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Jaime Barrios Carrillo

Me quedaré con todos, a sufrir con todos.
Otto René Castillo (“Retorno al dolor de todos”)

Ana Lucía Cuevas Molina desde hace casi tres décadas vive en Londres. Es cineasta y artista plástica. Su padre, Rafael Cuevas del Cid, fue rector de la Universidad de San Carlos y le tocó un periodo de agresiones contra la universidad, incluyendo la toma de la misma por fuerzas militares que no respetaron la autonomía universitaria. El doctor Cuevas afrontó la toma de la universidad con mucha valentía. Se plantó frente a los comandantes de la operación y pidió ver las órdenes y los objetivos. Los coroneles incrédulos de que alguien se atreviera a oponerse a sus tropas y tanques le dieron una vaga explicación y continuaron con el cateo del campus. Destruyeron laboratorios y confiscaron libros y documentos pero no encontraron las armas que creían escondidas en el recinto universitario.

Carlos Ernesto Cuevas Molina, hermano de Lucía, fue secuestrado por el ejército. Aparece en el archivo conocido como Diario Militar. Tenía 25 años y estaba casado con María del Rosario Godoy. La pareja tenía un niño de 2 años. En la mañana del 15 de mayo de 1984, iba en su motocicleta por el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala cuando fue interceptado por dos automóviles con hombres fuertemente armados. Hay testimonios de la violencia del secuestro. Fue golpeado salvajemente por cinco o seis individuos. Lo metieron en una camioneta policial; no obstante, la policía negó después que estuviera detenido.

Rosario Godoy y su hermano Mynor iniciaron de inmediato la búsqueda por las comisarías y después en la morgue. En los juzgados nada progresó. A Carlos simplemente se lo había tragado la tierra.

Ana Lucía ha vivido con el suceso trágico en su memoria. Me dice que era muy apegada a su hermano Carlos y que fue devastador saber que había sido secuestrado. “Es un luto extendido que nunca termina”, afirmó su hermana Rosario Cuevas en una entrevista reciente que le hizo el Semanario de la Universidad de Costa Rica. Ana Lucía piensa lo mismo.

Para reelaborar el suceso traumático y solidarizarse con todas las víctimas y familiares, Ana Lucía ha realizado un documental que lleva el título de El dolor de muchos. Le interesa difundir lo que pasó. Que no se olvide y sobre todo que se comprenda el dolor de los familiares.

El documental hace un recorrido por el suceso y en 91 minutos se relatan aspectos esenciales del conflicto armado interno y sus consecuencias. Se trata de una narrativa reveladora de cómo operaba el aparato militar del Estado contra los ciudadanos.

De Carlos Cuevas Molina no se supo nada hasta la aparición del Diario Militar en 1999. Es decir, 15 años de incertidumbre. Carlos no aparecía, pero la familia no quería perder la esperanza, aunque esta se fuera reduciendo hasta llegar casi al límite del cero. Cero esperanza. Como una pesadilla de la cual no se despierta.

Calos Ernesto aparece con el código 300, que significa ejecutado, y la fecha de la ejecución: 1 de agosto de 1984. Tres meses de cautiverio clandestino, de torturas, de dolor. El descubrimiento del Diario Militar fue a pesar de todo un alivio. La verdad por dura que sea es preferible a la duda angustiante.

La historia de la familia Cuevas es de exilios y acosos. En Costa Rica los llamaban por teléfono para hostigarlos. Rosario Cuevas cuenta: “La familia fue sometida a persecución aquí en Costa Rica, con enviados del gobierno militar, que venían a decirnos que en la medida en que guardáramos silencio estarían dispuestos a devolver a mi hermano”.

María del Rosario Godoy no se dio por vencida. Decidió que buscaría a Carlos hasta encontrarlo. Con apoyo de su hermano Mynor y de familiares de otros desaparecidos, entre ellos Nineth Montenegro, que buscaba a su esposo, Fernando García, fundaron el Grupo de Apoyo Mutuo. La organización recibió solidaridad y atención no solo en Guatemala, sino en muchas partes del mundo. Un grupo de ciudadanos templados puso en aprietos al duro gobierno militar encabezado por el general Óscar Mejía Víctores.

