podemos esperar de un ex director de las cárceles? Su carrera política se forjó sirviendo a cuadros de la oligarquía guatemalteca; eso es lo que sabe hacer y es lo que hará, ahora, desde la Presidencia. De nuevo, la oligarquía tuvo que tragarse a un candidato incómodo, para evitar lo que ellos consideraban que era el mal mayor.

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Giammattei heredará una libertad de expresión bajo ataque, y una institucionalidad en la que los contrapesos han sido erosionados por un pacto entre políticos corruptos (unos en prisión, y otros en el poder), empresarios adictos a ese capitalismo a la guatemalteca, y jefes de grupos criminales. En ese contexto, la labor de oposición política, desde el Congreso, y desde la calle, será fundamental. Se abre una coyuntura en la que tocará defender derechos y libertades, demostrar quiénes son los verdaderos demócratas y desenmascarar a quienes siguen añorando ese rancio autoritarismo, al que los guatemaltecos no queremos regresar nunca más.

Los políticos que explotan la fe de la gente, sus religiosidades, sus creencias, son más bien unos timadores profesionales, timadores con doctorado. Pero también son unos psicópatas que, para nuestra desgracia, están especialmente preparados para las artes de la política

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