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La letra «Q»

Leve divertimento sobre el arte de la encantación y la quiromancia.

Mario Roberto Morales

Resulta fascinante contemplar los actos de prestidigitación de los magos y las atmósferas enrarecidas de los encantadores de serpientes. También los de los charlatanes que navegan con bandera de académicos y que despliegan sobre sus mesitas trucadas vistosos abanicos de palabras hueras y referencias erráticas. Expertos consumados en hacer del silencio el mejor recurso para dar la impresión de hondura intelectual y de complejidad de razonamiento, estos curiosos especímenes de la fauna de los quirománticos proliferan sobre todo en los tupidos y exuberantes jardines de las ciencias sociales y humanísticas, las cuales —por la naturaleza subjetiva de sus objetos de estudio— se prestan mucho más que las llamadas ciencias exactas para recurrir en su nombre a lo que el vulgo reconoce con el sugerente apelativo de “paja”.

Sobra decir que para que un charlatán tenga éxito debe ser extranjero y su público más ignorante que él. Y, en el caso del falso académico, se hace imprescindible que ese público padezca de una autoestima intelectual tan baja, que vea en el lenguaraz de marras una vía expedita para sentirse valer elevando a los altares del mito al vulgar merolico, quien, mediante el desecho verbal y la incoherencia analítica, lo ilustra acerca lo que no sabe ni podrá saber jamás.

En un ex país africanizado como el mío, con una oligarquía ignorante que necesita —además de recargados maquillajes y estiradas cirugías estéticas— de todo orden de muletas y prótesis “culturales”, los farsantes del intelecto encuentran en el desangelado páramo “nacional” un mercado perfecto para rematar sus baratijas. Tal el caso de las escuálidas “clases intelectuales” que deambulan zonzamente en torno a centros de mentalización de masas que se ponen a la venta como “universidades”, ya sean éstas las “de garaje” (marca Ranita Sabia u Osito Feliz) o bien de esas que alcanzaron ya la dignidad de supermercados y megatemplos de un “conocimiento científico” entendido como “pensamiento único” y de una “excelencia académica” inculcada como rosarios de verdades irrefutables y ríos de agua sapiente.

A propósito de embaucadores, Ambrose Bierce, en su Diccionario del diablo, define Quiromancia como un “método de obtener dinero con engaño, el cual consiste en ‘leer el carácter’ de una persona en las líneas de su mano. De hecho, el carácter puede realmente leerse de este modo, ya que cada mano exhibida al quiromántico lleva escrita en sus líneas la palabra ‘tonto’. El engaño consiste en no decirlo en voz alta”.

Divierte por todo observar a nuestras acartonadas élites vibrar orgásmicamente ante el palabrerío vacuo de los impostores del intelecto cuando venden —en el centro de las ágoras oligárquicas— su vociferante verborrea sofística y su torrencial incontinencia “conceptual”. Evocan a las alegres ratas del flautista de Hamelin, a los optimistas pasajeros de la Nave de los Locos, a los tenues borregos bíblicos balando mansamente rumbo al sacrificio. Son por desgracia las mismas élites que, mediante el consabido quórum, practican la “democracia” para tomar las decisiones que marcan el paso de la gente en sus latitudes degradadas. Ya lo sugiere nuestro lexicógrafo cuando indica que Quórum es, “en un cuerpo deliberativo, el número de miembros suficiente para hacer su voluntad”. Una voluntad dictada por labiosos nigromantes y custodiada por legiones de militares asesinos.

Mario Roberto Morales
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