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Isabel deja otra forma de documentar la historia nacional, demandando la constante responsabilidad política que el arte tiene con un país permanentemente masacrado, diezmado y obligado a huir como el nuestro.

Irma A. Velásquez Nimatuj

Siendo un joven periodista tuve el honor que Isabel Ruiz (1945-2019) me recibiera en su estudio, en donde pude entrevistarla sobre su serie Historia Sitiada. Entonces, me impactó escuchar la franqueza con la que se expresaba en un momento en que el país aún negociaba un cese al fuego. Comprendí que en ella su voz era solo una extensión de la franqueza de su arte, que usaba para convertirlo en un camino creativo que era a la vez una denuncia de lo que Guatemala vivía.

Y es que para Isabel, una mujer que siempre estaba leyendo, compartiendo, enseñando y aprendiendo del medio nacional e internacional la fotografía que tenía de cada momento histórico era clara, en parte porque creció viviendo la represión y la intervención estadounidense de 1954, que definió el futuro de nuestro país. Además, porque vivió en carne propia la pérdida –sin tregua– de colegas y amigos pero también de seres humanos que iban siendo arrasados de sus espacios de vida con total impunidad.

De allí, parte la trascendencia de la obra y la vida de Isabel. Además de sus técnicas y creatividad, su trabajo –ahora en colecciones privadas y públicas– siempre recordará a quienes sobrevivan, una regla que hasta ahora ha sido inquebrantable en Guatemala y que se refiere al peligro que corre cualquier persona, colectivo o institución que intente ir contra los poderosos, contra los dueños de la finca, porque quien lo intente enfrentará el ataque y la venganza que buscará hacerlos desaparecer por medios legales o ilegales.

Y como las elites nacionales no permitirán construir la equidad en Guatemala, entonces, seguirá siendo un país desgarrado, ensangrentado, con nuevas y viejas heridas, en nuevas y viejas rutas como Isabel lo documentó en algunas de sus destacadas series como Memoria de memorias (1987), Desaguaderos (1988), Sahumerio (1988), Historia Sitiada (1991), Río Negro (1996), Testimonio (2000) o Asepsia (2004). Isabel deja otra forma de documentar la historia nacional, demandando la constante responsabilidad política que el arte tiene con un país permanentemente masacrado, diezmado y obligado a huir como el nuestro. Su trabajo siempre nos recordará que el arte apolítico no existe.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Irma Alicia Velásquez Nimatuj