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La peor soledad.  Esa que te entra como el frío hasta los huesos y te hace temblar.  Pero no temblar de frío sino que de miedo.  Miedo de pensar que ahí te quedarás estancado, marchito, sin salida.  Que estarás solo por el resto de tu vida.  Pero no te encuentras solo de verdad.  Tienes una pareja y duermes con ella todas las noches.  Tienes amigos con los que contar. Tienes familia.  Pero ninguno de ellos sabe en realidad cómo te sientes.  No les has dicho porque ya lo intentaste y no te comprendieron, no te escucharon y siguieron la vida como que si nada.

Esa es la peor de las soledades.  Es peor que estar completamente solo.  Pasas las noches en vela mientras escuchas a la otra persona respirar a tu lado calmadamente.  Te ries cuando tus amigos se burlan de lo que acabas de decir. Te sientes alejado de tu familia porque no comprenden quién eres. Te lamentas de tu situación pero no haces nada por cambiarla porque ya has perdido las fuerzas.  Porque te acomodas a la vida como es y no estás listo para hacer un cambio.

Y poco a poco entras en un remolino que te lleva al hoyo profundo de la soledad infinita.  De la soledad sin esperanza.  Eres la sombra de lo que fuiste y nadie se da cuenta.  Haces las cosas por inercia, como por instinto.  Sueñas con un cambio de ciento ochenta grados pero no haces nada por alcanzarlo.

No te atreves a ver tu reflejo en el espejo.  Sabes que en tus ojos verás la tristeza que llevas encima, que te hace la vida más pesada.  Tu pareja planea un futuro juntos aún cuando sabes que no estás seguro de que quieres un futuro con esa persona.  Pero no protestas o dices algo.   Dejas a tu pareja decidir por ti.

Tampoco el trabajo te entusiasma.  Sueñas con ser escritor, pintor o algo distinto que estar sentado frente a la computadora ocho horas al día.  Haciendo las mismas cosas, enfrentando los mismos desafíos, viendo a las mismas personas.  Monotonía.  Ese es el nombre de tu vida laboral y personal.

Sientes un vacío inmenso en tu interior, cómo que te han arrancado el corazón.  No sabes como salir de este letargo y sabes que la respuesta está en ti pero no te atreves a buscarla, a encontrarla.  Y así se pasan días, meses, años sin que hagas nada por cambiar tu situación.

Hasta que un día llega la gota que derrama el vaso.   Ya no puedes más y decides dar el cambio que necesitabas desde hace mucho tiempo.  Terminas esa relación que no te hacía feliz,  decides buscar un trabajo más productivo, decides hacer algo con tus sueños y retomas las riendas de tu vida.

Te entra un pánico inmediato después de tomada la decisión, pero ya lo has hecho, no hay vuelta de hoja.  Sufres y lloras porque  estás indeciso de si tomaste la decision correcta o no.  Llamas a tu ex pareja con la cuál no tienen nada en común.  Llamas a esos amigos que con el tiempo dejaron de serlo, para ver si así encuentras la respuesta de si estás haciendo lo correcto.  Llamas a tu familia pero tienen sus propios problemas como para acarrear con los tuyos. Pero esas llamadas sólo te dejan vacío, sientes que ahora si estás realmente solo.  Entras en depresión.   No quieres saber nada de la vida.  Duermes horas de horas, vas al trabajo por inercia, esperas que la vida pase sin notar tu presencia.

Con el pasar del tiempo te sientes más sereno, más tranquilo y te das cuenta que ya no te sientes tan solo.  Te sientes mejor que antes. Empiezas a disfrutar de tu nueva vida,  a encontrarte a ti mismo, encontrar esa chispa que habías perdido.  Le encuentras sentido hasta a las más mínimas cosas.  Tu rutina y tu vida han cambiado por completo y te sientes satisfecho, estás relajado, sonríes, empiezas a ser feliz.

Y  llegará el momento que encuentres nuevos retos, nuevos amores, nuevos sueños pero  ya tomaste el control de tu vida,  te sientes fuerte.  No te dejaste vencer por la soledad, porque has decidido lo que quieres y lo que no quieres hacer .  Sabes que no quieres volver a caer en la peor soledad del mundo porque ahora te tienes a ti mismo.

 

Silvia Titus