Negociación y movilización contra proyecto educativo privatizador.
El movimiento estudiantil ha demostrado una vez más que sólo mediante la movilización organizada pueden los sectores subalternos lograr sus propósitos de cara al poder oligárquico. La muchachada normalista ha sido escuchada a pesar de sus erráticos liderazgos, resultado de la mala educación que recibe desde 1954, año en que el proyecto finquero de país se consolidó hasta la fecha.
Por suerte, la cúpula militar del actual gobierno civil no reaccionó ante la protesta estudiantil según su estratégico «criterio de seguridad», y no ha formado una fuerza de tarea encargada de combatir a los estudiantes tal y como combate el narcotráfico, el crimen organizado y otras formas de actividad empresarial que la oligarquía declara ilegales pero de las cuales forma parte y se beneficia. A pesar de esto, hay azuzadores clasemedieros, miembros de la servidumbre paraoligárquica, que insisten en sugerirle a la cúpula militar lanzar al ejército a las calles para matar estudiantes como en los 60, 70, 80 y 90.
Es de esperar que esa cúpula militar se dé cuenta de que el problema de fondo en la protesta estudiantil no es la conveniencia o no de mejorar la carrera magisterial ni cómo debe hacerse esto, sino el objetivo neoliberal de privatizar la educación pública dando pasos pequeños pero seguros. Así como la Universidad de San Carlos (USAC) ha sido infiltrada por financiamientos externos que semiprivatizan algunas carreras, de igual manera la expulsión de miles de estudiantes de la posibilidad de hacerse maestros de manera gratuita -obligándolos a pagar por una carrera docente universitaria-, implica dar pasos lentos pero seguros hacia la privatización del quehacer educativo.
El resultado de los criterios neoliberales sobre la educación están a la vista en el templo mismo donde se fabrica localmente la ideología «libertaria». Tratando de contrarrestar el «comunismo» de la USAC, la derecha fascista fundó su conocida contraparte ideológica, disfrazada de contraparte académica. El resultado no ha sido la formación de un respetable estamento de intelectuales de derecha, capaces de orientar el país hacia el desarrollo en democracia, sino una miríada de grupillos de incultos fanáticos que repiten como loros los cuatro mantras del dogma neoliberal, y que ante la pobreza intelectual del medio han desarrollado una arrogancia en la que ellos mismos se enredan, no tanto por su ridiculez cuanto porque al tocar el cielo de la «verdad» con sus apuntes de pregrado, ya no cultivan su intelecto; y eso los ha convertido en una intelligentsia de aldea -acartonada, cursi y caduca-, infestada por los anticuerpos de su propio sistema de reproducción ideológica.
Si lo que queremos son millones de jóvenes incapaces de percibir su propia medianía, como los mencionados arriba, hay que apoyar la privatización de la educación y sus procedimientos, como el de abolir las Escuelas Normales en nombre de «mejorar» la carrera magisterial con un pénsum técnico de sentidas ausencias humanísticas y de ciencia social. Si lo que queremos es instaurar una educación pública de calidad, debemos solidarizarnos con el movimiento normalista y capacitar a su improvisada dirigencia en el arte de la negociación y la movilización simultáneas. Pues sólo eso le asegurará que el gobierno no vaya a crear una fuerza de tarea encargada de combatir «el crimen estudiantil organizado».
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