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 Manolo Vela Castañeda
manolo.vela@ibero.mx

Martes 13 de marzo de 1984. Una de la tarde. Sobre la 12 calle, y casi avenida de La Reforma. Con el rechinar de llantas, un convoy de tres vehículos detiene su marcha. Se abren las puertas, y salen diez hombres: van tras sus presas, quienes, con pánico, van a ser tomadas con total sorpresa.

El convoy, de tres vehículos, estaba formado: al centro, por una panel blanca, Ford Econoline; un Volvo, color azul, a la vanguardia; y, otra panel, Mitsubishi L-300, color beige, en la retaguardia.

La vida se decide en segundos. Y aquel breve instante iba a ser aprovechado por Álvaro para salir a toda velocidad de la panel blanca. La libertad estaba a menos de 100 metros, un salto difícil, pero no imposible, y una nueva carrera, ya del otro lado de la cerca, adentro de la embajada.

Esa misma mañana de martes Álvaro supo que ahora sí iba a ser posible escapar, que el día había llegado: en un breve diálogo con el guardia que le vigilaba se animó a pedirle un cigarro y, cuando éste aceptó, tenía, por cuestiones lógicas, que pasarle las esposas que, hasta ese momento estaban atrás, hacia delante. Porque fumar con las esposas hacia atrás es una operación casi imposible. Y así, esta pasará a ser una de las pocas veces en que fumar puede salvar una vida. También, mientras el guardia lo llevaba de aquí para allá en el centro clandestino de detención, Álvaro exageró la dificultad para caminar, a lo que el guardia, desesperado por la tardanza, respondió, quitándole el lazo que amarraba sus pies. Con las esposas hacia delante y ya sin los pies amarrados, a pesar de hallarse en esas circunstancias tan adversas, de haber sido salvajemente torturado, y de no haber probado alimento ni agua, Álvaro se dijo, para sí mismo: ¡aquí se los llevó la gran puta!

Cuando la hora de subirse a los carros llegó, el centro clandestino de detención se llenó de gritos y aplausos: “¡todos a los carros!”, “¡salimos de cacería!”. Mientras ellos estaban en eso, Álvaro caminaba hacia la panel, haciendo como que no podía caminar. Nadie en ese momento debía percatarse que él ya no tenía amarrados los pies.

Desde el domingo, cuando fue capturado, tras varias sesiones de tortura, Álvaro entendió que tenía que hacer algo para escapar: inventarse “contactos”, reuniones clandestinas. La particularidad de tales reuniones es que éstas tendrían lugar con gente que no existía. Pero esos “contactos”, le llevarían a los lugares que él iba a disponer. Y esos lugares debían proveerle pequeñas oportunidades de escapar.

Meses antes había pasado frente a la embajada de Bélgica. Le sorprendió la verja que, así como tenía una parte alta, también tenía otra parte baja, por dónde, eso pensó, algún día podría saltar en búsqueda de la libertad.

Desde el lunes, sus captores repasaban con él cada detalle del contacto, la nueva presa que Álvaro, eso creían ellos, les había entregado. Para ello, los miembros del escuadrón le sometían a un incansable cuestionario: edad, cabello, estatura, complexión, color de la piel, pseudónimo, responsabilidad, como le había conocido… En diferente orden, cada punto era preguntado, una y otra vez, y Álvaro alcanzó a ser consistente, y pasó la prueba.

Al alcanzar la verja, que terminaba en una especie de lanzas de metal, en la parte baja, por supuesto, que nuestro protagonista no se entrenaba en salto alto, Álvaro dio un salto que le alcanzó para pasar la barda, pero un ojal de su pantalón de lona quedó enganchado a la punta. Estando así, colgado, pensó que todo se había acabado, que no había sido posible, que pronto, los miembros del escuadrón, llegarían por él. Pero empezó a balancearse, y el bendito ojal cedió, y cayó del otro lado. Estaba en territorio del reino de Bélgica. Pero eso no bastó para que la persecución cesara: cuando corriendo se dirigía al edificio de la embajada un disparo le alcanzó en la pantorrilla; una segunda bala, ya estando en el suelo, iba atravesarle el hígado y otra más se incrustó en el hombro izquierdo. Los miembros del escuadrón increpaban desde fuera, exigiendo que les entregaran a su presa. Hasta que Pieter O. Maddens, el embajador, salió, e increpó a los miembros del escuadrón, diciéndoles: ¡yo soy el embajador de Bélgica! ¿Quiénes son Ustedes? ¡Identifíquense! Y así, los miembros del escuadrón no tuvieron más que darse la vuelta. Otros disparos más llegaron hasta el edificio de la sede de la embajada.

Esta fue una de las pocas veces en la historia de la guerra de contrainsurgencia urbana en Guatemala, en la que los todopoderosos cazadores fueron engañados por su presa, pequeña, sola, aislada y golpeada. Un liviano trabajo de inteligencia, ellos nunca se imaginaron que Álvaro les estaba llevando justo enfrente a esa embajada; se combinó con la subestimación de las capacidades de su víctima.


Ese mismo día, Álvaro fue llevado a un hospital, donde fue operado de urgencia. Ya recuperado, encontró asilo en la embajada de Venezuela, y el 22 de marzo de 1984, salió con rumbo a Canadá, donde vivió durante un breve tiempo. La parte más larga de su exilio iba a pasarla en la Ciudad de México, donde trabajó para la Universidad Obrera, y también como técnico en refrigeración. En 1998 regresó a Guatemala, donde –hasta hoy– continúa siendo parte de las luchas de los trabajadores por sus derechos.

En 1969, como parte del departamento de esmalte, Álvaro fue de los fundadores del Sindicato de Esmaltes y Aceros de Centroamérica. En 1976, cuando trabajaba como vendedor repartidor, también fue de los fundadores del Sindicato de la Distribuidora de Productos Diana. A partir del secuestro y desaparición de los 28, el 21 de junio de 1980, en la sede de la CNT, Central Nacional de Trabajadores, Álvaro decidió tomar el camino de la lucha clandestina.

La propiedad que, durante muchos años, albergó la embajada del reino de Bélgica en Guatemala es ahora el restaurante “La Estancia”, Plazuela España.

Esa mañana, en medio de la confusión por el “contacto” que Álvaro les iba a entregar, el escuadrón secuestró a Vilma Estela Sandoval Zea, y a Gladys Elizabeth de León Puente, quienes trabajaban para una empresa de bienes raíces. Fueron liberadas varias cuadras más adelante.

El pasado 13 de marzo se cumplieron 35 años de esta fuga. El caso de Álvaro hace parte del “Diario militar”. Los sobrevivientes y los familiares de las víctimas siguen esperando a que llegue la justicia.

¿Cuáles son las diferencias entre la impunidad de 1984, con la que estas bandas de hombres armados actuaban bajo las órdenes del Estado; y, el régimen de impunidad, en el que intentan, sumergirnos de nuevo, ahora, en 2019? Es lo mismo, nunca perdamos eso de vista. Si no luchamos hoy, por el régimen de legalidad y por la democracia, en breve, aparecerán de nuevo estos grupos que podrán hacer y deshacer a su antojo, hoy, como lo hicieron en 1984. El nuestro es un pasado que está tan aquí, que no podemos decir que no nos importa.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/domingo/2019/04/07/el-sindicalista-que-se-escapo-por-la-embajada-de-belgica/]

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Manolo E. Vela Castañeda