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Irmalicia Velásquez Nimatuj

Tú evocas mis orígenes 

y me transportas al olor de tu espalda,

en la cual crecí. 

Tus cargadores cobijaban mi pequeño cuerpo,

mientras los jaspes de tus perrajes

me adormecían con calidez.

La seguridad que transmitías

traspasaba tus güipiles y gabachas.

Cuando dejaste de cargarme

me enseñante a no soltarme de tu mano.

Y si tus manos estaban ocupadas,

me enseñaste a agarrarme con fuerza de tu corte,

para atravesar calles y avenidas,  

para subir caminos empedrados. 

Ni bien empecé a caminar

me enseñaste tus secretos de sobrevivencia

desde usar una balanza,

buscando la exactitud,

hasta apreciar las alcancías

que emergían de la tierra

para resguardar las monedas

que llegaban a mis manos. 

No necesitaste del alfabetismo occidental 

para enseñarme que la mejor inversión

es ser inquebrantable.  

Te negaste a fanatismos religiosos

o dogmas moralistas,

pero me orientaste en la lealtad

como valor sin precio e intemporal.

A ti debo la lealtad a mi mundo,

la lucha estoica por llegar a las cuatro esquinas, 

por entrar a los mundos contradictorios,

para entenderlos; no para esconderlos.

Viéndome en tus ojos,

la conclusión es sencilla.

El índigo de tus perales me preparó para retoñar

en el inicio de mis orígenes.

Irma Alicia Velásquez Nimatuj