El aparato represivo reaccionó con acciones que no tuvieron límites en crueldad inhumana. El Estado no solo negó la justicia a María Rosario Godoy de Cuevas, sino la asesinó. Al pequeño niño lo mataron ante los ojos de la madre. Después les dieron muerte a ella y a su hermano Mynor. El mensaje macabro de aquellos monstruos estaba claro: “En Guatemala no se habla, no se dice nada que no permitimos y al que habla se le corta la lengua”.

En el documental de Ana Lucía se resalta la importancia del Diario Militar como elemento de prueba. Kate Doyle, su descubridora, enfatiza en su autenticidad, comprobada científicamente. Ana Lucía me explica que la foto de su hermano que aparece en el Diario Militar es la de la cédula.

En abril del 2021, se abrió por fin el juicio contra exmilitares acusados de haber cometido las desapariciones forzadas y los asesinatos de los capturados. A un detenido/desaparecido se le niegan todos los derechos, incluyendo la vida. Se le entierra en la nada. Como que nunca hubiera existido. Como que no hubiera sido un ser humano. Condenado a muerte sin juicio. Sin defensa posible. Los muy pocos sobrevivientes dan cuenta de las horrorosas torturas recibidas, físicas y sicológicas. ¿Cómo pudo ocurrir tanto salvajismo? ¿Cómo pudo el Estado guatemalteco hacerlo y a la vez negarlo?

A los ahora enjuiciados exmilitares se les han respetado sus derechos y tienen posibilidad a la defensa. La condena o absolución se hará con base en el material probatorio, no por el capricho de un torturador anónimo que decide quién vive y quién muere en un oscuro sótano, inaccesible para el resto del mundo, donde las víctimas, los detenidos/desparecidos, se hunden en el desasosiego. En el dolor físico de las torturas. En la impotencia. Mientras los familiares sufren su ausencia, imaginando lo peor, aunque no quieran perder la esperanza. El sufrimiento no desaparece con los años. Solo la justicia puede aliviar ese dolor. Se abre por eso ahora con el juicio del Diario Militar el capítulo de la sanación emocional. La verdad libera.

“Hemos esperado 37 años para que esto suceda”, me dice. Le pregunto qué cree del futuro. Sin dudarlo me asegura que este es un gran paso para la justicia en Guatemala.

El dolor de mucha gente es un documental conmovedor porque se basa en un dolor real y múltiple. Cuando los poderes ocultos del fascismo guatemalteco niegan los crímenes cometidos pretendiendo borrar la memoria histórica, dándole la espalda al mundo civilizado, resulta preciso recordarlo. Más ahora que intentan desprestigiar los procesos judiciales que han logrado enjuiciar a militares y policías asesinos durante el conflicto armado. Los apologistas de estos delitos de lesa humanidad quieren confundir a la ciudadanía inventando que los familiares solo van en busca de un resarcimiento económico. Por otro lado, los expatrulleros que organizó el ejército durante el conflicto armado hacen ahora bloqueos y amenazan con paralizar el país si no les pagan los resarcimientos desproporcionados que demandan. Guatemala y sus contradicciones, el país de las injusticias.

Las víctimas deben ser honradas y, si es posible, sus restos localizados para darles una sepultura digna. Debe aplicarse una justicia cumplida, la “justicia justa”. Y que se asegure la no repetición. A la pareja formada por Rosario Godoy y Carlos Cuevas ya la muerte no los separa, están unidos en el misterio más profundo de la existencia y solo queda la esperanza de que estarán juntos con su hijito en otro tiempo y en algún lugar, ¿el cielo?

De Carlos Cuevas Molina no se supo nada hasta la aparición del Diario Militar en 1999. Es decir, 15 años de incertidumbre. Carlos no aparecía, pero la familia no quería perder la esperanza, aunque esta se fuera reduciendo hasta llegar casi al límite del cero. Cero esperanza. Como una pesadilla de la cual no se despierta.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/noticias/domingo/2021/07/17/el-dolor-de-mucha-gente]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Jaime Barrios Carrillo
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